PUTIN, LOS ESPECULADORES Y LOS
PRECIOS DE LA ENERGÍA
CONTEXTO
El precio de la luz.
Los desorbitados precios de la electricidad, el gas y los carburantes amenazan con vaciar no sólo los bolsillos de los ciudadanos y las cajas de las empresas que se dedican a producir y no a especular, sino también con esquilmar las cuentas de los Estados decididos a compensar esa fuga de dinero. Los precios del gas, del petróleo y de la electricidad se han disparado a niveles insoportables, sin que haya aumentado de forma significativa la demanda de cada uno de ellos ni se haya registrado una caída del suministro (al menos de momento) tan notoria que lo justifique. Las explicaciones de que el consumo se ha disparado tras la pandemia no son ciertas: los consumos de gas, luz y petróleo han crecido menos que la actividad económica y están en niveles inferiores a los meses previos al estallido de la crisis del coronavirus.
Pero la subida de precios es tan
escandalosa, y tan peligrosa para la actividad económica y para la convivencia
social, que por primera vez las autoridades de la Unión Europea han anunciado
una intervención de emergencia en el mercado eléctrico y una reforma
estructural del sistema que fija los precios de la electricidad. Lo anunció la
presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el 29 de agosto, al
tiempo que convocaba a los ministros de Energía a una reunión el 9 de
septiembre en la que deberá acordarse la primera intervención de emergencia y
alcanzar un acuerdo para una reforma completa del sistema.
Esto, si se llegase a cumplir,
sería el abandono del principio neoliberal de mercado libre que rige como un
dogma inalterable el funcionamiento económico de Europa. Las autoridades
europeas o alemanas, que es lo mismo, se negaban hasta ahora a cualquier cambio
mínimo que supusiese tocar un pelo al tinglado establecido. Ahora, cuando los
precios de la energía están forzando el cierre de muchas empresas en Alemania,
claman por hacerlo. Así de mal está la cosa.
El sistema eléctrico creado hace
poco más de 20 años ya no vale para lo que estaba pensado, dijo la presidenta
de la Comisión. En realidad, no se sabe a ciencia cierta para qué estaba
pensado, más allá de llenar los bolsillos del oligopolio eléctrico y de los
especuladores financieros. En síntesis, el sistema dejaba todo al arbitrio del
mercado. El precio de las materias primas, gas y petróleo se establece de
acuerdo con los mercados en los que se compran y venden títulos de futuros, que
representan petróleo o gas natural, e incluso así se negocia la compraventa de
derechos de emisión para contaminar el planeta, del mismo modo que se invierte
en acciones o bonos públicos. Solo hay que hacerse con ellos, esperar o
contribuir a que suban y venderlos con la correspondiente plusvalía. “Es el
mercado, amigo”. Y es la forma más común de enriquecerse en nuestros días.
Luego, con esos precios del gas o del petróleo, los participantes principales
de la subasta para establecer el precio de la electricidad, es decir, en España
las compañías como Iberdrola, Endesa o Naturgy, apañan un precio con el que
logran desproporcionados beneficios. Las tres eléctricas estatales ganaron en
el primer semestre de 2022 un 24 por ciento más que el año anterior. En total,
3.548 millones de euros, limpios, descontados los impuestos.
El sistema estaba pensado para
forrarse hasta que reventase, y ese momento parece haber llegado. Se aduce que
la culpa es de Rusia por invadir Ucrania. Putin es sin duda responsable del
inaceptable ataque y la invasión de un país vecino por razones estratégicas y
de dominio territorial, y es cierto que la guerra, y las sanciones, pueden
llegar a producir un shock de la oferta de gas. Pero este factor, siendo
importante, no lo explica todo, porque la formación final del precio procede
del mercado, lo mismo que la del petróleo. El mercado lo componen operadores
que compran, venden y especulan como en cualquier otro mercado. Esto es así
también para los bienes y servicios públicos y de interés básico. Y lo es bajo
el dogma del libre mercado. La formación del precio de la electricidad sale de
esa subasta artificial, carente de competencia real, donde lo que más pesa es
el precio más alto del gas. España y Portugal lograron que en sus países se
pusiese un tope máximo al precio de este combustible en las subastas. Ha sido
un parche, pero nada más. Lo que las mentes pensantes del liberalismo económico
no vieron venir fueron los límites biofísicos del planeta. Muchas materias
primas han superado ya los máximos de producción que permiten la geología y
comienzan un proceso de caída que, pilotado correctamente, debería durar
décadas y permitir una transición ordenada. En vez de eso, la actitud
saqueadora del oligopolio energético ve en esta crisis histórica una nueva
oportunidad para el abuso, y en el proceso hace esta crisis más profunda y dura
de lo necesario, y encima nos priva de los recursos imprescindibles para la
transición.
Hasta ahora, las respuestas de
las autoridades de la Unión Europea a esta escalada especuladora han sido
inútiles, salvo en el caso de España y Portugal con su tímida excepción
ibérica. Más que nada han estado plagadas de frases demagógicas o que animan a
que en el mercado suba el precio, por ejemplo, cuando han llamado a prepararse
para una posible interrupción del gas ruso. No hay nada mejor para un
oportunista que ver cómo esto produce una subida inmediata del precio del gas
en el que ha invertido.
Una reforma verdadera del sistema
debería pasar por establecer y regular los precios en función de los costes
reales de generación de la electricidad y no dejarlo al mercado. Si no se hace
esto, el problema proseguirá, y los Estados no pueden seguir subvencionando
continuamente a los usuarios y empresas para que ese dinero se traslade a las
eléctricas o a los especuladores en materias primas, en vez de financiar una
transición que ya es ineludible.
Hay otro asunto que no debe
dejarse de lado: la reacción de los ciudadanos castigados por este tinglado. No
parece que les consuele mucho el argumento de que la culpa es de Putín. En el
Reino Unido se ha iniciado una campaña llamando a no pagar el recibo de la luz.
En Nápoles la gente está quemando las facturas de la luz en la calle en señal
de insumisión. Por anecdótico que parezca, las revueltas y las crisis sociales
suelen empezar así. Y no siempre salen en una dirección progresista.
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