EN LA CAMA...
DUNIA SANCHEZ
En la cama con el
placer del sueño o eso creía. Estaba durmiendo o no. No sé, fijamente miraba el
techo en la oscuridad de la noche sin luna. Una extraña imagen de luz, una
figura de halo azul, verde me miraba desde el techo. No sentía miedo o alguna
especie de pánico que me arrastrara en un sudor frío. Era septiembre, un
septiembre con un clima pesado, pegajoso. Yo estaba despierta o no. Pero sí,
estaba despierta. La luz me hablaba y yo me sentía invitada a sus palabras. No
se entendía muy bien, pero creo que algo respecto a este mundo donde existimos.
Constantemente nombraba la palabra dimensión, yo no comprendía lo que quería
decir con ello y me levanté y la imagen de luz se puso ante mí, de pie, frente
a frente. Alargo una especie de sus brazos y me enrolló en su luz azul, verde.
En ese instante sentía cierto impacto sutil de energía en mi cuerpo. Temblé por
un momento y luego me deje arrastrar hasta donde quería llevarme. Cerré los
ojos y como si el tiempo se hubiera detenido pues me fije en mi reloj, estábamos
frente a un árbol. Un árbol cualquier, de cualquier parte del mundo. Mis ojos
atentos lo observó el árbol, como se desenrollaba aquella especie de energía de
mi y desaparecía. No me pregunté por qué estaba ahí, frente a un árbol ante un
parque desolado, desértico. Era el único, esbelto, gris, sin hojas con el
crujir de ramas que van cayendo a la tierra. Un presentimiento me vino a
buscar, un pensamiento del mañana, de un amanecer donde las cloacas del adiós
nos invocaban al desastre. Huí de él al encuentro de aquella luz para que me
llevara a mi realidad del presente. Corrí y corrí, con el desespero desbocado
del vacío, de la nada del futuro. Cerré los ojos y sentí un calor que subía por
mis piernas, por mis muslos, por mi vientre, por mis pechos, por mi cabeza. Los
abrí, en la cama, mirando el techo. Supe de lo que nos esperaba, supe de mi
vida en el hoy, supe del mañana. Ya lo estaba viviendo de manera inconsciente.
Dormí, hasta que mi gata blanca y negra me despertará a las siete. Son las
siete, elevo la mirada, elevo mi cuerpo, me asomo por una ventana y veo un
árbol similar que se le caen las hojas ante el otoño venidero. Hojarasca y
hojarasca revoloteando en busca del descanso.
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