DEUDOCRACIA
CÉSAR MANZANOS BILBAO
Estas deudas nos gobiernan y obligan a estar en manos de los bancos en forma de hipoteca, de los países enriquecidos en forma de intereses de la deuda
La mayor parte del tiempo, salvo cuando disfrutamos del sueño profundo, vivimos digiriendo o, en el mejor de los casos, gestionado las consecuencias de aquello que hemos hecho, o no hemos hecho, resultado de decisiones impropias que, si de antemano hubiéramos adivinado sus efectos, no las hubiéramos tomado. Nuestro breve existir transcurre cargando sobre las espaldas con mochilas repletas de piedras, sin saber si nos corresponde llevarlas. Si tratamos de deshacernos de ellas, nos asalta una mezcla de sentido de la responsabilidad por haberlas adquirido, y de culpabilidad por estar en deuda con los acreedores que nos las facilitaron.
Estas deudas nos gobiernan y obligan a estar
en manos de los bancos en forma de hipoteca, de los países enriquecidos en
forma de intereses de la deuda, de las relaciones de pareja en forma de
matrimonio o de separación, de nuestros patrones en forma de explotación
laboral y, cómo no, de la política institucionalizada en forma de cesión de
principios en aras de perseguir pequeños cambios dentro de las estrechas
coordenadas que nos permiten adversarios mucho más poderosos.
Cuando reivindicamos la memoria
lo hacemos para lograr, a través del reconocimiento de los errores, la
reconciliación, que no es más que aprender del pasado y olvidar. Precisamente,
tal y como expresó Nietzsche en la genealogía de la moral, sin esta capacidad
de olvido no puede haber ni felicidad, ni alegría, ni orgullo, ni presente. O
nos apeamos del tren de las deudas, de los reproches, de las claudicaciones, en
definitiva, de la culpa, de la mala conciencia, o seguiremos mutándonos en
pérfidos gusanos infectados por el resentimiento, por la insaciable sed de
venganza, por la bilis de la impotencia y la frustración. Continuaremos al
servicio de nuestros avispados acreedores financieros, emocionales, políticos o
laborales que han instaurado a la largo de la historia la deuda como forma de
gobierno de nuestras vidas, y el sufrimiento para saldarlas, como condena
perpetua a la insatisfacción en la cárcel del eterno deber.
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