LA PEDRADA
DAVID TORRES
Se ha dicho y
repetido hasta la saciedad que difundir los bulos, numeritos y obras teatrales
de Vox resulta contraproducente, que este es justamente el método con el que
han logrado entrar en el Congreso con más de medio centenar de diputados desde
aquellos días, no tan lejanos, en que iban a Gibraltar a plantar una bandera
gigante y terminaban haciendo la competencia a los monos. Precisamente en el
estrecho de Gibraltar fundó una ciudad Anteo, el gigante de la mitología griega
que recibía la fuerza de su madre, la Tierra, y que quería construir una
montaña hecha a base de calaveras humanas. Anteo estuvo a punto de derrotar a
Hércules: por tres veces, el héroe lo derribó y por tres veces Anteo se levantó
del suelo con renacido ímpetu hasta que Hércules comprendió el truco, lo alzó
en vilo y lo estranguló sin soltarlo.
La estrategia de
Steve Bannon, la mano negra de la ultraderecha mundial, copia la
retroalimentación de Anteo pasada por el filtro de los viejos agentes
artísticos de Hollywood: que hablen de uno, aunque sea bien. Mucho ruido, mucho
humo, mucho postureo y las portadas van cayendo una detrás de otra. En este
sentido, seguramente lo que sigue no sea más que una amplificación, un eco del
incidente con que la prensa, la radio y la televisión han rellenado páginas y
minutos durante todo el fin de semana: la pedrada a la diputada de Vox, Rocío
de Meer, en un mitin en Sestao. Sin embargo, nunca he creído que la táctica del
avestruz sirva de mucho a la hora de afrontar a un monstruo, más aun a un
monstruo que se alimenta de tierra y de toda la porquería que hay encima y
debajo de la tierra.
¿Hubo pedrada o no
hubo pedrada? Es difícil decirlo, porque las versiones se fueron solapando una
encima de otra y muy pronto aquello, más que una pedrada, parecía la famosa
secuencia del cruce de piernas de Sharon Stone. Al parecer, la primera versión
del incidente cuenta que de Meer se dio un golpe con una cámara de televisión
en medio del tumulto con que los manifestantes recibieron a Vox. No obstante,
la versión oficial, sostenida por la propia diputada y rápidamente difundida en
medios y redes sociales, asegura que el corte en la ceja y el hilo de sangre
que bajaba por la mejilla fue causado por una piedra arrojada por un vándalo
desde la multitud. Ahí es donde empezaron las dudas porque, en primer lugar,
nadie encontró la piedra, y en segundo lugar, la herida parecía insignificante,
por no decir otra cosa. Un día después, el sábado, Pablo Echenique aseguraba
que la sangre, en realidad, era ketchup, mientras otros decían que quizá se les
había ido la mano con la mercromina.
Lo cierto es que lo
único que habría podido aclarar los hechos, un parte de lesiones, todavía no
había hecho acto de aparición, y al día siguiente, en Irún, Rocío de Meer no
mostraba herida, ni cicatriz, ni hematoma, ni siquiera una tirita para
disimular. Ella misma explicaba en su cuenta de twitter cómo no habían tenido
acceso a un centro médico porque habían estado bloqueados ante el acoso de los
manifestantes, que le habían practicado una cura de urgencia allí mismo y que
por suerte no había necesitado visitar un hospital con posterioridad. Añadía
además, para los incrédulos, que si hubiera sido un invento, se habría puesto
una tirita y que "si supiera disimular la sangre tan bien, habría tenido un
parte médico maravillosamente simulado también". Lo más curioso es que el
parte médico apareció al fin, en Logroño y fechado con dos días de retraso.
Fuese como fuese,
la pedrada cuántica resultó un completo éxito para Vox: ni siquiera la hubiesen
necesitado para demostrar una vez más su pericia a la hora de hacer una llave
de judo y aprovechar el peso del adversario. Fueron a Sestao a provocar y
consiguieron que una diputada por Almería, que hace poco reclamaba al ejército
un golpe de estado, luciera como una mártir de la democracia. Tal vez
exageraron el victimismo, porque bastaba contemplar la tangana montada en torno
al acto de Vox para concluir que se trataba de un espectáculo inaceptable. Con
lo fácil que hubiera sido dejarlos solos con los cuatro gatos que habrían
acudido a su teatro callejero. Con lo fácil que es no acudir a un mitin de Vox.
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