EL COMODÍN ANARQUISTA
Las
apelaciones al anarquismo resuelven de manera falaz un conflicto que el
socialismo español se niega a afrontar: la imposibilidad de que España sea una
verdadera democracia mientras siga siendo una monarquía
XANDRU FERNÁNDEZ
Carmen Calvo, durante el programa El Ágora
Ni republicanos ni monárquicos: anarquistas. Es lo que son los españoles según la exministra Carmen Calvo, a cuyas muchas virtudes tenemos que añadir ahora una insólita visión de rayos X reveladora de identidades nacionales. Lo dijo en la radio, ese lugar donde a altas horas de la noche conversan ex altos cargos del gobierno sobre todo aquello que creíamos que sabían cuando no hablaban de ello (ahora sabemos que tampoco saben de eso). Y lo dijo con ese tono entre chulesco y doctrinario que es marca de fábrica de los notables del PSOE desde los tiempos de Alfonso Guerra: para qué vas a decirlo como una persona normal pudiendo decirlo como si llevaras encima media docena de jotabés con cocacola.
Como a esas horas no hay personal de guardia en las cátedras de lógica, nadie
advirtió a la exministra de que las esencias nacionales, en caso de que
existan, tienen que ser, por definición, esenciales, renuentes a dejarse
condicionar por la experiencia, por lo que no tiene mucho sentido decir, como
ella dijo, que a los españoles los define su condición anarquista y, a la vez,
que esta procede de sus malas experiencias con las repúblicas y las monarquías
(de diez años en el primer caso y de quinientos, aproximadamente, en el segundo,
pero que vivan las comparaciones arriesgadas). Paradoja inextricable, prima
hermana de la “república coronada” de Guerra o del “republicano de corazón,
pero monárquico de razón” de Pérez-Reverte. Otro milagro del régimen del 78,
que no solo alumbró una épica y una estética sino también, ya lo ven, una
semántica.
Al anarquismo se
llega desencantado de casa o no se llega: esa es la actitud que desde que tengo
uso de razón han alentado los intelectuales y artistas de la familia
socialista. De hecho, la fantasía hedonista que aquí pasa por anarquismo es un
producto manufacturado en las décadas de los setenta y ochenta por influyentes
pegaletras como Savater o Sánchez Dragó y contestado, desde ópticas muy
diferentes, por Agustín García Calvo y Carlos Díaz, que se dieron perfecta
cuenta de lo que se estaba fabricando: un anarquismo de plexiglás para uso y
disfrute de las clases más o menos cultivadas, incompatible con la tradición
política y sindical del anarquismo español que por esas mismas fechas estaba
siendo reducido a cenizas.
La familia
socialista sigue fiel a los principios felipistas de que a quien hay que
disciplinar es al contingente de asalariados
El anarquismo es el
oso domesticado de la política española: se lo saca a hacer un truco de vez en
cuando, a ponerse sobre dos patas para que todos admiremos lo letal que podría
llegar a ser, pero en seguida se lo devuelve a la jaula, donde se lo deja a
solas con sus recuerdos de un pasado glorioso. En ocasiones propicias (y esta
tertulia radiofónica debió de ser de esas), el anarquismo es el comodín que
resuelve de manera falaz un conflicto que el socialismo español se niega a
afrontar: la imposibilidad de que España sea una verdadera democracia mientras
siga siendo una monarquía. La invocación del anarquismo es un artificio
retórico cuya función es la misma que la del rey como garantía de estabilidad:
no lo toques, no sea que se caiga ese castillo de naipes que nos hemos dado
entre todos. Si algún día llegáramos a creernos que la gente que vive en España
es de naturaleza ordenada, seria, eficaz y reflexiva, cabría que nos
preguntáramos por qué esa gente no puede decidir quién quiere que sea el jefe
del Estado. En consecuencia, si por alguna razón estamos cómodos con que todo
siga como está, nos conviene insistir en que el llamado pueblo español es una
masa de individuos caprichosos, indisciplinados, narcisistas y volubles, que
nunca podrán construir nada salvo que se lo den todo atado y bien atado.
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