“COLETAS, PRONTO NO VAS A SEGUIR CON VIDA"
JUAN TORRES LÓPEZ
Que haya un
individuo que diga semejantes barbaridades, que amenace de muerte en público o
incluso que llegue a ejecutar sus amenazas es algo que puede pasar. Si el
presidente de Estados Unidos anima a que gente armada entre en la sede de los
parlamentos y aplaude a quienes golpean a manifestantes pacíficos, si el líder
de un partido político español llama criminal al gobierno, o el director de un
medio de comunicación como Jiménez Losantos pide públicamente que se dé un
golpe de Estado, no es de extrañar que algún mentecato cometa locuras de ese
tipo. Que lo haga alguien en quien una formación política ha confiado para
representar a la ciudadanía ya es menos comprensible. Pero lo que a mí me
resulta completamente inaudito es que ese tipo de amenazas se estén produciendo
día a día y se permitan. Como se están produciendo sin cesar actos de acoso
junto a las viviendas de miembros del gobierno.
Yo puedo denunciar
ahora lo que están haciendo quienes van a gritar amenazas y a cantar el Cara al
Sol junto a la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias porque he estado siempre
en contra y he condenado los escraches también cuando se le hacían a personas
de otra ideología. Siempre creí que se trata de un tipo de protesta inhumana,
violencia que no paga sólo el político castigado sino toda su familia y, cuando
los hay, niños y niñas que seguramente ni siquiera entiendan lo que está
pasando y que pueden quedar marcados para siempre.
Se nos ha llenado
la boca de condenas a la violencia, necesariamente y con razón, cuando la
sufríamos a gran escala, cuando los atentados nos dejaban impactados y la
sangre nos salpicaba, si no materialmente sí al menos emocionalmente. Pero me
temo que no entendimos que la violencia que la mayoría detestamos no es sólo la
que pone bombas de gran intensidad. Es mucho más. La de gran escala es el
corolario de otras formas de violencia más sutiles, al principio casi
invisibles, que se van extendiendo como un reguero que termina produciendo la
gran explosión. No trato de banalizar haciendo pasar cualquier conflicto de
intereses, cualquier enfrentamiento, por algo violento. No se trata de eso.
Me parece que lo
que se está empezando a vivir ahora en España no es sólo una controversia
política radical, ni el resultado de una exageración verbal detrás de otra. Se
puede mirar a otro lado, pero lo que de verdad está gestándose en nuestro país
es un clima de violencia auténtica, por muy larvada que esté, aunque sólo se
manifieste en estado embrionario. Cuando se multiplican, como se están
multiplicando, las amenazas de muerte a los rivales políticos, antes o después
se producirán los atentados y asesinatos. Hay procesos, ahí está la historia
para corroborarlo, que una vez iniciados no se pueden luego revertir.
Pueden escribirse
docenas de artículos señalando que es imposible que un país como España supere
con cierto éxito una crisis tan grave como la que estamos viviendo sin no hay
unos consensos básicos sobre las medidas que se han de tomar, sea cual sea el
gobierno al que le haya tocado hacerlo. A nuestro alrededor tenemos ejemplos de
gobiernos de todas las tendencias que están teniendo el apoyo, más o menos
crítico pero apoyo al fin, de la oposición. Son los países en donde se han
podido tomar las medidas más arriesgadas, pero más eficaces; las más costosas a
corto plazo, pero las que garantizan mejores resultados en el futuro. Son los
países que sin lugar a duda saldrán mejor de la crisis.
España tiene por
delante reformas que son fundamentales, que deberá llevar a cabo cualquier tipo
de gobierno que persiga el bien común: hemos de amarrar nuestro sistema
sanitario y educativo si no queremos convertirnos en un Estado fallido, debemos
garantizar las pensiones públicas que evitan que el 90% de nuestros mayores
vivan en la pobreza y hemos de consolidar un sistema de cuidados que no dé los
problemas que hemos tenido en las residencias, no podemos dejar que siga
creciendo la deuda porque nos explotará en las manos, tenemos que hacer lo
imposible por reindustrializar, por evitar la excesiva dependencia de algunos
sectores tan volátiles e inseguros como el turismo o la construcción sin
renunciar ni dejar de aprovechar el capital que ahí hemos acumulado, tenemos
que recuperar nuestro campo para tener seguridad alimentaria, hemos de volver a
dar vida a nuestro sistema de ciencia y tecnología, es imprescindible evitar el
deterioro tan brutal que está teniendo nuestro medio natural, hemos de
regenerar nuestras instituciones, acabar de una vez con la corrupción.... y
casi nada de eso se podrá llevar a cabo sin acuerdos muy amplios y
transversales.
