A QUIÉN LE IMPORTA EL CIS
DAVID BOLLERO
José Félix Tezanos durante un acto este
pasado verano. –
Carlos Luján / Europa Press
El CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) ha perdido crédito. El organismo que se creó para poder recoger de un modo objetivo el sentir de la opinión pública ya no es útil para nuestra democracia. Ha sido instrumentalizado por los partidos que han pasado por el Gobierno y, en esta legislatura, ha alcanzado la sima del desprestigio. La fosa en la que se ha hundido lo convierte en un gasto público prescindible... aunque por eso no pregunten en sus sondeos, claro.
Lleva tiempo la oposición -y no sólo la derecha, sino también el ala más progresista- criticando el modo en que su máximo responsable, José Félix Tezanos, dirige el organismo. El hombre que fuera designado a dedo por el PSOE, extraído de sus mismas filas, ha conseguido forjar un consenso global de rechazo, tanto al modo en que cocina los datos como por los temas por los que pregunta.
Habiendo heredado el ya histórico
e intolerable error de no preguntar por la monarquía, temerosos de que ni
siquiera el cocinado de los datos pueda ocultar la desafección de la opinión
pública hacia tan caduca institución, no hay barómetro del CIS que no genere
polémica y malestar. El último de ellos llegó a preguntar por el resultado del
debate en el Senado que protagonizaron Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, lo
que le valió las encendidas críticas de la oposición. Y no le falta razón.
La utilidad pública del CIS,
aquella con la que nació para servir al funcionamiento de la democracia para
tomar el pulso de la ciudadanía, ha desaparecido. En su lugar, los gobernantes
lo han convertido en su particular agencia de marketing y la oposición en su
arma arrojadiza. El único interés que despierta ya la publicación del barómetro
del CIS es encontrar un nuevo patinazo.
Sus sondeos, sencillamente, no
dan una. Especialmente en lo referido a los pronósticos electorales, la
ciudadanía desconfía del CIS, mostrando una mayor preferencia por los sondeos
de empresas demoscópicas privadas. Tal falta de desprestigio y carencia de
credibilidad no se debe únicamente a la propia acción del CIS, sino a los
principales partidos políticos, que en función de si las estadísticas les
favorecen lo aplauden o tiran por tierra.
El resultado es que a la
ciudadanía le importa un bledo el CIS y todo cuanto publica. No es un tema
menor aunque, inmersos en un clima político tan deleznable, su importancia se
deshace como un terrón de azúcar en el café. Haber perdido el instrumento que
permitía al gobernante conocer cómo recibe el pueblo sus políticas, qué le
inquieta, qué le motiva... supone perder contacto con la realidad y, a la
postre, se percibe tanto en el Gobierno como en la oposición. La caída del CIS
se traduce en la demolición de un pilar de nuestra democracia; tiene más, es
cierto, pero cada vez más temblorosos, más aquejados de una aluminosis
partidista que multiplica las réplicas sísmicas que preceden a un terremoto.
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