EL VELO SE REVELA
El
pañuelo hecho trizas es una metáfora significativa del estado de los derechos
en Irán: la fuerza que moviliza la calle va más allá y se convierte en un grito
de libertad
KARIMA ZIALI
Ha muerto ella, Mahsa Amini, la mujer con el velo a media cabellera. Y su rostro de veintidós años ha inundado las redes, su rostro de redondeces sutiles, de recién llegada a la vida adulta. Sus ojos posando al infinito son una imagen simbólica, una imagen que parece haber despertado la voz semidormida, semidespierta de Irán. Mahsa Amini es la imagen del velo que se rebela contra su imposición y en este acto nos revela algo que merece ser analizado.
En Irán, el velo arde en la calle, se queman sus tejidos en trama y sus hilos son mechas que prenden la vida reprimida, recortada entre las líneas rectas de unos metros de trapo. Cada pedazo de tela ondeando en el aire por una mano de mujer aviva el fuego de una revolución. Es un soplo de peligro, de riesgo, de madurez ante la infantilización de las mujeres.
Mahsa Amini es el
mundo que se descubre a sí mismo ante la brutalidad de una tela que mide el
honor de las mujeres, su clase social y su disponibilidad sexual. Y tal vez por
esto, por definir desde estos parámetros a una mujer, el velo acota en sí mismo
una forma de identidad, una mujer que solo puede ser nuestra, que solo puede
pertenecer a una comunidad de fe si cabe dentro de estos límites.
El cabello de la discordia sexual
El cabello de Amini
asomando por debajo del velo –o más aún, volando al viento–, supone una
transgresión sexual. Una mujer que desvirtúa el espacio público con su
presencia, que logra romper el orden masculino de la calle, que fragmenta la
entereza varonil de una sexualidad siempre débil, siempre a punto de hacerse añicos.
Detrás del velo solo se esconde una sexualidad masculina frágil y vulnerable.
Me pregunto siempre cómo han aprendido los hombres a ser tan endebles ante la
sexualidad femenina. Y sobre todo, de qué forma se ha perpetuado esta
incapacidad sexual masculina por la sexualidad femenina. Su impotencia pone de
manifiesto la violencia que sigue a la frustración con la cual se acercan al
mundo sexual de las mujeres.
Es la evidencia del
horizonte herido de alguien que no ha sabido entender el amor. Esta es la
brecha de la que adolecen muchas sociedades basadas en el islam. Y no porque el
islam sea una nube abstracta sobre la que verter todo nuestro malestar, sino
porque el islam es sus discursos y lo que las personas hacen con el islam. Por
eso que señalo al islam vivo, el que se dicta y el que ocurre y que es en
cierto modo ageográfico, cuando se trata de buscar respuestas a todas estas
preguntas.
En estos espacios
donde el islam recoge a los individuos en un lazo difícil de desatar, llevamos
tanto tiempo relacionándonos a través de un patrón donde prima la alianza
interesada, donde la mujer solo se valora –a sí misma, ante los demás y por los
demás–, en tanto que madre de varones, donde el sexo es una parálisis y un
diálogo sordo, donde el conservadurismo de una identidad nos ha privado de la
libertad individual y de los derechos humanos, donde la madre ordena una
educación segregacionista entre sexos y el padre castiga la desobediencia y los
atisbos de individualidad.
La muerte de Amini
corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo
reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y
controlada, vigilada y censurada, castigada y robada
La muerte de Amini
corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo
reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y
controlada, vigilada y censurada, castigada y robada. Amini ha muerto y ha
dejado una puerta abierta a repensar todos estos viejos interrogantes que en
cierto modo se enfrentan cada día. Irán lo está haciendo en las calles.
En este país,
república islámica insostenible, las mujeres y la juventud de las redes sociales
se atreven a asomarse por debajo de un velo impuesto, gritan en la calle un
lema cargado de honestidad: “¡Mujeres, vida, libertad!”. Tres palabras que
juntas agitan un territorio constreñido desde dentro y desde fuera. Todo un
pulso abierto al restrictivo sistema teocrático que gobierna el país desde esa
aclamada revolución islámica de 1979. El nuevo régimen dirigido por “la señal
de Dios” (ayatolá), parecía que iba a arrojar luz sobre la enorme sombra
económica que engullía al país, resultado de un exacerbado y desbocado
crecimiento al que el sha y sus colegas extranjeros se lanzaron sin cuartel.
Pero esta
revolución del velo se está convirtiendo en una llamada de atención al mundo,
el grito de una sociedad asfixiada a la que debemos mirar y escuchar. El velo
hecho trizas es una metáfora significativa del estado de los derechos en Irán,
por esto mismo la fuerza que moviliza la calle va más allá del velo y se
convierte por encima de todo en un grito de libertad.
De la obligatoriedad a la prohibición del velo
El núcleo principal
de este movimiento atañe al pueblo de Irán sin ninguna duda. Es la lucha que
deben librar; las calles son suyas y la fuerza que se despliega en ellas nace
de sus entrañas. Desde territorio europeo, se me ocurre que todo ello es una
oportunidad de analizar precisamente la forma con la cual abordamos la cuestión
del velo.
Una de las imágenes
más significativas de la república del ayatolá es el cuerpo de mujeres que
forman parte de la policía moral. Ataviadas en su chador negro, sin un pelo
asomando por la frente y con calzado oscuro, aderezado en los últimos tres años
con unas mascarillas que parecen casar a la perfección con sus uniformes. Ellas
son el brazo eficaz de las denuncias por comportamientos inmorales de las mujeres
o carentes de decoro o tal vez de todo aquello que les genere un escozor
impronunciable. Mujeres vigilando mujeres. Tal vez sea la paradoja más
significativa sobre la cuestión del velo.
