MONARQUÍAS QUE MATAN (NEURONAS)
ANÍBAL MALVAR
No voy a negar que, en estos días de británico luto, me ha reconfortado observar que no solo los monárquicos españoles son tremendamente papanatas. Televisiones, radios y panfletos escritos se han llenado de llorosos británicos de apariencia sana y normal, incluso culta, moqueando por una anciana de la que nunca supieron nada. Porque en eso basó Isabel II la solidez de su reinado: en el hermetismo más absoluto. Los británicos (solo el 20% son republicanos) la adoraban por su lejanía, por su elegancia al sostener la taza del té, por su innegable belleza juvenil y por sus sombreros. Lo demás fue silencio y discursos escritos por los sucesivos gobiernos que jalonaron su reinado. Hasta le perdonaron que, con su fortuna de 88.000 millones de dólares, financiara el juicio y la condena (14 millones) por pederastia a su menos discreto hijo, el príncipe Andrés, que se conoce que no se conformaba con las cortesanas y cortesanos que frecuentan el palacio de Windsor.
No soy Jaime
Peñafiel ni experto en la materia coronaria, pero observo que los países con un
pasado imperial (España y Reino Unido) somos más propensos al cenutrismo
monárquico como representación de una gloria que no vivimos más que en los
manipulados libros de historia escolares, gloria maquillada y ficticia,
extirpada de cualquier atisbo criminal y codicioso. En nuestro país, a nadie se
le ocurre leer a Fray Bartolomé de las Casas, Crónicas de Indias, para no
mancillar el mito de una conquista educadora y amable, consistente en el
simpático intercambio de oro por baratijas y en el piadoso intento de
albafetización de los indiecitos.
En nuestro
valleinclanesco ruedo ibérico, el elegante deceso de la reina británica ha
dejado algunos detalles de clave interna. Escuché en no sé qué radio o
televisión (estos días todas me parecieron iguales) a mi buen ex compañero y
fugaz director de El Mundo, Pedro García Cuartango, hoy columnista de ABC,
lloriquear porque no ve en España consenso similar al de los británicos
alrededor de la monarquía, en velada pero clara alusión a los súcubos de
Podemos y a los diabólicos separatistas.
Se le podría
responder que nunca pillaron a Isabel II matando elefantes en Botsuana a cargo
del erario público, ni presuntamente revistiendo de billetes negros de a millón
las desnudeces avariciosas de sus muchas amantes.
Pero el esperpento
hispano alcanza su cénit, como no podía ser de otra forma, con la declaración
de luto oficial en Madrid y Andalucía por parte de Isabel Díaz Ayuso y Juanma
Moreno Bonilla. Hasta el ultramonárquico y torcuatiano diario ABC se ha
escandalizado ante semejante despropósito. Aunque sin citar a Gibraltar, esa
rémora colonialista británica que nos mantiene instalado un paraíso fiscal en
una esquina de la piel de toro.
Titula ABC su
editorial al respecto: "Ayuso y Moreno se equivocan". Y apostilla:
"No hay ninguna razón solvente para decretar luto oficial autonómico por
el fallecimiento de Isabel II". Por descontado, puestos a repartir
hostias, a continuación la más grande se la lleva el bello Pedro: "No hay
ninguna razón solvente para que así sea, ni siquiera dejar en evidencia a
Sánchez por la falta de una respuesta similar del Gobierno de la nación al
óbito de la Reina británica. Sánchez ya da suficientes motivos de inacción o
torpeza institucional en tantos asuntos y este de poner de luto a parte del
Estado no está entre ellos". Nos quedamos, así, más tranquilos y
aliviados.
Como habito en un
país de cloacas, intrigas, cabildeos, contubernios y conjuras, me he vuelto un
conspiranoico irremediable, y detrás de cada gesto siempre intuyo un teléfono
rojo levantado por una mano misteriosa. No es normal ver a ABC afeándole nada a
Ayuso, presuntamente fraternal comisionista y enterradora de ancianos
encarcelados. De hecho, criticar a Ayuso desde estos entornos mediáticos es tan
poco normal que no recuerdo ninguna otra ocasión en que haya sucedido. Ni
siquiera El Mundo y La Razón osaron parecida anomalía. De todos es sabido que a
Ayuso se la teme más que se la quiere. Que se lo pregunten a Pablo Casado y,
ahora, a Alberto Núñez-Fakejóo. En mi paranoia oigo una voz de acento gallego
al otro lado del teléfono negro que descuelga el director de ABC.
--Oyes, y si...
Y con esto me voy a
llorar reinas a otra parte.
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