PRESENTACIÓN DE LA NOVELA
LARGO OSCURO ORIGEN,
DE VÍCTOR RAMÍREZ
JUAN MANUEL GARCÍA RAMOS
5/Marzo/2009
La primera lectura que hice de Largo oscuro origen fue en mi condición
de miembro del Comité Asesor de La Caja
Literaria con el fin de decidir la publicación de esa obra.
En mi informe al respecto consigné: “En
Largo oscuro
origen se cuenta el
asesinato del Tunicio desde distintas versiones de los habitantes de
Sietesitios, entre los que sobresalen el
reverendo Rubián (¿por Rufián?)
Elizondo, el capitán Chirino Flores, Fatimito del Carmen…, un barrio
marginal que podemos situar en las zonas altas de Las Palmas de Gran Canaria
por las referencias que se hacen a lugares próximos como la Playa de las
Canteras, la Capital, el Puerto, etc.”
La insólita y
bárbara historia de las páginas de Largo
oscuro origen, plagada de miserias
miles, zoofilias, pedofilias, incestos y hasta de canibalismo, queda, en las
páginas finales de la novela, puesta más que en duda merced al testimonio del
supuesto personaje central, el Tunicio, que no resulta ser el mismo que da pie
a todo el relato imaginario.
El lenguaje es un ejercicio permanente
de libertad creadora, gramatical y léxica, habla popular hechizante el mejor
Víctor Ramírez de Cada cual arrastra su
sombra y desbordada. Una obra merecedora de ser publicada por esta Colección aunque necesitada también de
una corrección pormenorizada de sus páginas sin atentar contra las valientes
construcciones lingüística que se ensayan en todas ellas».
La segunda
lectura de Largo oscuro origen la
hice en mi condición de presentador hoy de la obra ya impresa, y he de
advertirles que desde el principio de una y de otra lectura fui apresado por la
fuerza y la magia de una fábula que parece el producto de una sola exhalación
verbal, de un vómito feliz de vocablos, entresijos sintácticos, giros
fresquísimos del idioma; por la presencia y abocetamiento de más de ciento setenta criaturas
sorprendentes, con sus caracteres a cuestas, haciéndolas hablar en sus jergas
impredecibles, amarse y odiarse entre ellas, dirigirse a nosotros sin
complejos, burlarnos, mentirnos, torearnos como lectores crédulos, excitados,
víctimas complacientes de sus sortilegios: una corte de los milagros insular,
un fangal de conciencias, un murmullo de brujas de Macbeth, los seres abigarrados de Sierra
Maestra de El manuscrito encontrado
en Zaragoza, los hombres-insectos de Kafka,
los pobres y las prostitutas de Charles
Dickens, los marginados y timadores del patio de Monipodio, un excepcional
despliegue de ardides picarescos.
La literatura en estado puro de tan
impuro que es todo en virtud de la hechicería de la lengua, que con tanto
desparpajo como maestría maneja Víctor Ramírez desde que leímos por primera vez
Cada cual arrastra su sombra, título
ya de por sí avisador de lo que se nos venía encima en la literatura narrativa
de las Islas Canarias.
*
La gran
literatura es la hecha por grandes desobedientes y, en esa deriva, nadie como
Víctor Ramírez en el género al que se ha entregado durante tantos años. Una obra
como Largo oscuro origen exigiría de
nosotros, sus críticos circunstanciales, un esfuerzo de imaginación y de
escritura parecido al original, o, por lo menos, a su altura. Un esfuerzo de
libertad creadora semejante. Pero presentar una obra tiene sus servidumbres
hermenéuticas, aclaratorias, y no vamos a rehuirlas.
La primera imagen que viene a mi mente,
tras la última lectura de Largo oscuro
origen, es la de la piedra que lanzamos al estanque y produce unas ondas
expansivas que se alejan con regularidad concéntrica del punto donde se produjo
el impacto. En Largo oscuro origen,
las palabras fluyen y crean historias que parten de un eje y se alejan y se
acercan a él.
Ese eje es la historia del desrisque de
«morituro fuereño Tunícico», el joven magrebí, suponemos, hermoso y bien dotado
sexualmente que llega a Sietesitios, el Macondo particular de Víctor Ramírez
que ya había sido visitado en una obra anterior; la historia del desrisque del
joven que enamora y enloquece a hombres y mujeres por igual.
El asesinato
del Tunícico una suerte de rito imbunche en clave insular: se le mata por su
belleza y por el mal que puede generar ésta, como los indios mapuches chilenos
mataban a los niños que nacían excesivamente bellos y destacaban demasiado
sobre los demás cosiéndoles todos los orificios de sus cuerpos hasta que
degeneraran en monstruos que luego de morir eran reverenciados.
El
asesinato del Tunícico se extiende por toda la novela y, en buena parte,
subordina los otros acontecimientos de los que vamos a tener noticia mediante
un narrador-cómplice de todo lo sucedido y de lo no sucedido, pero imaginado,
un narrador que se da a conocer en algunas ocasiones:
«No
se te ocurra contar esto por ahí, Mamelo. Se interpretan torcidamente algunas
caridades» era lo que me recomendaba
el sacristán con su nerviosismo acentuado» (p. 120), un narrador que se
desdobla con frecuencia en otras voces vecinas y que, en las dos últimas
páginas, es desmentido de modo implacable por el protagonista de casi toda la
narración anterior: el aludido Tunícico, que aparece en su versión verdadera,
en posesión de su albedrío, para anular todo lo que hemos oído hasta ese
momento con afirmaciones como ésta: «… todas las historias se sustentan en la
mentira mitologizada».
Así hemos de tomarnos
la novela a partir del concurso de uno de sus personajes, del principal de los
personajes. Mentiras serán, por tanto, la historia del reverendo Rubián
Elizondo, blanco de todo el anticlericalismo divertido de Largo oscuro origen, líder de los parranderos que dan imaginaria
muerte al Tunícico, y amante solemne del efebo Fatimito del Carmen, que llegó
al lugar de la mano de Josefo Abad, «samaritano
converso y judío [montado] a lomos de una yegua alazana [y] seguido de sus
quince últimas esposas sobre asnillos rucios y pardos y pintados de negro sobre
blanco lindamente enjaezados con cintajos gualdos y rojos y azul celeste»;
o la historia del hacendado Sabino del Matorral, ese ricacho que habla con
acento peninsular y se viste de pobre para paladear mejor su fortuna, que
compra una y otra vez a la niña Lupita Donata, para devolverla en otras tantas
ocasiones a su familia, que sufre insaciabilidad sexual y se desahoga con
chiquillos con carita y nalgas de niña, y termina sus días suicidándose y «enropado cabal de Obispo», o la
historia de la madre de Sabino, doña Sabina de la Piedad, capaz de casarse,
tras la muerte de su hijo, con dos negros jovencísimos y feísimos con el solo
fin de no dejar su herencia a una familia que odia; o la historia del capitán Chirino
Flores, rival del Tunícico en sus amores con Fatimito del Carmen, torturador de
suegras y hombre decisivo en las «épocas del atropello programado y bendecido»
vividas en Sietesitios; o la historia de Graciela, enamorada perdidamente del
fantasma del Tunícico, con el que hace el amor en cualquier momento y a la
vista de todos, o la historia de la coja preñada por el Tunícico que avanza a
saltos por los riscos de su entorno orgullosa de sus mellizos; o la historia de
Lucio Montemayor, compadre del capitán Chirino Flores «de juergas amargosas y
asesinatos patrióticos», que terminará capado por una apuesta de cantina.
Largo oscuro
origen es un magma verbal que trenza historias descabelladas y finalmente
desmentidas. Un contrato entre un narrador enardecido y unos lectores
entregados para mentir y dejarse engañar, respectivamente, mientras las
palabras fluyan creando mundos posibles. El narrador, en otra de sus
apariciones, no tiene recato en reconocer que está «hablando de una época en
que todas las mentiras solían ser verdad y en que todas las verdades solían ser
puras mentiras».
Dijo
alguien que en cierta forma el incesto es un problema gramatical. Si una
comunidad no ha tenido la previsión de dar de alta en su lengua ciertos grados
de parentesco, la falta a la ley moral básica que significa la relación entre
familiares no existe en esos casos.
El incesto en todas sus modalidades, una de
las historias contenidas en Largo oscuro
origen, es la del viudo que duda entre casarse con su suegra o con su
madre; la pedofilia, la zoofilia, el bestialismo y hasta el canibalismo, pasean
ante nuestros ojos de lectores de lo que acontece en Sietesitios desprovistos
de la inmoralidad que esas desviaciones producirían en cualquier ciudadano de
bien, porque el relato ha adquirido tal autonomía, tal proceso de
desrealización de la realidad, tal capacidad de legislarse a sí mismo, que lo
que acontece en el mundo de todos los días, lo que solemos penalizar en la vida
cotidiana, aquí deja de tener sentido, aquí tiene un sentido independiente: el
poder de la fábula termina por arrastrarnos hacia su propia lógica interna y
disparatada. El mundo puede ser contado de muchas maneras: la pesadilla es una
de tantas. Y la literatura está para esos cometidos.