Salvando las
distancias con este cuerpo policial, pero manteniendo el principio de
vigilancia y juicio, el uso del velo en Europa se ha convertido en un foco de
sobreexposición mediática, en un nido de opinión pública donde lo importante es
decir algo (tal vez, lo que sea). Llevar el velo es estar en el punto de mira.
Pienso que quienes
mejor saben o intuyen que la muerte de Amini es el resultado de una vieja
violencia, son precisamente las mujeres que llevan el velo por ser una acción
nacida de su voluntad individual. Y aquí es donde se vuelve todo delicado, no
solo porque parece que estas mujeres no existan, sino porque parece que llevar
velo implique posicionarse en contra de las mujeres para quienes esta prenda ha
sido impuesta. Parece que su velo sobre la cabeza se convierte en una especie
de traición y de posicionamiento patriarcal.
Pero yo diría que
su velo es el velo de la verdad. Ellas, que cada vez se esconden menos, han
hecho del velo un poder sexual, parecen decir “mi velo es consentido y por eso
tiene valor”. Esto es tal vez lo que conmociona de Amini, que su velo
descolocado es el velo de la impotencia y de una sexualidad aprisionada. Su
gesto de mostrar parte de su cabello fuera de éste, era la forma de expresar el
poco valor que tenía para ella esa prenda y lo mucho que suponía desvelar su
cabello, porque éste sí era su poder sexual femenino que no quería esconder.
Sin embargo, qué
distinto es cuando esa misma prenda parece ser una extensión de la piel, una
tela que deviene células y que sin ella no habría yo, y que sin ella no habría
oportunidad de ser visible. Esto también es el velo para quienes lo adoptan
desde un significado que las hace valedoras de una forma de relacionarse con el
cuerpo que, para quienes no lo usamos, nos resulta arduamente complejo de
entender. He conocido a muchas mujeres que hacen del velo su fortaleza, una
especie de campo de dominio y control que se acciona desde dentro. El velo es
su cuerpo. Para Amini, muy posiblemente, más que una continuidad de su piel, el
velo era un cuerpo extraño al que no consentía sobre su pelo ni sobre su tez y
del que trataba de escapar como podía. Que Amini haya muerto por no llevar bien
colocado el velo manifiesta precisamente la incapacidad de entender el poder de
decisión de las mujeres respecto al velo y de imponer un cuerpo al que muchas
no desean acceder.
Esta es la lección
que en parte deja Irán. No se trata de polarizar el discurso entre el velo por
obligación y el velo por voluntad, ni siquiera se trata de reducirlo todo al
velo impuesto. Sino más bien de cuestionarse si el ejemplo de Irán no nos lleva
a reflexionar sobre lo cerca que están la obligatoriedad del velo y la
prohibición del velo y que por encima está la libertad individual de vivir
(escoger, equivocarse, decidir, errar...), ya que eso es el principio de
madurez de una sociedad que supera las imposiciones y las prohibiciones.
Pienso, viendo las
imágenes que nos llegan de Irán, ¿qué distancia hay entre la imposición y la
prohibición de esta tela?, ¿qué distancia hay entre la exigencia legal de
acudir al colegio con el velo y la contraparte que impide por ley acudir a la
escuela con el velo?
La obligatoriedad
del velo es en cierto modo equidistante a su prohibición. Ambos movimientos
generan el movimiento opuesto: imponer, implica deshacerse del velo;
prohibirlo, implica hacerse con el velo
La obligatoriedad
del velo es en cierto modo equidistante a su prohibición. Ambos movimientos
generan el movimiento opuesto: imponer, implica deshacerse del velo;
prohibirlo, implica hacerse con el velo. Vale la pena reflexionar sobre ambos
extremos, porque uno retroalimenta al otro, uno incita al otro en una relación
de codependencia. Ambos están movidos por la misma fuerza de restricción del
cuerpo, uno velando y el otro desvelando, uno cubriendo y el otro descubriendo;
al fin y al cabo se trata de constituir de forma pública un discurso sobre la
sexualidad de la mujer y sus forma de identificarse. Evitando, ambos discursos
por igual, abordar la capacidad de decisión y de liberación de la mujer como
ejercicio de su individualidad. Es evidente que en este movimiento resultaría
absurdo manejar los conceptos de aciertos y desaciertos y solo es válido
atender a lo que ocurre, es decir, al desarrollo abierto al que está sometido
el uso del velo.
En la trinchera del
discurso único, se nos escapa la historicidad del velo y esto significa, la
posicionalidad con la que muchas mujeres se relacionan con esta prenda. El velo
más allá de un estado, es un proceso, un lugar de conflicto, de tensión para
quien lo lleva y para quien no lo lleva y solo lo ve llevar. El velo es un
espacio de revolución y nace de la voluntad de confrontar su significado, esto
está en el horizonte de todas las mujeres, puesto que atañe a su sexualidad y
su cuerpo desde el cual se implican en el mundo.
Amini ha sentado un
precedente acerca de la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres en
Irán. También en el resto del mundo. En Europa, diría que sirve para hurgar en
una herida que siempre se ha tratado de cicatrizar de dos formas: prohibición o
permisividad. Pero la brutal muerte de Mahsa Amini, es una dolorosa oportunidad
para poner el foco en la polarización de los discursos sobre una tela que ha
adquirido un protagonismo por su tremenda visibilidad pública.
Todos los discursos
sobre la cuestión del velo están amparados por lo que conviene a las mujeres.
Es el juego del eterno paternalismo del que solo se puede una emancipar tomando
un camino de responsabilidad con las acciones que lleva a cabo. Siempre he
confiado en la acción individual y en la fuerza de la acción colectiva, por muy
lentos que sean los resultados y por muy difíciles de digerir que puedan ser
las muertes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario