EL VACÍO QUE DEJA UN TRABAJADOR ESENCIAL
ILKA OLIVA CORADO
Pareciera que son
los jóvenes los irresponsables, pero no, he visto personas de todas las edades
rompiendo las normas de salubridad y no son personas empobrecidas como para
decir que no tienen los medios económicos para comprar una mascarilla de 99
centavos de dólar.
El ambiente en el
supermercado cambió, cambió la dinámica. Hoy frente a las cajas de pago hay una
ventanilla de plástico que seguramente se quedará ahí por siempre y también
señales puestas en el piso para mantener la distancia. Hay una caja de guantes
desechables a la entrada y un bote de
desinfectante para quien quiera usar.
Todos los
trabajadores usan mascarilla. Varios adultos mayores con documentos que se
jubilaron y que trabajan ahí medio tiempo se guardaron solos al inicio de la
pandemia y no han salido de sus casas, volverán al trabajo solo cuando se
sientan seguros. En su lugar apareció un puñado de jóvenes de los que
regresaron de la universidad y están ganando dinero extra. Pero eso solamente
con quienes tienen documentos, los indocumentados han estado ahí trabajando
hasta doble turno para mantener el supermercado sobre ruedas y estos son los
que laboran en las estanterías colocando el producto, jalando los carritos o carretillas,
haciendo limpieza, limpiando el pescado, descargando los camiones. Los que
tienen documentos tuvieron una ayuda económica mínima, pero la tuvieron, por
parte del Gobierno, los indocumentados quienes no fueron despedidos tuvieron
que trabajar.
Durante la pandemia
se puso de moda la palabra esencial. Trabajadores esenciales. Esencial:
fundamental, sustancial, básico, principal, primario, importante, necesario. Y
entonces las luces fueron puestas sobre médicos y enfermeras, pero no sobre las
personas que limpian los hospitales, por ejemplo. Es muy raro que un trabajador
indocumentado no sea esencial en tiempo de pandemia o no, porque solo otro
indocumentado hará el trabajo que este hace.
Los jornaleros del campo, las niñeras, las empleadas domésticas,
jardineros, gente que coloca producto en las estanterías de los supermercados
son en su mayoría latinoamericanos indocumentados.
De esta agua
revuelta. los que más resultaron perdiendo fueron los indocumentados, por ser
los más expuestos al trabajo y no contar con seguro médico y por ser también,
en tiempo de emergencia los últimos en la cola.
La famosa
frase “quédate en casa” se puede decir
desde la comodidad económica, pero no desde la necesidad. Porque quien vive al
día tiene que salir a trabajar, porque o se muere por el virus o se muere de
hambre. El indocumentado en cualquier lugar del mundo, está por debajo del ser
humano, no se cuenta como persona más que como el lomo que hay que reventar a
punta de trabajo.
Volteo hacia la
estantería donde están los chocolates y las semillas y está un joven de no más
de 18 años colocando el producto nuevo. Me quedo sin palabras. El señor que
estaba en ese puesto era un indocumentado, un trabajador esencial,
expuesto durante la pandemia como millones, que se la rifó para llevar comida a
sus hijos. Y murió por el virus.
Los trabajadores
esenciales, obreros, jornaleros del campo, indocumentados, también dejan un
vacío en sus familias, en su círculo de amigos, entre sus conocidos en sus
lugares de trabajo, en su comunidad, aunque no sean reconocidos y no se les vea
como personas, no se les trate como seres humanos y se les nieguen los
derechos.
Otra historia es la
del retorno del cuerpo de un indocumentado a su país de origen, mucho más en
tiempos de pandemia.
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