JAVIER MARÍAS, REY DE REDONDA
DAVID TORRES
El
escritor Javier Marías. EP
Javier Marías ha tenido la desgracia de morirse unos días después de la reina Isabel II de Inglaterra, un maremoto mortuorio que ha anegado cualquier otro fallecimiento y ha opacado todas las demás noticias, no digamos ya los obituarios fúnebres sobre un escritor en un país tan poco literario como España. Aquí la reina de Tabarnia, Isabel Díaz Ayuso, se apresuró a decretar tres días de duelo por una soberana extranjera y completamente ajena a la cultura madrileña, mientras que, a las siete de la tarde de hoy domingo, once de septiembre, apenas ha tenido tiempo siquiera de tuitear un mensaje de condolencia por la muerte de un auténtico rey, un monarca de las letras hispánicas, el rey de Redonda.
Lo del Reino del
Redonda es una especie de broma literaria que Marías relató en Negra espalda
del tiempo, un volumen de 1998 en el que juega con ciertos detalles
autobiográficos, se adentra en las entrañas de su novela Todas las almas y se
adelanta varias décadas al auge de la llamada autoficción en castellano. Con la
excusa de esa monarquía ficticia, Javier Marías se dedicó a otorgar títulos
nobiliarios a diversas personalidades de la cultura española y mundial,
empezando por el cineasta Pedro Almodóvar y el poeta John Ashbery, y siguiendo
por un puñado de cineastas, artistas, escritores e intelectuales entre los que
se cuentan Francis Ford Coppola, Fernando Savater, Ian Michael, Antonio Lobo
Antunes, John Coetzee, Alice Munro, Antony Beevor, Umberto Eco, George Steiner,
Milan Kundera, Mario Vargas Llosa o Ray Bradbury. Si tengo que elegir entre la
monarquía británica y el Reino de Redonda, no tengo la menor duda de dónde
están mis simpatías.
Vaya por delante la
verdad: no me gustan las novelas de Javier Marías, más aun, no las soporto, una
animadversión que comparto con varios amigos íntimos, pero que verdaderamente
no importa. Esa exasperación que algunos sentimos al enfrentarnos a una página
de Corazón tan blanco o de Mañana en la batalla piensa en mí, puede ser, con
toda seguridad, una carencia nuestra, pero también la certeza de que hemos
topado con un escritor de pura raza, un novelista poseedor no sólo de un estilo
sino de un mundo propio. Por lo demás, de alguien bendecido por toda la crítica
internacional, candidato al premio Nobel, merecedor del premio Rómulo Gallegos,
del Nelly Sachs, del Formentor y del Fastenrath entre varios galardones
nacionales e internacionales, sólo cabe asegurar que la equivocación es toda
nuestra.
En el prólogo de
uno de los libros suyos que adoro sin reservas, Vidas escritas, Marías explica
que ha preferido glosar únicamente autores extranjeros muertos, y entre las
razones por las que no ha incluido ningún español se detecta una nota de
tristeza cuando señala las "numeradas y variadas ocasiones en que se me ha
negado la españolidad por parte de algunos críticos y colegas indígenas (tanto
en lo que se refiere a la lengua como a la literatura como casi a la
ciudadanía)". El libro es una imperecedera colección de retratos
literarios, un panteón de escritores perfectos entre los que se cuentan algunos
de sus ídolos mayores -Conrad, Faulkner, Nabokov- y algunos otros que no le
caen simpáticos -Thomas Mann, Mishima-. No sólo rezuma sabiduría y pasión por
la literatura en cada frase y en cada página, sino que remacha la evidencia de
que Marías es un traductor de primera clase, algo que demuestran sus versiones
de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, la magna novela de Laurence
Sterne; de Autorretrato en espejo convexo, el prodigioso poema de John Ashbery;
o de El espejo del mar, el fabuloso libro de memorias marineras de Joseph
Conrad.
De esa paciente
labor de traductor proviene, creo, la sospecha de que el lenguaje es una
herramienta resbaladiza y peligrosa, un artificio en perpetua mutación que hace
de su narrativa un terreno de arenas movedizas. Pienso ahora, al releer el
impresionante comienzo de Corazón tan blanco (ese padre que acaba de oír la
detonación de la pistola con que se ha matado su hija y que no sabe qué hacer
con el bocado que se ha metido en la boca) que probablemente yo haya leído mal
a Marías, que probablemente no haya sabido leerlo. En cualquier caso, eso poco
importa.
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