“ACASO LA LUZ”
(cuarto
poemario de
Amparo Álvarez
Reguero)
POR RAMÓN DÍAZ HERNÁNDEZ.
Amparo Álvarez Reguero (Alma), natural
de Moya, pero afincada en Arucas desde hace mucho tiempo, publicó el pasado mes
de abril su nuevo libro titulado “Acaso la luz”. En sus 85 páginas se
distribuyen 21 composiciones que son como estampas minimalistas donde no faltan
denuncia, desvelo intimista, dolor, júbilo contenido, nostalgia, metáforas
(pocas), desasosiego por el paso del tiempo, desamparo vital, algo de crisis de
identidad, búsqueda de nuevos horizontes
y alguna que otra pirueta alegórica todo ello adobado con 9 amenas
ilustraciones de Luis Arencibia
Por la temática, “Acaso la Luz” está estructurado en dos
partes bien diferenciadas. Una primera parte, compuesta de doce poemas calificada
por la crítica especializada como “un diálogo con la Naturaleza, sometida por
el ser humano a un inexorable deterioro”. Y una segunda parte integrada por
nueve poemas, bajo el título ‘Los ojos de Caín’, dedicado a las víctimas
inocentes de las guerras, a los niños que mueren en los desiertos o a la
imperante necesidad de una paz que dé por finalizados todos los conflictos del
Orbe. En conjunto, un libro de elevado contenido
lírico y ético con la brújula orientada hacia la consecución de una bien
cuidada expresión literaria que evoca armonía, ritmo y belleza, dejando traslucir
una mirada contemporánea, compasiva y hasta horrorizada pero, a la vez,
comprometida de la autora contra las asperezas de la realidad actual. La
edición ha corrido a cargo de Aguere/Idea y se puede adquirir en librerías al
precio de 11 euros.
En mi calidad de lector desordenado,
intentaré comentar brevemente las dos partes del libro sin pasar por alto los
acertados comentarios del eurodiputado Juan Fernando López Aguilar en su breve pero
intenso prólogo, con la ingenua esperanza de que el poema Sahara Hermano (p.67) le haya provocado también una incómoda
emoción que trascienda su mera lectura.
En lo referente a la primera parte, deseo
solo subrayar que las reseñas de esta publicación editadas en la prensa valoran
los doce primeros poemas como textos atravesados por una “profunda reflexión
sobre la existencia y el imperativo de la conservación de la belleza, la
dignidad y la conciencia”. Y añaden que “la autora se
sumerge en una conexión profunda con el cosmos, las estaciones o cualquier
efecto físico de la realidad natural que retorna al ser a su centro y al centro
de las cosas”. Es innegable que AAAR nos ofrece su
inquietud expresiva materializada en las plantas, el planeta o el Sol que junto
a otros seres mundo natural funcionan aquí como vehículos de una reflexión
ontológica que se proyecta en evocaciones desafiantes tanto en la vertiente
conceptual como estética. No comparto la idea de “un diálogo con la Naturaleza”
como si se tratara de dos cosas distintas: el medio ambiente por un lado y
(fuera de él) la autora por otro. Es más sencillo que todo eso. Pienso, en
consonancia con la espiritualidad innata de los indígenas de la Amazonía, que
las composiciones de AAAR se adentran en la idea ancestral de no estar
defendiendo a la naturaleza, sino ser la propia naturaleza defendiéndose a sí
misma. Por esa razón, esta primera parte del
libro es, en mi opinión, un apasionado requerimiento a tomarse más en serio la
naturaleza y su obligada protección con el explícito deseo de que “La huella
del espíritu en todas las acciones y circunstancias alumbra una lucha perenne
por la belleza: por un espacio que nada ni nadie debe amenazar". Pero también hay nostalgia, a veces, en dosis
elevadas en la valiente reivindicación del denostado eucalipto al que insufla
aliento (pp. 18-19) y en el pasado esplendoroso de “Los Tilos” (p. 15); igualmente,
hay seductoras palabras en “Rosa”, “Atlántico”, “Su noche”, “A mi corazón”, al
tiempo que hay reflexiones intimistas, miedos y evocaciones telúricas en
“Siempre la aurora” y “Por qué voy a negarte”.
La segunda parte del libro se presenta
bajo el subepígrafe de “Los ojos de Caín” en donde su autora reivindica con
nervio que la lírica tiene algo que decir en el debate sobre la libertad, la paz o el respeto a los derechos humanos. En
efecto, las nueve composiciones ahí agrupadas son nueva cantos necesarios de
plegarias y de palabras de paz que denuncian, que sentencian, que preguntan,
que interpelan… que dicen verdades que molestan porque desenmascaran algo
indeterminado o, mejor, a alguien determinado que el lector debe averiguar sin
esfuerzo. Alma Álvarez da una vez más voz a los
sin voz, a los invisibles de la contemporaneidad, a los mal globalizados y a
los desglobalizados, a los refugiados sirios, a los niños saharauis, a las víctimas inocentes de los conflictos
bélicos,…reclamando una paz justa y duradera bajo cuya égida se rehumanice la
convivencia entre personas diferentes de una vez por todas en este castigado y
acalorado Planeta que habitamos. La fuerza con que aborda temas lacerantes
cristaliza en un lenguaje pletórico de belleza, precisa e impactante, que no
pasa desapercibido. Con ello trata de devolver la dignidad humana a quienes han
sido desposeídos de ella.
“Acaso la luz”, es no sólo el último libro de
poemas de Alma Amparo Álvarez Reguero (con este van cuatro), sino una nueva
ocasión de ofrecernos una obra alumbrada después de un exigente nivel de
“dignidad literaria”. A ello añadimos que su autora nos brinda una poesía
creíble, apartada de la desmesura y la sensiblería de corto recorrido, que además
se permite el lujo de entrar en la conciencia del lector por la vía de la
pasión contenida sin trtansgredir las coordenadas racionales vitales para
hablar con honestidad de sus propias heridas, de sus miedos, de sus gozos e
incertidumbres que asuelan a su (nuestra) tierra y a su gente, golpeados por
tantos y tan distintas adversidades interesadas como son la desigualdad y la injusticia.
“Acaso la luz” es, en definitiva, un libro sencillo e igualmente sorprendente
que con toda seguridad terminará cautivando al lector por la madurez
intelectual de su meditación existencial. La de AAAR es indudablemente una
poesía impregnada de matices e intensidades del dolor, de lo estremecedor que
resulta digerir la existencia y del esfuerzo por ponerse en la piel de otros en
lo que ahora los refinados llaman ‘empatía’. Creo por todo lo dicho hasta aquí
que la verdadera importancia de este libro estriba en que su mirada atenta y
comprometida de la realidad amalgama las premisas mismas de lo que significa
hacer literatura. ¡Enhorabuena!
POR RAMÓN DÍAZ HERNÁNDEZ. CATEDRÁTICO DE GEOGRAFÍA DE LA ULPGC.
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