DOS FELIPES, DOS SILENCIOS
ANÍBAL MALVAR
Los pactos de
silencio suelen estar protagonizados por grupos reducidos de personas que han
cometido alguna tropelía, abuso, crimen, traición, engaño, delito o cualquier
otra de esas lindezas que adornan la naturaleza humana. Rara es la omertà
unánime practicada por todo un pueblo, aldea, país o multitud. Salvo en España,
parece. En estos meses luctuosos y desasosegantes que nos está tocando vivir, y
como para distraernos de tanta cacerolada neuronal, nos han ido cayendo algunas
noticias como bofetadas para ver si espabilamos: Juan Carlos I paseando por las
calles de Ginebra con un maletín repleto de millones en negro como un vulgar
secundario de El Padrino; su hijo Felipe gastando medio kilo regalao en su luna
de miel y trasteando en la sombra para renunciar a su herencia de procedencia
dudosa; papeles desclasificados de la CIA que apuntan al otro gran Felipe de
las Españas, González, como jefe supremo de los GAL, y en los que la
inteligencia estadounidense duda de la sinceridad democrática de nuestra virtuosa
transición, y todo en este plan. Ya solo nos falta enterarnos, por supuesto por
la prensa extranjera, de que el M. Rajoy de los papeles de Bárcenas es Mariano
Rajoy. Ese sí que es un espía, ocultando su identidad tras su verdadero nombre
sin que nadie se entere. Es tan escurridizo que ni siquiera le han multado por
saltarse el confinamiento, a pesar de que todos los españoles lo hemos visto.
Omertà.
Parece mentira, con
lo vocingleros que somos tanto carpetos como vetones, que podamos respetar tan
fielmente nuestro voto tácito de silencio alrededor de nuestras vergüenzas
históricas recientes y no tan recientes. Los cistercienses, los cartujos y los
trapenses son unas porteras a nuestro lado.
Ayer mismo la mesa
del Congreso rechazó, con los votos de PSOE, PP y Vox, la creación de una
comisión de investigación que aborde las nuevas noticias sobre los GAL que nos
han llegado desde las tierras trumpianas. Pocos días antes, lo mismo había
ocurrido con la propuesta para indagar en los maletines borbónicos que han
rulado desde Arabia Saudí a las Islas Caimán con alegre donosura. Ahora también
se nos revela que la mitad de la luna de miel de Letizia y Felipe la pagó muy
sospechosamente una empresa sin empleados y con pérdidas casi semejantes, aquel
año, al regalo de boda recibido por nuestros actuales y siempre muy ejemplares
monarcas.
Durante la
dictadura, había gente que se dejaba la libertad, y a veces la vida, por un
poco de información. La modélica transición, al parecer, nos ha convencido de
que es mucho más cómodo no saber, no estar enterados, los ojos que no ven. Los
que realmente continúan con el afán por saber quiénes son exactamente Juan
Carlos, los dos felipes, M. Rajoy y los etcéteras somos los de siempre. Esa
izquierda más o menos minoritaria que boquea malamente a la siniestra del PSOE.
Hay, quizá, toda
una generación de españoles que ha decidido morir sin saber lo que sucedió
realmente durante su existencia. Quién les robó. Quién empobreció el futuro de
sus hijos y sus nietos. Os apuesto que, al contrario que los felipes, los
marianos, los aznares y los juancarlos, el bueno de Fernando Simón sí acabará
sentándose en parlamentos y tribunales por habernos intentado guiar en esta
pandemia.
Jorge Bustos, jefe
de opinión de El Mundo, sabe que cuando asegura preferir como gobernante a un
ladrón que a un comunista, está hablando por boca de muchos millones de
españoles. Los vocingleros amantes del silencio ignorante. De la resignación
política, cacerolera y social.
No creo que ningún
español, en su intimidad intelectual, dude que Felipe González promovió el
terrorismo de Estado chapucero de los GAL, que Juan Carlos fue siempre un
comisionista sin escrúpulos dedicado a la buena vida borbónica, ni que su hijo,
Felipe VI, sabía de las andanzas de ambos dos. Pero silencio, silencio.
¡Silencio! ¡A callar he dicho! Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos
todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto
virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! Qué bien describió
Federico a nuestra España.
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