PODEMOS, DE ENTRADA, NO
POR RAFAEL CID
Dicen los santones
de la estabilidad que quienes han fallado han sido los políticos y no las
instituciones. Mentira. Temen que la sangre llegue al río. Lo que lleva
ocurriendo desde que el bipartidismo perdió su posición de monopolio en el año
2015, es una vampirización de la democracia a costa de los intereses de la
casta política y de los aparatos de los partidos. Los antisistema son ellos.
A partir del lunes
23 de septiembre, cuando oficialmente se disuelva el Parlamento y concluya la
legislatura narciturus, Pedro Sánchez habrá legado un epilogo a su Manual de
Resistencia titulado “Podemos, de entrada, no”. Porque lo único inapelable de
todo lo visto y oído durante el trágala de la investidura es que el PSOE ha
dicho “no” a la oportunidad de un gobierno de izquierdas plural en España. Por
primera vez desde la Segunda República. El resto es relato.
Los autoproclamados
sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores;
muchos intelectuales y artistas favorables a la confluencia PSOE-UP
visibilizados en la petición que el actor José Sacristán trasladó a la
vicepresidenta del Gobierno Calmen Calvo (porque el fotógrafo estaba allí, con
la oreja puesta); o las numerosas entidades de la sociedad civil que pasaron
por Moncloa durante semanas mientras los equipos negociadores de la bancada
socialista y de Unidas Podemos seguían en el dique seco; todos ellos eran
decididos partidarios del acuerdo entre Sánchez e Iglesias. Y sin embargo, a
final el secretario general del PSOE y presidente del gobierno en funciones se
ha alineado con la salida que agradaba a la patronal. “Mejor elecciones que el
efecto devastador de Podemos en el Gobierno”, sentenció el presidente de
Círculo de Empresarios. Podemos, de entrada, no.
Los hechos son
tozudos. Sánchez ha tratado a su “socio preferente” Iglesias igual que a su
curtido adversario Mariano Rajoy. La misma estrategia chulesca, cainita y
destructiva. A Rajoy le fulminó para jolgorio de la izquierda acompañante
tildándole de “indecente” en un cara a cara televisivo, dejando después a otros
la tarea de caricaturizar al de Pontevedra como un pánfilo pegado a un puro y
al diario Marca. Por su lado, a Iglesias no solo le vetó al hominem (también a
través de la caja tonta), sino que añadió la propina de justificar la afrenta
diciendo que el líder de UP no era un demócrata. Dicho todo ello sobre la
persona a la que debía el éxito de la moción de censura que le llevó al poder
cuando Pedro Sánchez no era sino un excedente de cupo. Para la maldita
hemeroteca queda la imagen de los diputados de Podemos saltando de alegría en
sus escaños al grito de “si, se puede” nada más tumbar a Rajoy.
A Pablo Iglesias le
cabe el mérito de haber quebrantado solo el cincuenta por ciento de lo que
aprobaron mayoritariamente los afiliados de UP: su sí rotundo a aceptar un
gobierno de coalición con el PSOE y su no al veto. En el resto erró con
avaricia. Nunca debió menospreciarse aceptando la exclusión decretada por
Sánchez, porque desde ese momento evidenció su debilidad negociadora y porque
un escrache así es totalmente inaceptable en un diálogo democrático. También
patinó al pedir la beligerancia del Rey Felipe VI, con el riesgo de dar alas al
tradicional “borboneo” que esa dinastía ha perpetrado a lo largo de la
historia. Por no hablar de la lamentable impresión que ofrece un líder político
dispuesto a compartir poder a “cala y a prueba”, como hizo Iglesias en sus
estertores. Plantear entrar en el gobierno, garantizar la aprobación de los
Presupuestos y dejar al capricho de su presidente la continuidad en el
gabinete, es admitir un vasallaje que roza el esperpento.
Dicen los santones
de la estabilidad que quienes han fallado han sido los políticos y no las
instituciones. Mentira. Temen que la sangre llegue al río. Lo que lleva ocurriendo
desde que el bipartidismo perdió su posición de monopolio en el año 2015, es
una vampirización de la democracia a costa de los intereses de la casta
política y de los aparatos de los partidos. Los antisistema son ellos.
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