EL SILENCIO DE PABLO IGLESIAS
ANÍBAL MALVAR
Pablo Iglesias, en un acto el pasado mes de julio. ALBERTO ORTEGA / EP
Imagino a Pablo Iglesias sentado a la sombra de una higuera en cualquier rincón de la Alpujarra, la silla de paja, el cayado nudoso de olivo entre las piernas, el palillo entre los dientes y la boina hasta las cejas. Está muy quieto. Solo muy de vez en cuando agita una mano para espantar una mosca o un abejorro. Callado. Sumergido en el silencio.
La corleoniana imagen me vino a mientes estos días, después de rebuscar en nuestros periódicos tradicionales y en las teles alguna reseña a la presentación del libro Medios y cloacas del ex vicepresidente (editado por Escritos Contextatarios/CTXT). Salvo por las Dinas y otras fantasías judiciales de ayer y hoy, Pablo Iglesias ya no está en los medios. Ni por sus hechos ni por sus obras. Lo han desterrado a la higuera de la Alpujarra a dormitar despierto. A un dolce far niente irremediable por mucho que haga.
Pensaba escribir
este Repartidor de Periódicos sobre las, previsiblemente furibundas, reacciones
mediáticas a este acontecimiento editorial. Y me encontré la nada. La sombra de
la higuera en la Alpujarra. Un lo demás es silencio horaciano. Indiferencia
total. Vacío y éter. Algunos incluso nos atreveríamos a llamarlo censura, si no
viviéramos en una democracia plena.
Lo primero, porque
un libro del ex vicepresidente de Gobierno, de cualquier ex vicepresidente de
Gobierno, es noticia por obligación. No se le pueden hurtar al ciudadano las
reflexiones, saberes, anécdotas o chorradas que haya escrito una de las
personas que, durante años, han regido sus destinos. Eclipsarlo es un atentado
contra el conocimiento de la Historia (Pablo Iglesias es YA Historia nuestra,
como Aznar y Rajoy) y contra la deontología periodística. No está en juego la
libertad de expresión de Pablo Iglesias, sino nuestro derecho ciudadano a la
información.
Si cualquier ex
vicepresidente de cualquier gobierno español publicara ahora un libro,
cualquier libro, andaría de gira por todos los medios españoles hasta el
agotamiento, recibido por directores y sanedrines de redactores jefes en
agotadoras mesas redondas con café y pastas y sin whiskies (ah, viejos
tiempos).
Me vienen a la
cabeza las presentaciones de los cuentecillos babosos de Ana Botella, o las
memorias de José Bono, un compendio de autocomplacencias, tergiversaciones y
ocultaciones por las que cobró de Planeta 800.000 euros de adelanto, cantidad
que ni hubieran soñado Javier Marías, Vargas-Llosa, el añorado Vázquez
Montalbán ni nadie. El libraco de Bono, por supuesto, no solo no fue un
best-seller, sino que no le interesó absolutamente a nadie, como era
previsible. Supongo que la planetaria editorial, inserta en el grupo
Atresmedia, sabía a quién y por qué pagaba esa ruinosa millonada. Pero el libro
tuvo tan fastuoso y cansino recorrido mediático como el dorado ataúd de Isabel
II. Lo mismo que los botelleros cuentecitos machistas de la aletrada alcaldesa
del spa. Era un no parar de entrevistas y dobles y triples páginas. A Pablo
Iglesias, el tío que mejor conoce las entretelas del primer gobierno de
coalición de nuestra democracia, no lo han llamado ni para insultarlo, con lo
que antes les ponía.
Rebusco en la red y
no creáis que nuestros muy autoproclamados progresistas periódicos digitales se
han volcado, tampoco, en difundir el libro. La conclusión que yo saco es que el
título Medios y cloacas es más que acertado, y que ya hay más cloacas que
medios.
No dudéis de que
este panfletillo rojo de mierda, si sacaran mañana libro el ex vicepresidente
Rodrigo Rato o incluso el melifluo y muy caduco Pablo Casado, correríamos a la
librería a comprarlo, leerlo y analizarlo, y solicitaríamos una entrevista que
el autor no nos concedería. Porque es nuestro deber. Son personas que, en sí,
son noticia. Por mucho que nos desagraden.
¿Y si en lugar de
Pablo Iglesias fuera Vox, me preguntarán mis queridos y desquiciados trolls? Si
alcanzaran cotas de gobierno capaces de influir en el timón de España, por
supuesto que sí. De momento, solo son muletas peligrosamente cojas para
enfascistar el paso del neoliberalismo pepero. Y, además, son ellos los que no
quieren vernos ni en ruedas de prensa.
Como muestra, nunca
tuve reparo en conversar con el fascista confeso Manuel Fraga, a quien pude
extraer declaraciones pero nunca una entrevista (jamás me la concedió). Hasta
en una ocasión cené a su vera, por un premio de guion que me dieron cuando él
era presidente de la Xunta. Hasta los postres no se me pasó el agobio, porque
en todo momento pensaba que el postre iba a ser yo.
Sinceramente, no sé
si Ferreras/Florentino han tenido el poder de orquestar esta sinfonía de
silencios a derecha e izquierda (que sería grave), o si ya somos todos tan
sucios que no merecemos el calificativo de periodistas (que sería peor), y
preferimos no meternos en charcos que evidencien que calzamos pies de barro. Yo
me llevo mis pies de barro a pisar charcos con Pablo Iglesias, y con quien haga
falta, después de estos trágicos silencios. Y, si hay sequía, ya pondré yo los
charcos con lágrimas por mi profesión.
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