VALÍA Y VALOR DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR TEODORO SANTANA
Sentenciaba Schiller que
"frente a la estupidez, los propios dioses son impotentes". Víctor
Ramírez, sin embargo, como un Prometeo encadenado al destino de Canarias,
desafía a los propios dioses. Y sobre todo, a una estulticia ante la que no se
resigna.
Cuando
las fuerzas del universo (de este universo colonial) se conjuran en torno a
Víctor Ramírez, no son las musas literarias las que cobran el protagonismo que
se merece un escritor de su talla, sino las Furias desencadenadas por las
fuerzas del statu quo contra un
creador canario que (¡anatema!) es independentista. Y lo que resulta más grave
aún: no sólo no lo oculta, sino que se empeña en proclamarlo a los cuatro
vientos.
Es
legítimo discrepar de Víctor Ramírez. Pero es indigno silenciarlo, ningunearlo,
acosarlo como a un perro rabioso, por atreverse a decir en voz alta lo que la
mayoría teme oír. En tiempos del acomodo y el chaqueteo más servil, se castiga
a los alzados, a los resistentes, a los que llaman a las cosas por su nombre.
Se arrincona a un escritor canario de valía internacional porque esa valía,
además, va acompañada del valor personal de afrontar el coste de decir, de
decirnos a todos, verdades como puños.
Inevitablemente,
la mano muerta del saqueo y la mediocridad chocan con la voluntad viva del
escritor que se atreve a denunciar la indignidad, aún cuando tenga que hacerlo
como un guerrero solitario. Ese constante choque, esa batalla con todo en
contra desgasta. Cansa. No hay recompensa, ni otro estímulo que la fuerza
interior y el valor personal.
Porque
escribir con dignidad en estas islas es hacerlo contracorriente. A pesar del
riesgo de convertirnos en locos marginales que jamás podrán dar a conocer lo
que hacen. Es más tentador adaptarse y pagar el tributo a las concepciones
dominantes. Podríamos objetar, bíblicamente, que de qué nos vale ganar el mundo
si perdemos nuestra alma. Pero, incluso desde el egoísmo, hay que tener en
cuenta que quienes se pliegan a la moda y se acomodan al poder, quienes se
convierten en “escritores de cámara”, suelen ser barridos por la historia.
Sí,
hubiese sido más rentable para Víctor Ramírez transigir, adecuarse a las
pleitesías al uso, envanecerse en las migajas de una sociedad servil, condenada
por su élites intermediarias a limpiar eternamente el trasero a los turistas
europeos. Ser un indígena bueno, dócil, sorroballado. Eso es lo que se espera
de todos nosotros. Y si nos portamos así de bien, podremos alejar el más
profundo de los terrores del canario: que lo confundan con un moro, un mauro,
un maúro.
Al
fin y al cabo, como explicaba el viejo Marx, en una sociedad determinada, la
ideología dominante es la de la clase dominante. No es de extrañar que, en una
sociedad colonizada, la ideología dominante sea la del colonizador. Pero los
colonizadores no se quedaron hace quinientos años en la metrópoli, sino que han
dirigido esta podredumbre, este "paraíso podrido" como tan
brillantemente lo ha calificado Víctor Ramírez, durante todo este tiempo.
Sí,
hubiese sido más cómodo y rentable adaptarse a la miserabilidad dominante.
Permite alcanzar cargos públicos, honores, reconocimientos, dádivas y
prebendas. Sesudos estudios sobre su obra en las páginas culturales. Ediciones
y reediciones con fondos públicos. Todo eso y más. Pero no hubiera sido más
fácil. No para un hombre comprometido con la verdad. Sí, con la verdad dura
como un puño, en tiempos de manos untuosas y mentiras consensuadas. Víctor ama
la verdad, y tiene que proclamarla. Aunque la verdad, en estas islas, sea una
cruel amante.
Tampoco
hubiera sido más productivo, aunque escribir aquí se ha convertido en una
servidumbre asalariada en manos de los propietarios de las rotativas y las
emisoras. Porque la obra de Víctor, su enorme obra, sus novelas, cuentos y
artículos han sido y son sumamente productivos para los isleños. Para los que
no renegamos de lo que somos, ni tratamos de disfrazarlo de una inocua
simplificación folklórica, más propia de los Coros y Danzas de la tristemente
célebre Sección Femenina del franquismo. Para los canarios, y no para los
habitantes de la "Platanópolis" que describía Alonso Quesada, y en la
que "hay un dragón furioso, hecho de egoísmo y de odio, que guarda la
entrada".
Plantar
cara a ese dragón es lo que hace Víctor Ramírez. Proclamar que no todo está
perdido. Que aún hay un hueco en estas islas para la esperanza, para otro
futuro, para cambiar. Y para cambiarnos a nosotros mismos. La brasa está
encendida. Y hay que soplar para que no se apague esa llama. Con el soplo de la
dignidad, de la decencia, del coraje, de la valentía, de la integridad. Con el
soplo de la literatura de Víctor Ramírez.
Teodoro
Santana.
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