EL DISCURSO MILITARISTA DEL REY
Que
Felipe VI se sienta especialmente cómodo con su intervención del 6 de enero
solo viene a corroborar el ligamen que ha existido entre la monarquía
borbónica, el militarismo y el negocio de armas
GERARDO PISARELLO
Todas las restauraciones borbónicas en España se originaron en un golpe de Estado militar. Ocurrió con Fernando VII, tras abandonar el exilio de lujo que le concedió Napoleón. Ocurrió con Alfonso XII, tras el pronunciamiento de Martínez Campos. Y pasó con la última restauración monárquica, hija del golpe franquista. En parte por eso, en parte porque ha formado parte de los negocios del Estado, el vínculo de la monarquía con el militarismo ha sido estrecho. Han sido muchos los borbones que para afirmar su utilidad se han esforzado en aparecer como reyes-soldados. Como monarcas situados al frente de las fuerzas armadas para garantizar un cierto orden por encima incluso del poder civil. El discurso de Felipe VI durante la Pascua Militar no se puede entender al margen de este contexto.
Para aparecer como
el rey-soldado por excelencia, Alfonso XII se esforzó en intervenir en las
últimas escaramuzas con el carlismo. Su hijo, Alfonso XIII, decidió
directamente apoyar un golpe de Estado militar, el de Miguel Primo de Rivera.
Luego se involucró personalmente en la guerra colonial en el Rif, aunque su
intervención acabó en el Desastre de Annual, con miles de muertos.
Tras la muerte de
Franco, fue Juan Carlos I quien se afanó en buscar su momento para afirmarse
como rey-soldado
Tras la muerte de
Franco, fue Juan Carlos I quien se empleó en afirmarse, también él, como
rey-soldado. Lo hizo en parte cuando se negó a jurar la Constitución, para
mostrar que su legitimidad le venía del régimen militar y de su vinculación a
“la dinastía histórica”. Y lo consiguió, muerto ya el dictador, el 23 de
febrero de 1981. Como reconocen exmiembros de los servicios de inteligencia en
el reciente documental Salvar al rey, de HBO, durante esas jornadas el monarca
pudo desempeñar un doble papel. Oficiar como “motor inicial del golpe”, con el
objetivo de marcar ciertos límites a la democracia que se estaba desplegando
luego de la transición. Y ejercer, luego, como el rey-soldado capaz de
reorientar ese golpe hacia una variante menos drástica a la programada, pero
igualmente eficaz gracias a su ascendencia sobre las fuerzas armadas.
A partir de ese
momento, Juan Carlos I hizo todo lo posible para consolidar esta posición. En
1995, en su entrevista con el aristócrata José Luis de Vilallonga, pudo presumir
de que él mismo redactaba sus discursos, sobre todo los de la Pascua Militar.
En ellos, Juan Carlos solía defender el papel de España en la OTAN y el aumento
del presupuesto militar, además de actuar luego como un valedor clave de los
negocios del sector armamentístico. Más tarde, cuando los escándalos no le
dejaron otra alternativa que abdicar, se afanó para que el papel de rey-soldado
pasara a su hijo, Felipe VI.
Hoy se recuerda
poco, pero Felipe de Borbón fue investido rey por su padre en una ceremonia
cuasi militar
Hoy se recuerda
poco, pero Felipe de Borbón fue investido rey por su padre en 2014 en una
ceremonia cuasi militar en el Palacio de la Zarzuela, antes de comparecer ante
el propio Congreso de los Diputados. En dicha ceremonia, Juan Carlos I le
transmitió el “mando supremo de las fuerzas armadas” y le impuso el fajín rojo
que se consideraba signo del mando militar directo. Solo después de esta
investidura monárquica-militar, Felipe VI compareció ante la sede de la
soberanía popular a jurar la Constitución.
La conciencia de
que el vínculo entre monarquía y franquismo no se circunscribía a su padre,
quedó de manifiesto en el primer mensaje navideño del nuevo rey. En él, Felipe
VI dejó claro que no venía a cuestionar el origen franquista de la última
reinstauración borbónica. Así, hizo una llamada a que “nadie agite viejos
rencores o abra heridas cerradas”, algo que en puridad solo habría resultado
aceptable en boca de las víctimas de la dictadura.
Su papel como
rey-soldado, con todo, se afianzó con su discurso del 3 de octubre de 2017,
como respuesta a la consulta celebrada en Cataluña dos días antes. Allí decidió
realizar una intervención en la que no intentaba ni mediar ni arbitrar, como
pedía la Constitución, sino actuar como un jefe militar contra una parte de la
sociedad y al rescate de otra. Su discurso fue redactado sin el acuerdo del
poder civil. Pedro Sánchez le afeó que no se apelara en ningún momento al
“diálogo”. Rajoy solo fue informado y
dio su consentimiento, con reticencias, a último momento.
Con aquella
intervención, Felipe VI se arrogó un poder de reserva que la Constitución no le
reconocía. Fue su 23-F, aunque las diferencias con aquel acontecimiento estaban
claras. Lo que tenía delante no era un golpe armado propiciado por miembros del
Ejército que habían asaltado el Congreso en Madrid con ametralladoras. Eran una
movilización y una consulta, ambas masivas y pacíficas, sin ningún acceso real
o efectivo al aparato coactivo. Daba igual: su mensaje como rey-soldado estaba
dado. Al poder civil, sobre el que se situaba sin complejos, y también a un
sector del poder militar del que el rey se sentía cercano.
El nuevo discurso
de Felipe VI en la Pascua Militar va en una línea similar. La del rey que, como
su padre, su abuelo y su bisabuelo, defiende el aumento del gasto militar y el
negocio de las armas como un objetivo incuestionable. E insiste, como ya hizo
en su discurso navideño, en plantear la subordinación acrítica de la política
exterior a los objetivos de la última cumbre de la OTAN: el impulso de una
guerra larga, no solo en el “flanco oriental”, sino también en el sur, con las
miras puestas en África y en la región del Sahel.
La diferencia con
lo ocurrido el 3 de octubre es que esta vez el monarca ha actuado como rey-soldado,
pero no ha actuado solo
Si en el discurso
del 3 de octubre las apelaciones al diálogo eran inexistentes, lo que escasean
en este son las invocaciones a la paz, a la que según el monarca solo se podría
llegar echando más madera al fuego de la guerra. La diferencia con lo ocurrido
el 3 de octubre es que esta vez el monarca ha actuado como rey-soldado, pero no
ha actuado solo. Ha contado con el refrendo de la propia ministra de Defensa,
Margarita Robles, que minutos antes escenificó sin complejos el furor
militarista y atlantista luego exhibido por Felipe VI.
Estos arrebatos
belicistas no son exclusivos de la ministra de Defensa del PSOE. De ahí que
Felipe VI haya podido asumir su discurso con comodidad y plena convicción.
Porque no solo estaba en sintonía con el partido mayoritario de la coalición de
Gobierno. También satisfacía al PP y a Vox, los máximos exponentes hoy del
furioso "partido belicista", aunque con cierta compañía a su
izquierda.
Que el rey se
sienta especialmente cómodo con su discurso del 6 de enero solo viene a
corroborar el ligamen que ha existido entre la monarquía borbónica, el
militarismo y el negocio de armas. Lo lamentable es que haya partidos con bases
republicanas que den cobertura a estas palabras. Sobre todo, cuando el
ensalzamiento del belicismo por parte de la Corona no ha augurado nunca nada
bueno en términos democráticos. Por el contrario, ha dado alas a fuerzas
reaccionarias que tienen muy claro, ellas sí, cómo sacar provecho de ese
entusiasmo marcial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario