LADRAMOS, LUEGO NO CABALGAMOS
ANÍBAL MALVAR
La primera vez que
tuve que escribir el editorial de un periódico me trolearon mis neuronas y
sufrí un bloqueo. La pequeña redacción de El Correo Gallego se me vino encima con vocaciones de catedral
o de academia decimonónica. Demasiada responsabilidad para un veinteañero
indocumentado. Un editorial es, era, algo que trascendía al periodista, a su
prosa, a su pensamiento. Un acto solemne de escritura que tocaba de alguna
forma a todos mis compañeros de redacción. Acostumbrados a mi insufrible
arrogancia intelectual, aquellos mismos compañeros se descojonaban de mi
bloqueo. Mar Mera, mi primera Ariadna periodística, incluso rompió uno de sus
principios igualitarios y me bajó al Hispano a por un whisky doble. Lo cuento
porque eran tiempos en que no resultaba inhabitual que algunos jefes pidieran a
algunas redactoras que les bajaran al bar a por una copa o un cafeliño. Yo no
he visto brillar los rayos gamma más allá de la puerta de Thannhäuser, pero sí
he crecido observando estos inexplicables fenómenos que impelían a las
trabajadoras de toda laya a seguir haciendo un pequeño amago de servicio
doméstico en las redacciones y en otras fábricas. Eran tiempos no tan lejanos.
Hoy (espero) es
impensable que en una redacción o en cualquier otra actividad un trabajador ose
enviar a por un cafeliño a ninguna becaria o redactora. En algunos asuntos se
avanza y en otros se retrocede. Y lo digo porque creo que hoy tampoco nadie se
bloquearía si tuviera que escribir un editorial. Los periódicos han abandonado
el mesurado arte de editorializar. Hoy el editorial es el esputo más verde y
burdo del área de opinión de un periódico.
Titula hoy El Mundo
su editorial que Sánchez no es de fiar. Así, con esa contundencia cañí de patio
de vecinos. Advierten de esta forma a Inés Arrimadas, que se ha convertido en
una isla de Elba en sí misma, de que no ceda ante la tentación de apoyar unos
presupuestos socialistas. Que con los de Montoro viven la oposición y la
oligarquía muy bien. "Arrimadas no puede llamarse a engaño a estas alturas
respecto de Sánchez: ha demostrado suficientes veces el nulo valor de su
palabra". Por supuesto, no se argumenta qué palabra ha desvalorizado el
tal Sánchez. ¿Quizá ingreso? ¿Quizá mínimo? ¿Quizá vital? ¿Quizá programa
electoral? ¿Quizá compromiso de gobierno?
El caso es que
Sánchez no es de fiar y ya está. No conviene darle más vueltas. Lo dice el
editorial de El Mundo. No nos pongamos estupendos u ontológicos. Muchos
periódicos modernuquis y digitales y tal han optado por eliminar la página
editorial de su oferta de lectura, y a mí me parece una pena. Porque el
espíritu del editorial bien entendido venía convirtiéndose en el diván del
psiquiatra deontológico de los propios medios: analicemos desde la moderación
lo que contamos con pasión. Por eso nos bloqueábamos.
Ahora nadie se
bloquea, y es contravirtud que debo reprocharme incluso a mí mismo. Ladramos,
luego no cabalgamos. Enletramos, luego no escribimos. Si lo más inteligente que
puede decir el segundo periódico de España es que Sánchez no es de fiar, prefiero
pagar 20 céntimos por la disertación de patio de mis vecinas que por una hoja
antiecológica que me cuesta más de un euro. Qué ganas tengo, amigos míos, de
volver a sentirme bloqueado.
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