Además, cualquiera
de esas medidas se puede llevar a cabo con un resultado distributivo u otro, es
decir, habrá que determinar quién las sufraga en mayor o medida y quién se
beneficiará más o menos, o por igual, de sus frutos. Y eso es algo que también
tenemos que aprender a resolverlo en paz y con equilibrio porque no puede
seguir dándose por hecho que paguen siempre los mismos y que se lleven casi
todo los que siempre se lo han llevado.
Nouriel Roubini es
un economista y catedrático de la Universidad de Nueva York a quien llaman
"Doctor Catástrofe" porque vaticinó con precisión la crisis de 2008.
Suele acertar en sus vaticinios y ahora nos advierte de que la crisis del
coronavirus ni acabará fácil ni suavemente, sino que traerá consigo "una
década de desesperación". Es más o menos lo mismo que dicen otros muchos
economistas de gran prestigio y me pregunto si todos estos augurios no son
suficiente razón para que los españoles entendamos que no hay otra forma
posible de afrontarlos con un mínimo de seguridad que no sea la de grandes
pactos. No de cualquier tipo de pacto, lógicamente, sino de los que puedan
garantizar mínimos que cualquier persona decente o cualquier partido al
servicio de los intereses generales podría suscribir sin problemas: el
mantenimiento de los servicios públicos esenciales, la eficiencia en el gasto, la sobriedad
pública y privada y la competencia en los mercados, la solidaridad y la equidad
como principios de reparto de las cargas del Estado, el respeto al medio
ambiente, la seguridad para nuestra economía y nuestra población, la lucha
contra la corrupción y la erradicación del clientelismo en nuestras
instituciones... por citar simplemente algunos elementales.
En fin, como he
dicho, podrían escribirse docenas de artículos para justificar que acabar con
la violencia que levanta cabeza y con el enfrentamiento constante es
imprescindible si se quiere que la economía española no se derrumbe en
perjuicio de todos. Pero es que no se trata de salvar sólo a la economía. Es
que nos estamos jugando la convivencia y la vida.
O aquí nos metemos
de una vez en la cabeza que España no es de nadie en particular y que no puede
ser sólo como a una parte de los españoles les parezca que tiene que ser
España, o nos vamos a precipitar todos por el barranco.
Y hay que decir
bien claro que la responsabilidad de lo que está pasando no es la misma en
todos porque no todos estamos insultando, ni todos estamos amenazando de
muerte, ni todos generamos violencia, ni todos padecemos el mismo sectarismo,
ni nos estamos comportando de la misma forma.
Hace unos días,
Manuel Vicent escribía una columna en El País en la que describía bien claro lo
que nos está pasando: "Por organismos internacionales de toda solvencia
España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable
para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su
territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima
de Bélgica, Francia e Italia". Y después de enumerar una larga lista de
actividades, hechos o conquistas en las que España destaca incluso como primera
o segunda potencia mundial, Vicent concluía: "Todo esto demuestra que en
realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los
políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se
insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que
cumplen con su deber, trabajan y callan".
Frente a esos
bocazas, y mucho más ante quienes son algo bastante peor que eso porque están
llegando a la acción, sólo caben dos posibles respuestas y me parece que la una
impulsa a la otra.
La primera es la de
esas otras personas, los "ciudadanos con talento" que, hasta ahora,
como dice Vicent, vienen cumpliendo con su deber trabajando y callando. Ya es
la hora de que no se callen, que lo mismo que salieron a los balcones a
aplaudir a los sanitarios, alcen de una vez su voz para reclamar concordia y
entendimiento, para pedir que se impida sembrar violencia, que no se grite sino
que se dialogue, que no se crispe sino que se ofrezca la mano, que no se
insulte sino que se tenga respeto, que se aísle a quien quiera chapotearse en
los estercoleros.
No podemos seguir
callados.
La segunda
respuesta es la de las instituciones. ¿Cómo es posible que no se tomen medidas
ejemplares cuando, sea quien sea, ofende de la manera que se está ofendiendo,
cuando se insulta de manera tan ilegítima y grosera, cuando se miente a
sabiendas provocando odio y enfrentamiento civil, cuando se amenaza incluso de
muerte? ¿No será que también hay demasiados bocazas en las instituciones?
No es tarde, pero
vamos con retraso. Si los bocazas de los
que habla Vicent han llegado ya a las instituciones, los locos que aprieten el
gatillo pueden comenzar a actuar en cualquier momento en nuestras calles. Hay
que reaccionar pacífica y democráticamente contra la barbarie que avanza a paso
de gigante y lo más efectivo es empezar (insisto, pacífica y democráticamente)
a no callarse.
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