GUERRA EN EUROPA Y FASCISMO EN ITALIA
ANÍBAL MALVAR
El presidente de Ucrania,
Volodímir Zelenski, durante una entrevista con Reuters, en medio del ataque de
Rusia a Ucrania. -REUTERS
Siempre he pensado que frivolizar es el camino más corto hacia la felicidad y el conocimiento. La seriedad es la herramienta que usan los mediocres para disimular su vacuidad intelectual. Cada epigrama vacilón de Oscar Wilde o Ambrose Bierce contiene más sabiduría que la obra completa de muchos filósofos. Porque el conocimiento es insensato y risueño: su fuerza motriz es la negación de los dogmas, la apostasía de los conocimientos científicos trabajados por los predecesores, la violación sistemática del endecasílabo, el asesinato en serie de todos los dioses.
Por eso sé que
moriré infeliz e ignaro, pues los tiempos en que vivo me dejan poco margen para
cultivar la frivolidad.
Buceo en twitter y
me encuentro a Unai Sordo comentando una noticia de El País: "DART nos da
una herramienta para proteger la Tierra de un asteroide". Responde el
epigramático secretario general de CCOO: "El día que sepamos protegerla de
los terrícolas, nos salimos".
Ponerse melancólico
es sencillo cuando hay guerra en Europa y fascismo en Italia. No puedo dejar de
relacionar ambos acontecimientos. Sucedió hace un siglo con la llegada de
Mussolini al poder en 1922. La guerra de los Balcanes entre 1991 y 2001 tenía
componentes étnicos y religiosos que hacían imposible no compararlos con los
genocidios nazi-fascistas o la deshumanización criminal estalinista. Desde
aquella guerra yugoslava, el neofascismo que no quiere ocultar su nombre fue
medrando en toda Europa, hasta instalarse hace unos días en la cuna de nuestra
civilización. En la Roma de Séneca y Cicerón hoy impera el pensamiento de
Giorgia Meloni.
Ya he escrito
alguna vez que, en los últimos años, los científicos han ido percibiendo una
desescalada progresiva del cociente intelectual de las nuevas generaciones (no
solo las del PP). Somos más tontos, más manipulables, más fascistas a pesar de
que vivimos con un acceso a la información que ninguno de nuestros antepasados
soñó nunca gozar.
Hoy mismo, el
pueblo europeo no sabe si la destrucción del gasoducto báltico es cosa de la
OTAN o de Putin. Volodimir Zelenski es considerado un héroe resistente
contemporáneo por buena parte de la opinión pública, a pesar de que no se cansa
de posar con símbolos nazis incluso en fotos oficiales. No exigimos saber, y
eso nos va a matar con más implacabilidad que cualquier asteroide.
A veces parece que
la OTAN -o sea, EEUU- nos ha ido montando desde hace varios años esta guerra
con Rusia para destruir toda posibilidad de una Europa más unida y libre. Que
Putin, financiador del neofascismo europeo, está también encantado con el
olor a sangre en la civilización más
avanzada del planeta, no es un secreto para nadie. Que como corolario a esta
guerra nos salga de ella un fuerte renacimiento neofascista, no parece tampoco
preocupar a nuestros aliados del otro lado del Atlántico. Ellos nos trajeron la
crisis de 2008 -nuestro 1929 prebélico-; después la pandemia frenó la
recuperación; superado el coronavirus, consideraron oportuno azuzarnos hacia
una guerra evitable.
Demasiados años de
descontento y carencias básicas. El caldo de cultivo ideal para que el fascismo
cancere nuestras sociedades.
Ya digo que voy
perdiendo el sabio don de la frivolidad. Como mucho me puedo reír con San Chin
Choon, el de las mascarillas de Almeida,
hasta que reparo en el hecho de que bajo su advocación nos han engañado
los oligarcas de siempre, los vividores de la opulencia, los eternos impunes de
rancia estirpe.
En este club de la
tragedia me alío con Unai Sordo: señores del DART, dejen de currar, por favor,
que yo también prefiero el asteroide.
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