Todas
esas criaturas anormales inventariadas y gestionadas por Víctor Ramírez, todos
esos humillados y ofendidos, para decirlo con el título de Dostoievski,
desprecian la lógica existencial convencional, viven al margen de cualquier
código moral, y se entienden en un lenguaje del que ha sido despedida la
gramática. Quizá sea esta simbiosis de vida y lenguaje uno de los aciertos
mayores de la literatura de Víctor Ramírez: vidas rotas y palabras rotas, vidas
sin énfasis y palabras sin énfasis, la libertad dejando hacer en todos los casos.
En
Largo oscuro origen, Víctor Ramírez
nos demuestra una vez más que el habla canaria tiene unas potencialidades
expresivas que no hemos llegado a descubrir aún en toda su riqueza. En el
retorcimiento de las estructuras lingüísticas: la conjugación de los tiempos
verbales a capricho del hablante, la adjetivación de adverbios y la adjetivación y verbalización
de sustantivos, una exploración constante y desinhibida de las muchas
posibilidades fónicas, gramaticales y léxicas de nuestra modalidad idiomática;
en el retorcimiento de esas estructuras, Ramírez descubre una música especial
para el instrumento del que se vale para allegarnos sus historias. No es la
música del español caribe, ni la del español italianizado de Argentina, es el
hallazgo de un discurso hecho trizas y vuelto a armar, es el descabello de la
norma y su redescubrimiento particular y ya liberada de todo prejuicio
canónico, como podemos comprobar en algunos ejemplos:
«Pronunciará
nuestro párroco con inevitable fruición sus latines incomprensibles y casi
siempre inventados. Se recreaba en el silabeo, especialmente en las erres y las
zetas: sin dejar de rociar con el ron bendecido
¿o ginebra? al fuereño morituro Tunícico de sueño melancólico nostálgico
de beodez impuesta y con su cafetuno miembro viril flácido a la vista
intemperie de todos».
O: «Usted debe saber que los cochinos verracos
cuando coyundan se quedan amartelados. Incluso acaban quedándose dormidos.
Tiene la cuca el verraco como barrenita de carpintero, en hélice. Tarda mucho
en eyacular: yo he sido testigo de eso y de mucho más».
O: «Pero se levantó por los ruidos del portón
abriéndose ferrugiento».
O: «¿Pues no van y nos murmuran a lengua
descubierta sin tapujos que suicidamos al Tunícico fuereño de la pinga bíblica
y que yo lo descuarticé y negocié sus carnes y huesos y vísceras a buen precio
con los principales de la localidad…?».
Víctor
Ramírez no sirve a la lengua, se sirve de la lengua para desplegar toda su
capacidad de invención sin trabas de ninguna índole, fundando la expresión y no
siendo vasallo de ella, una categoría creadora que hace muchos años otros
pusieron en práctica dentro de la literatura narrativa occidental, desde Joyce
a Celine, desde Guillermo Cabrera Infante a Roberto Bolaño, por poner algunos
casos significativos de nuestra lengua española común.
Siempre
se ha dicho que José Jorge Oramas rescató para la historia del arte la belleza
oculta de los riscos capitalinos de Gran Canaria; todavía no se ha dicho que
Víctor Ramírez los ha convertido en literatura excepcional. Las espátulas, pinceles y cromatismos de
Oramas se convierten, dentro la narrativa de Víctor Ramírez, en centelleos verbales capaces de apresar los
mínimos y máximos estados del alma humana. Me he llevado una sorpresa leyendo
ahora Largo oscuro origen, como me la
llevé en su día leyendo Cada cual
arrastra su sombra o Cuentos cobardes.
Dentro
de la literatura canaria no hay un desobediente más original que Víctor
Ramírez; él sigue redactando sus novelas y sus relatos a su aire, al margen de
toda clase de modas y academicismos, algo que hay que agradecerle en este
tiempo de tanta confusión comercial y de tanta poesía de la nada. La colección
de La Caja Literaria se ha honrado
incluyendo en su catálogo su última obra.
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