martes, 20 de septiembre de 2022

ITALIA, CAPITAL SANTIAGO

 

ITALIA, CAPITAL SANTIAGO

Ante la perspectiva de una victoria de los hijos del fascismo en el país transalpino, no cabe quitarle hierro a sus consecuencias porque los nuevos fachas sean, como Vox, atlantistas y neoliberales

PABLO IGLESIAS

Giorgia Meloni en un acto organizado por Fratelli d' Italia

en la Piazza del Duomo (Milán, Italia).

Hay una lección política que el siglo XX repitió en varias ocasiones: al fascismo le abrió las puertas de par en par la derecha liberal sobre la base de dos principios, el comunismo sería peor y el fascismo “no iba a ser para tanto”. Temo que ese mismo “no va a ser para tanto” aparece ya en algunos análisis sobre Italia.

Hoy el comunismo no representa una amenaza para nadie ni en Italia ni en ninguna parte. No hay ya criadas que se sonrían oliendo el pánico de sus señores temerosos por sus gaznates mientras escuchan cada vez más cerca los cañones de la revolución. Todo lo más, hay algunos gobiernos progresistas en América Latina y algunos partidos de izquierdas diseminados por el mundo, en un contexto geopolítico donde los intereses de empresas multinacionales y Estados han dejado escaso espacio a la ideología y devoran el planeta. Sin embargo, la retórica anticomunista goza de una salud envidiable, y con ella los nuevos fascismos se van normalizando, medios mediante, en todas partes.

 

Hoy, 19 de septiembre, desde las páginas de La Vanguardia, Enric Juliana analizaba con su lucidez habitual un escenario político italiano en el que Meloni, la heredera directa del fascismo italiano (se afilió con 16 años, nada menos que en el partido de Giorgio Almirante, y desde entonces fue ascendiendo en la estructura del posfascismo de MSI y Alianza Nacional) podría encabezar un gobierno de coalición entre dos fuerzas de ultraderecha y el partido de Berlusconi.

 

El análisis de Juliana presenta a Meloni como una admiradora de Almirante, de Fini y de Trump que, sin embargo, no es imbécil (como quizá lo habría sido Salvini) y que no va a cuestionar ni a la OTAN ni las recetas económicas de Draghi, al que presenta como posible tutor del nuevo gobierno facha. Meloni no sería tan peligrosa porque acepta la OTAN y flirtea con Draghi. El problema es que un gobierno no es menos facha por cerrar filas con la OTAN o con el neoliberalismo tecnocrático europeo. Y esto es también una lección histórica del siglo XX.

 

Permítanme hablarles un poco de historia. En los meses previos al golpe de Estado contra Allende, algunos de los principales dirigentes de la Democracia Cristiana chilena viajaron a Italia a encuentros organizados por la Democracia Cristiana italiana. Allí les contaron a sus camaradas italianos que su partido defendía el diálogo con el gobierno de la Unidad Popular, que estaban comprometidos con la democracia, que estaban contra el capitalismo e incluso que estaban a favor de una suerte de socialismo “comunitario”… Pero les deslizaron que quizá el golpe de Estado, en cuya preparación ya participaban, no iba a ser para tanto, y además podría facilitar que les devolvieran el poder. Poco después, los diputados democristianos chilenos votaron junto a la derecha en la Cámara de diputados el infame documento que dio cobertura política al golpe de Pinochet. Al fin y al cabo, el golpe “no iba a ser para tanto”, la derecha chilena no era tan fascista como parecía y la tradición constitucional del ejército chileno estaba fuera de toda duda. El “no va a ser para tanto” operó una vez más.

 

Tras el golpe de Chile, las torturas, los millares de asesinatos y una prolongada dictadura que constitucionalizó el neoliberalismo, cayeron para siempre sobre las conciencias de los democristianos chilenos. Pero ya se sabe que no hay pecado que una confesión secreta no pueda absolver.

 

La memoria histórica es uno de los materiales más valiosos para hacer política, y hoy, ante la perspectiva de una victoria de los hijos del fascismo en Italia, no cabe quitarle hierro a sus consecuencias porque los nuevos fachas sean, como Vox, atlantistas y neoliberales. Y lo mismo cabría decirle a la progresía mediática que se empeña en blanquear y presentar como respetable a un Feijóo al que la historia reserva el mismo rol de conserje del fascismo que tantos moderados y democristianos ejercieron en el pasado. Decir esto no supone legitimar los discursos electorales de un centro-izquierda italiano que vuelve a entonar el clásico “que viene el lobo” y que apela hipócritamente al voto útil sino, simplemente, recordar algunas lecciones de la historia del siglo XX que la izquierda no debería olvidar.

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