CAPERUCITA SE CASA CON EL LOBO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Se ha montado la
CEOE una cumbre empresarial por la que han empezado a desfilar los gerifaltes
del Ibex para hablar de su libro que, como el cuento de Caperucita, ha cambiado
una barbaridad. Los grandes empresarios no necesitan, por lo general, hacerse
presentes de manera tan evidente. Lo hicieron en la pasada crisis financiera
con el PP en el Gobierno, cuando tuvieron que montarse un lobby a la carrera,
el Consejo de la Competitividad, en vista de que la patronal, singularmente su
presidente, Gerardo Díaz Ferrán, olía a cárcel que tiraba de espaldas. Y lo han
vuelto a hacer ahora porque quien debía ser su brazo político, el PP, está
rodando una película de miedo y les tiene muy desatendidos. Ya se sabe que el
servicio está fatal y no se puede hacer carrera de él.
Como se decía, el
cuento ya no es el mismo y Caperucita se casa con el lobo. De hecho, hay
palabras como déficit, deuda o ajustes que han desaparecido de su vocabulario.
Ni siquiera se habla de despidos baratos, de recortar salarios o de
competitividad, que era el término mágico que incluía todo lo anterior. Lo que
el empresariado pide ahora es que el Estado gaste como si no hubiera un mañana
mientras se prepara para la lluvia de millones que se anuncia desde Bruselas
igual que hacen los niños con las tormentas de caramelos de las cabalgatas de
Reyes: con el paraguas puesto del revés.
Si en el PP hubiera
algo parecido a un equipo económico debería estar muy desconcertado escuchando
a estos señores, que empiezan a darse un aire a Keynes vestido de Armani. Que
si un plan de vivienda, avalado por el Estado, claro está, que si otro de
renovables impulsado también por papá Estado, ERTES hasta que el cuerpo aguante
con el Estado soltando la mosca, ayudas por aquí y por allá, ya sea al automóvil,
al turismo o a la cría de cangrejos de río. Dinero, dinero, más dinero y dos
huevos duros por si alguien los echa a faltar en la ensalada.
Ese es el nuevo
lenguaje del gran capital en el que, para pasmo de algunos, no faltan
referencias a la lealtad institucional, al diálogo social y al trabajo digno,
que es de oír y no creer conociendo el paño de estos sastres. Los banqueros,
altos ejecutivos de multinacionales, dueños de grandes cadenas de distribución
y de emporios textiles son gente de orden y les subleva tanta crispación por si
les aleja del objetivo de la reconstrucción nacional que, como la caridad,
empieza por ellos mismos.
¿Que cómo se
financia este gasto descomunal que debería impedir que el país se vaya a hacer
puñetas? Bueno, eso no es cosa suya ni nunca lo fue. Lo que el Gobierno no
puede pretender es subirles los impuestos, que eso es dogmatismo e ideología.
Bajarlos, en cambio, es apostar por la economía real y por el emprendimiento
del que tan necesitados estamos.
Lo único importante
es la seguridad jurídica, mucha seguridad jurídica, que traducido al esperanto
significa que la reforma laboral ni se la toquen, no vaya a ser que el dinero
no alcance y entonces haya que recurrir a despidos en masa, a descuelgues de
convenios y a bajar los salarios, que siempre son divisibles y factorizables si
la ocasión lo requiere.
Como ocurre en
todas las crisis, los empresarios se nos han hecho socialistas pero sólo de
cintura para abajo. Todo es socializable si se trata de gastos o de pérdidas.
Lo de los beneficios es otro cantar. En eso consiste la colaboración
público-privada, que es la misma en la nueva normalidad y en la vieja.
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