LA CAÍDA DEL MURO CAPITALISTA
Como en la crisis de 2008, en los próximos
tiempos volverán a intentar que lo público, ese actor inútil cuando las cosas
van bien, salve los muebles para que el mundo siga girando
GERARDO TECÉ
Fotograma de El club de la lucha (1999).
Como Tyler Durden y Marla Singer observamos por la ventana el derrumbe de las torres que forman nuestro paisaje. Aunque los protagonistas de la mítica escena de El Club de la Lucha (1999) nos daban la espalda, no hacía falta verles las caras para saber que, mientras todo saltaba por los aires, ellos se encogían impactados. Fuera de la pantalla nada es igual. Septiembre del año 22. Asistimos desde casa al derrumbe de las grandes torres capitalistas, las teorías de la mano invisible con las que han crecido varias generaciones están colapsando. Lo percibimos como el que ve llover, como se decía en épocas en las que llovía. El mayor derrumbe ideológico desde la caída del Muro de Berlín nos ha pillado con un grado de imperturbabilidad que no salvarían ni los Pixies sonando de fondo. Y es que no hay quien mantenga la atención a este ritmo de dos fines del mundo por semana.
La mano invisible regula y ordena
la economía, así que toda intervención del Estado es un incordio y un freno
para el desarrollo, nos aseguraron durante décadas los grandes gurús del
capitalismo desmelenado. Hoy tenemos la certeza de que siempre mintieron. Ha
quedado demostrado que la intervención estatal, lejos de ser un incordio o un
freno, es hoy la única tabla de salvación cuando vienen curvas. Si era cierto
que la mano invisible ordenaba la economía, deberían habernos explicado
entonces la economía de quién ordenaba, porque la de las familias siempre ha
sido un desorden continuo con la mano invisible apretándoles el cuello. Hoy
nadie se lo cree. Si no te emociona ver a la derecha española dando por muerta
su teoría económica, pidiéndole al gobierno que intervenga en este y aquel
sector, es que no tienes corazón. Ni sentido del humor. Austria limita el
precio de la electricidad poniéndole un tope de 10 céntimos el kilovatio/hora.
Escocia prohíbe los desahucios y limita el precio de los alquileres. Francia
nacionaliza la mayor compañía eléctrica europea. España interviene el mercado
laboral prohibiendo despidos durante la crisis y negocia con las grandes
superficies de alimentación rebajas en sus márgenes de beneficio. Europa
limitará precios en el mercado energético. Medidas imposibles hasta hace nada
por las cuales uno era calificado como peligroso comunista. Entre los escombros
del derrumbe puede escucharse a los gurús silbando en modo disimulo. Asegurando
que es algo temporal, que es lo que aseguran las parejas que se dan un tiempo
para hacer la ruptura menos dura.
Como el Muro de Berlín, el muro
capitalista que hoy se derrumba siempre estuvo bien vigilado y protegido por
especializados francotiradores dispuestos a neutralizar a quien se atreviese a
cruzarlo. Al otro lado no hay nada, gritaban fusil en mano no fuese a haber
algo mejor que esto más allá. Ya estamos en más allá. Hoy, con el muro
capitalista lleno de grietas, sabemos que la mano invisible no regulaba nada,
sino que pactaba precios en sectores controlados por los dueños de los
productos básicos. Que los precios no variaban según la aséptica ley de la
oferta y la demanda, sino que lo hacían en función de cuánto decidían engordar
sus cuentas a final de año las grandes empresas. Hoy sabemos que el modelo
ultraliberal es inútil para hacer frente a los grandes problemas, cuando no
culpable de ellos. La teoría capitalista se ha derrumbado, pero el capitalismo
sigue gobernando. Como en la crisis de 2008, en los próximos tiempos volverán a
intentar que lo público, ese actor inútil cuando las cosas van bien, salve los
muebles para que el mundo siga girando. En el próximo giro, intentarán que nada
haya cambiado. Igual lo consiguen, quién sabe. Pero para entonces ya sabremos
que la teoría sobre la que se sostiene el modelo neoliberal se ha demostrado un
fraude. Igual para entonces algunos dejan de repetir aquello de vete a vivir a
Cuba por exigir acceso a bienes básicos. A Cuba o a cualquier otro país
europeo, podríamos responderles.
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