domingo, 15 de septiembre de 2019

AQUELARRES EN CANARIAS


AQUELARRES EN CANARIAS
ANA SHARIFE
El archivo del Santo Oficio de la Inquisición de Canarias (Museo Canario) es uno de los conjuntos documentales más completos y mejor conservados de España. Tiene a disposición de los usuarios la base de datos Inquisición de Canarias, con más de 20.000 folios entre edictos, procesos, reducciones, informaciones de limpieza de sangre, libros prohibidos, testimonios de supuestos hechizos o pactos con el diablo de aquellas víctimas que fueron llevadas a juicio o ardieron bajo las llamas.

Tras largas horas buceando en la web del museo me pregunto dónde estarán ahora las brujas modernas y llego hasta Wiccas Canarias. Una religión neopagana cuyos miembros practican una suerte de teosofía, mitología y adivinación con su propio evangelio, su ética y sus festividades.


La página me deriva a un grupo cerrado de casi 300 personas bajo el nombre Aquelarres. “¿De qué parte del mundo eres?”, me preguntan al solicitar ingresar. Entiendo que la pregunta encierra una clave, como los saludos masónicos de reconocimiento, y dudo si contestar en su idioma, pero lo hago como profana (soy de Canarias). No me aceptan.

Una de las condiciones que pone el grupo es que “nadie debe revelar a los de afuera quién es wicca, o dar nombres o ningún otro dato que pueda poner en peligro las artes, o llevarla a enfrentarse con las leyes del país o con aquellos que les persiguen”. Este apartado me traslada en volandas a cuando aquellos rituales de magia blanca, que en Canarias apenas eran invocaciones a los espíritus elementales de la naturaleza, llegaron a su fin entre los siglos XV y XVIII.

En Europa se desencadenó una brutal represión contra las brujas, al tratarse de una idea que obsesionaba a la Iglesia católica y protestante, y que se radicalizaría cuando Roma puso a punto una institución de gran poder que vivió su esplendor y su mayor barbarie con la Santa Inquisición.

Aquella lucha ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que por entonces se proclamaba como oficial sembró el terror en Canarias durante más de 300 años, desde su instauración en 1488 hasta su abolición definitiva acaecida en 1834. La gran mayoría de los reos eran mujeres de bajos recursos, solas o viudas acusadas de herejía, homosexuales y falsos conversos (judíos y musulmanes que fingieron hacerse católicos, pero mantuvieron sus ritos a escondidas). Las listas de herejes se colgaban en las puertas de las iglesias, al tiempo que se solicitaba a la “gente católica de bien” que buenamente delatara a sus vecinos.

El archivo del Santo Oficio de la Santa Inquisición de Canarias contabiliza a más de 2000 víctimas sentadas en el banquillo de los acusados por la justicia inquisitorial de Canarias, aunque pocos pasaron por la hoguera, como sucedió con una familia de La Palma, en el año 1526. Padre, madre e hijo son condenados a morir bajo las llamas tras ser acusados por el Tribunal del Santo Oficio de Las Palmas de haber mantenido prácticas judaicas en la intimidad de su vivienda. Sin embargo, según los historiadores y la abundante historiografía sobre el tema producida en los últimos años, la sagrada congregación tuvo “una actuación benigna” en Canarias debido a su tardía implantación con respecto al territorio peninsular.

Durante gran parte del siglo XVI dependió administrativamente de Sevilla y sólo existía un inquisidor en las islas, que más tarde se convertiría en tribunal autónomo, con varios inquisidores y funcionarios, justificándose su independencia por el papel vigilante de los numerosos extranjeros que llegaban a Canarias como territorio atlántico.

“Los inquisidores eran más juristas que humanistas y teólogos”, señalaría Julio Caro Baroja en El señor Inquisidor y otras vidas por oficio. “En el siglo XVII los españoles, por otra parte, no tenían mucha fama como magos y hechiceros. Alguien sostuvo –con clara animadversión hacia el país– que el diablo no se fiaba de sus habitantes”.

Las brujas de Osorio

En Wiccas Canarias hay místicas, sanadoras del alma y sacerdotisas que celebran sus coven (aquelarres) al ponerse el sol, llevan a cabo sus cantos a la fertilidad, muy similares a los rituales celtas del norte de la península antes de su cristianización. 

Sus encuentros tienen lugar en varios puntos de las islas, explica su web. Los mismos espacios en los que se reunían hace siglos, desde tiempos aborígenes, lugares cuyo halo de misterio los convierte en puntos secretos donde reunirse para honrar a la naturaleza y celebrar cada una de las estaciones, los ciclos de la luna y el sol.


La magia de las wiccas es “ceremonial”. Esta escuela procede de enseñanzas esotéricas muy antiguas, hereda creencias y rituales que estaban muy vivos antes de la expansión del cristianismo, e “invocan a los espíritus elementales de la naturaleza que existen en dimensiones paralelas a la nuestra”, invisibles al ojo humano.

Uno de los puntos donde tienen lugar los aquelarres es en el bosque de Osorio, cita la página. Se sabe que la misteriosa maga francesa madame Voissi y su séquito solían realizar rituales con los que llamaban a estos seres fantásticos, hasta que llegados al año 1667 nace el tribunal de la Inquisición en el municipio de Arucas y la familia de Osorio, propietaria del bosque, lo dota de vigilancia expulsando a todas las sacerdotisas de sus dominios. Se fueron por un tiempo, pero con la llegada de la Ilustración regresaron a su lugar natural.

La Finca de Osorio, situada en las medianías de Gran Canaria, se parece a la idea del jardín idílico y rebosante de paz situado en el Paraíso, en el que crecen abundantes las flores y los árboles. El misterio que reina en esta hermosa finca la convirtió durante siglos en lugar secreto de brujas y sectas paganas que se reunían en el interior del bosque para llevar a cabo sus encuentros, ritos y aquelarres.

“En aquel castañar de Osorio, me tendí a la caída de la tarde hasta ver acostarse las colinas en la serenidad del anochecer”, escribió Unamuno sobre la Finca de Osorio (Por tierras de Portugal y España). Un paisaje místico que parece inspirado en los últimos versos epistolares de Ovidio, también lugar de apariciones fantasmales, duendes y hadas, en el que las brujas, durante los siglos XVI y XVII encontraron en la soledad y espesura de su bosque un lugar perfecto.

Tras la conquista de Gran Canaria se llevó a cabo el repartimiento de las tierras de la isla a los conquistadores que habían participado en la campaña. Al conde de Osorio se le concedieron tierras entre las que se incluye este mágico bosque, hoy lugar público desde que en 1981 la adquiriera el Cabildo de Gran Canaria.

“Es algo siempre nuevo, algo que siempre parece llevarnos a la fuente de la vida, algo que nos invita dulcemente a confundirnos con la madre tierra”, escribió Unamuno. “Era una noche de San Pedro, y al volver del castañar a la Villa brillaban por dondequiera las hogueras en las sombras de las montañas y se oía el resonar de los caracoles marinos mezclados al de las ranas (…)”.

Las brujas han vuelto a Osorio. O nunca se fueron del todo.

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