EL GRAN TEATRO DEL CONSEJO
DEL PODER JUDICIAL
La
negativa de los guardianes del funcionamiento del poder judicial a cumplir la
ley tiene efectos demoledores sobre la estabilidad democrática
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
CGPJ, bloqueo conservador
El edificio que ocupa actualmente el Consejo General del Poder Judicial en la calle Marqués de la Ensenada de Madrid fue en tiempos la sede del Teatro París, donde, según los historiadores, se estrenó en España la Quinta sinfonía de Beethoven. Fue pasto de las llamas y sobre su estructura se reconstruyó el actual edificio que primero albergó al Ministerio de Trabajo y posteriormente el Liceo Francés. Los visitantes pueden comprobar que todavía sobrevive el diseño del teatro en la distribución de los despachos y oficinas.
En el año 1990, el
Consejo del Poder Judicial se instala definitivamente en su actual sede de
Marqués de la Ensenada. Desde entonces, sobre los restos del antiguo teatro, se
han escenificado muchos acontecimientos y reuniones, resoluciones y confabulaciones.
No pretendo hacer una recopilación de todo el amplio repertorio. En mi opinión,
en estos momentos, la pieza teatral que se está representando en el histórico
teatro, desde hace casi cuatro años, se parece más a un sainete que a la
inmortal sinfonía de Beethoven. Según los analistas, no acapara excesivamente
la atención del público, pero tiene enfervorizada a la crítica. Las opiniones y los juicios sobre los
estrenos teatrales tienen sus secciones especializadas en los medios de
comunicación. El esperpento constitucional provocado por el PP y sus
correligionarios, instalados en los cómodos sillones en los que los vemos
retratados, ha pasado a ser el menú obligado en cualquier tertulia que se
precie e incluso encabeza, con gruesos titulares, las primeras páginas de los
medios de comunicación. Casi con el mismo tipo de letra que la guerra de
Ucrania o el fallecimiento de la reina Isabel II.
Pero vayamos a los
hechos y a la trama. Título de la obra: El motín del Marqués de la Ensenada.
Acto I. El 3 de
agosto de 2018, el presidente del Consejo General del Poder Judicial,
cumpliendo con las previsiones legales, remite a la señora presidenta del
Congreso de los Diputados y al señor presidente del Senado, el acuerdo por el
que se pone en marcha el sistema previsto en la Ley Orgánica del Poder Judicial
para proceder a la elección por los jueces y magistrados de los candidatos para
ser nominados como aspirantes y luego ser elegidos por los tres quintos de los
componentes de ambas cámaras. El 27 de
septiembre de 2018 se envía la lista de los 51 miembros de la carrera judicial
que aspiran a las doce vocalías que establece la Constitución. Pasaron todos
los trámites de las comparecencias en las respectivas comisiones de Justicia y
quedaron a la espera de ser votados. Por lo tanto, el trámite parlamentario ya
está abierto y corresponde cerrarlo a los miembros de la Cámaras.
El espectador
neutral que haya seguido las peripecias de la trama habrá detectado que la
parálisis se debe a la programada y calculada táctica dilatoria urdida por el
Partido Popular.
Acto II. Los
actores principales deberían haber completado, en un tiempo razonable, la
investidura de los candidatos. El próximo 27 de septiembre se cumplirán cuatro
años de retraso. El espectador neutral que haya seguido las peripecias de la
trama habrá detectado que la parálisis se debe a la programada y calculada
táctica dilatoria urdida por el Partido Popular. En el escenario se puede ver
cómo los dirigentes del partido barajan todas las posibilidades para conseguir
su objetivo final. Hasta la renovación disponen de una mayoría suficiente para
controlar los nombramientos que
corresponden al órgano de gobierno, fundamentalmente los magistrados del
Tribunal Supremo y los presidentes de los Tribunales Superiores de justicia.
Después de unos escarceos iniciales, en los que parecía que se había llegado a
un acuerdo, el PP se dio cuenta del error de haber otorgado la mayoría al
sector progresista por lo que decidió dinamitar el acuerdo, ordenando al senador
Coisidó la difusión de su famoso whatsapp. Ciertamente, el dinamitero, con su
texto, y el señor Marchena, con su renuncia a una presidencia que nadie le
había otorgado, no estuvieron muy afortunados en sus respectivos papeles. Se
baja el telón y termina el segundo acto.
