AQUELARRES EN CANARIAS
ANA SHARIFE
El archivo del
Santo Oficio de la Inquisición de Canarias (Museo Canario) es uno de los
conjuntos documentales más completos y mejor conservados de España. Tiene a
disposición de los usuarios la base de datos Inquisición de Canarias, con más
de 20.000 folios entre edictos, procesos, reducciones, informaciones de
limpieza de sangre, libros prohibidos, testimonios de supuestos hechizos o
pactos con el diablo de aquellas víctimas que fueron llevadas a juicio o ardieron
bajo las llamas.
Tras largas horas
buceando en la web del museo me pregunto dónde estarán ahora las brujas
modernas y llego hasta Wiccas Canarias. Una religión neopagana cuyos miembros
practican una suerte de teosofía, mitología y adivinación con su propio
evangelio, su ética y sus festividades.
La página me deriva
a un grupo cerrado de casi 300 personas bajo el nombre Aquelarres. “¿De qué
parte del mundo eres?”, me preguntan al solicitar ingresar. Entiendo que la
pregunta encierra una clave, como los saludos masónicos de reconocimiento, y
dudo si contestar en su idioma, pero lo hago como profana (soy de Canarias). No
me aceptan.
Una de las
condiciones que pone el grupo es que “nadie debe revelar a los de afuera quién
es wicca, o dar nombres o ningún otro dato que pueda poner en peligro las
artes, o llevarla a enfrentarse con las leyes del país o con aquellos que les
persiguen”. Este apartado me traslada en volandas a cuando aquellos rituales de
magia blanca, que en Canarias apenas eran invocaciones a los espíritus
elementales de la naturaleza, llegaron a su fin entre los siglos XV y XVIII.
En Europa se
desencadenó una brutal represión contra las brujas, al tratarse de una idea que
obsesionaba a la Iglesia católica y protestante, y que se radicalizaría cuando
Roma puso a punto una institución de gran poder que vivió su esplendor y su
mayor barbarie con la Santa Inquisición.
Aquella lucha
ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que por entonces se
proclamaba como oficial sembró el terror en Canarias durante más de 300 años,
desde su instauración en 1488 hasta su abolición definitiva acaecida en 1834.
La gran mayoría de los reos eran mujeres de bajos recursos, solas o viudas
acusadas de herejía, homosexuales y falsos conversos (judíos y musulmanes que
fingieron hacerse católicos, pero mantuvieron sus ritos a escondidas). Las
listas de herejes se colgaban en las puertas de las iglesias, al tiempo que se
solicitaba a la “gente católica de bien” que buenamente delatara a sus vecinos.
El archivo del
Santo Oficio de la Santa Inquisición de Canarias contabiliza a más de 2000
víctimas sentadas en el banquillo de los acusados por la justicia inquisitorial
de Canarias, aunque pocos pasaron por la hoguera, como sucedió con una familia
de La Palma, en el año 1526. Padre, madre e hijo son condenados a morir bajo
las llamas tras ser acusados por el Tribunal del Santo Oficio de Las Palmas de
haber mantenido prácticas judaicas en la intimidad de su vivienda. Sin embargo,
según los historiadores y la abundante historiografía sobre el tema producida
en los últimos años, la sagrada congregación tuvo “una actuación benigna” en
Canarias debido a su tardía implantación con respecto al territorio peninsular.
Durante gran parte
del siglo XVI dependió administrativamente de Sevilla y sólo existía un
inquisidor en las islas, que más tarde se convertiría en tribunal autónomo, con
varios inquisidores y funcionarios, justificándose su independencia por el
papel vigilante de los numerosos extranjeros que llegaban a Canarias como
territorio atlántico.
“Los inquisidores
eran más juristas que humanistas y teólogos”, señalaría Julio Caro Baroja en El
señor Inquisidor y otras vidas por oficio. “En el siglo XVII los españoles, por
otra parte, no tenían mucha fama como magos y hechiceros. Alguien sostuvo –con
clara animadversión hacia el país– que el diablo no se fiaba de sus
habitantes”.
Las brujas de
Osorio
En Wiccas Canarias
hay místicas, sanadoras del alma y sacerdotisas que celebran sus coven
(aquelarres) al ponerse el sol, llevan a cabo sus cantos a la fertilidad, muy
similares a los rituales celtas del norte de la península antes de su
cristianización.
Sus encuentros
tienen lugar en varios puntos de las islas, explica su web. Los mismos espacios
en los que se reunían hace siglos, desde tiempos aborígenes, lugares cuyo halo
de misterio los convierte en puntos secretos donde reunirse para honrar a la
naturaleza y celebrar cada una de las estaciones, los ciclos de la luna y el
sol.
La magia de las
wiccas es “ceremonial”. Esta escuela procede de enseñanzas esotéricas muy
antiguas, hereda creencias y rituales que estaban muy vivos antes de la
expansión del cristianismo, e “invocan a los espíritus elementales de la
naturaleza que existen en dimensiones paralelas a la nuestra”, invisibles al
ojo humano.
Uno de los puntos
donde tienen lugar los aquelarres es en el bosque de Osorio, cita la página. Se
sabe que la misteriosa maga francesa madame Voissi y su séquito solían realizar
rituales con los que llamaban a estos seres fantásticos, hasta que llegados al
año 1667 nace el tribunal de la Inquisición en el municipio de Arucas y la
familia de Osorio, propietaria del bosque, lo dota de vigilancia expulsando a
todas las sacerdotisas de sus dominios. Se fueron por un tiempo, pero con la
llegada de la Ilustración regresaron a su lugar natural.
La Finca de Osorio,
situada en las medianías de Gran Canaria, se parece a la idea del jardín
idílico y rebosante de paz situado en el Paraíso, en el que crecen abundantes
las flores y los árboles. El misterio que reina en esta hermosa finca la
convirtió durante siglos en lugar secreto de brujas y sectas paganas que se
reunían en el interior del bosque para llevar a cabo sus encuentros, ritos y
aquelarres.
“En aquel castañar
de Osorio, me tendí a la caída de la tarde hasta ver acostarse las colinas en
la serenidad del anochecer”, escribió Unamuno sobre la Finca de Osorio (Por
tierras de Portugal y España). Un paisaje místico que parece inspirado en los
últimos versos epistolares de Ovidio, también lugar de apariciones fantasmales,
duendes y hadas, en el que las brujas, durante los siglos XVI y XVII
encontraron en la soledad y espesura de su bosque un lugar perfecto.
Tras la conquista
de Gran Canaria se llevó a cabo el repartimiento de las tierras de la isla a
los conquistadores que habían participado en la campaña. Al conde de Osorio se
le concedieron tierras entre las que se incluye este mágico bosque, hoy lugar
público desde que en 1981 la adquiriera el Cabildo de Gran Canaria.
“Es algo siempre
nuevo, algo que siempre parece llevarnos a la fuente de la vida, algo que nos
invita dulcemente a confundirnos con la madre tierra”, escribió Unamuno. “Era
una noche de San Pedro, y al volver del castañar a la Villa brillaban por
dondequiera las hogueras en las sombras de las montañas y se oía el resonar de
los caracoles marinos mezclados al de las ranas (…)”.
Las brujas han
vuelto a Osorio. O nunca se fueron del todo.
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