EL DÍA DEL ORGULLO REY
DAVID TORRES
Resulta una curiosa
coincidencia que los reyes Felipe y Letizia hayan decidido empezar su gira por
la España biodiversa poco antes de la celebración del Día del Orgullo Gay,
paralelismo que puede dar lugar a confusiones de todo tipo, incluyendo vistosos
cruces de banderas. Quizá los expertos de la Casa Real traten de enviar un
mensaje con el fin de que los monárquicos de toda la vida salgan de una vez del
armario y puedan expresar en voz alta su amor por la corona. Ya se sabe lo
perseguidos que están los monárquicos en este país, y la monarquía no digamos,
que todos los días el desayuno trae incluida una noticia sobre la terrible
conspiración contra los borbones jaleada por la fiscalía suiza y la prensa
extranjera. Al fin y al cabo, no hay nada malo en creer que la jefatura del
Estado viene instaurada por línea hereditaria, exclusivamente a través de genes
masculinos, como creen muchos otros ciudadanos europeos, asiáticos y africanos
desde que el mundo es mundo y la Tierra plana, otra creencia que últimamente
también cuenta con un montón de adeptos.
En su visita a
Mallorca, los reyes recibieron a diversos colectivos, empezando por el gremio
hotelero, con lo que el protocolo se fue transformando en un control de daños
en medio de una zona catastrófica. La idea es animar a los turistas reacios a
regresar al archipiélago balear, epicentro de las vacaciones de la familia real
española desde mucho tiempo atrás, aunque teniendo en cuenta el riesgo
implícito en el turismo británico y la facilidad de contagio en los aviones, a
lo mejor no resulta tan buena idea. En su baño de masas en el paseo del Arenal
los reyes fueron a cara descubierta, sin mascarilla, para que la gente pudiera
reconocerlos aunque fuese de lejos, sin confundirlos con el séquito ni los
guardaespaldas, y para demostrarle al coronavirus que la corona estaba primero.
Mallorca y los
reyes también aparecían, hace poco más de una semana, a toda página en el
principal periódico británico, The Times, donde el corresponsal inglés definía
a la familia real española como "un clan" y abría su reportaje con el
cinematográfico titular "Sexo, mentiras y cuentas bancarias suizas".
Los lectores ingleses podían deleitar su vista entre cacerías de elefantes,
regatas con jeques árabes, cuentas multimillonarias en el extranjero,
comisiones sin tributo fiscal, cuernos multinacionales y una amante de alquiler
con apellido filosófico que denuncia una campaña de acoso contra ella y sus
hijos llevada a cabo por los servicios secretos y azuzada por la Casa Real
española. Y no salió lo del medio millón de euros de la luna de miel de Felipe y
Letizia pagada en dinero negro porque la noticia saltó esta semana, una
lástima.
Es imposible que
los british, acostumbrados a los sosos escándalos palaciegos y los rutinarios
vaivenes de la monarquía inglesa, se resistan a semejante anzuelo. No hay color.
De hecho, no nos extrañaría lo más mínimo que muchos de ellos renuncien a la
nacionalidad británica y reclamen la ciudadanía española en un Brexin por las
bravas. Al emplear la corona española de reclamo turístico, podía aprovecharse
también la figura del rey emérito, que no saben ya qué hacer con él, y
utilizarlo como monumento histórico de visita obligada, al estilo del marqués
de Leguineche al final de Patrimonio nacional, sentado en una sala del palacio
para que los extranjeros le hagan fotos y contemplen cómo disfruta de la vida
un auténtico monarca. Con mucho orgullo, qué pasa.
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