Acto III. Se alza
el telón y los espectadores pueden escuchar la conversación de los dirigentes
del Partido Popular, sentados alrededor de una mesa, barajando las
posibilidades que ofrece la situación excepcional planteada por la pandemia y
otras tensiones añadidas. Cualquier excusa, incluso la más infantil, es válida
para negarse a la renovación. El viento de las encuestas sopla a su favor y
deciden dar el golpe definitivo. Se trata de agotar la legislatura sin realizar
la renovación o, en todo caso, confiar en que la salida de la pandemia, la
invasión de Ucrania y la inflación, provoquen un terremoto político, como el
que se vivió en las últimas elecciones andaluzas, que pongan al gobierno contra
las cuerdas, forzándole a convocar elecciones anticipadas. Alguien entra
apresuradamente en escena y comunica a los asistentes que el Gobierno, con sus
apoyos parlamentarios, ha decidido modificar la Ley Orgánica del Poder
Judicial, privando al Consejo, en funciones, de la posibilidad de realizar
nombramientos.
Aquí debería haber
terminado la función, pero irrumpen otros personajes que dan un giro inesperado
al tinglado de la antigua farsa.
Acto IV. Desde el
24 de junio está pendiente la renovación de cuatro magistrados del Tribunal
Constitucional, dos de los cuales
corresponden al gobierno y otros dos al Consejo General del Poder Judicial. El
presidente del Tribunal Constitucional, González Trevijano, insinúa que si no
se puede nombrar a los dos magistrados que le corresponden al Consejo, el
Gobierno tampoco puede nombrar a los dos de su cuota. El señor González
Trevijano nunca ha comparecido ante los medios de comunicación para defender la
peregrina tesis de que la Constitución obliga a que los dos magistrados que le
corresponden al gobierno tengan que ir conjuntamente, en un bloque sólido e
indivisible, con los dos del Consejo para que su elección sea válida. Semejante
dislate es impropio de un jurista de tan alta alcurnia, aunque su reciente y
rotunda afirmación de que “el derecho es conservador” da pie para esperar
cualquier barrabasada jurídica.
Así las cosas, el
Gobierno decide cambiar el guion, autorizando al Consejo del Poder Judicial en
funciones, de forma excepcional e innecesaria, a nombrar los dos magistrados
del Tribunal Constitucional que le corresponden. La Constitución le permite,
desde el momento de la caducidad del mandato de los dos magistrados
gubernamentales, elegir a los que le corresponden sin necesidad de esperar a la
decisión del Consejo, que es absolutamente autónoma.
Esa modificación de
la Ley Orgánica del Poder Judicial se produce, una vez más, con el apoyo
mayoritario y abrumador de los grupos que sostienen al actual Gobierno. Se
trata de una norma discutible, pero en todo caso, absolutamente legal y de
obligado cumplimiento. Se fija el día 13 de septiembre como plazo final para
alcanzar un acuerdo. Siguiendo el mandato obstruccionista de sus superiores,
ocho vocales, se supone que juristas de reconocido prestigio y con sentido de
la ética y de los principios democráticos, deciden amotinarse, negándose a
cumplir lisa y llanamente la ley.
Incomprensiblemente
reciben el apoyo de la prensa conservadora. ¿Se imaginan ustedes a la prensa
conservadora británica alentando y jaleando dicha insurrección? El Código Penal
considera sediciosa la conducta de los que se rebelan contra el cumplimiento de
la ley, agravando la pena cuando se trata de personas investidas de autoridad.
Antes de que algún improvisado jurista salte a la palestra, recordándome que el
Código exige el alzamiento público y tumultuario, le recomiendo la lectura de
la sentencia del Tribunal Supremo que condena a los dirigentes políticos
catalanes como autores de un delito de sedición. En ella se dice textualmente
que “una interpretación actualizada de ese alzamiento público que abarque la
interconexión de miles de personas que pueden actuar de forma convergente, o
sin presencia física a través de cualquiera de los medios que ofrece la actual
sociedad de la información” En fin, dejemos las disquisiciones para otros
momentos. Lo realmente grave, con efectos demoledores sobre la estabilidad
democrática, es la negativa de los guardianes del funcionamiento del Poder
Judicial a cumplir la ley.
Aquí no ha pasado
nada ni pasará porque, como dicen algunos, vivimos en una de las democracias
más modélicas y consolidadas del orbe mundial. Bajamos el telón y a esperar
acontecimientos.
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