LA UNIVERSIDAD DE LA PROSTITUCIÓN
LIDIA FALCÓN
La Universidad de
La Coruña organiza un congreso para explicar, difundir, justificar y defender
la prostitución. Por los títulos de las ponencias y la personalidad de las
autoras, este congreso es una exaltación de lo que llaman “trabajo sexual”. Con
la posmodernidad se pervirtieron los principios políticos y sociales y los
valores humanos, y con, naturalmente, el lenguaje.
Lo que había sido
en el transcurso de los siglos prostitución se ha convertido en trabajo del
sexo. Creíamos, por propia experiencia y arduo estudio que el sexo que nos
distingue a los hombres de las mujeres, es fuente de placer pero nunca de
trabajo. La relación sexual que ha de ser libre, voluntaria y gratuita
convertida en el negocio que las mafias internacionales han convertido en el
horror moderno de la esclavitud de mujeres y niñas y niños. La ONU definió hace
tiempo que la prostitución no puede ser considerada un trabajo porque carece de
la dignidad de este.
El trabajo está definido
desde Aristóteles como aquella actividad humana que produce riqueza con el
esfuerzo humano. Los trabajos han sido muchos a lo largo de la historia de la
Humanidad, como también nos contó Hesíodo en su magistral obra Los Trabajos y
los Días donde el poeta canta las excelencias del trabajo como único medio de
superación de las dificultades de la vida humana.
Los trabajos han
sido y son múltiples en la historia de la evolución humana y siempre empleados
en construir sociedad, alimentar a los seres vivos, inventar nuevos adelantos,
elaborar doctrinas que hagan avanzar las civilizaciones. El trabajo, desde el
más humilde hasta el que requiera más preparación, es digno porque representa
el esfuerzo de la persona en crear riqueza y bienestar. Ya imagino que mis
opositoras saldrán gritando que las prostitutas crean riqueza y bienestar.
Riqueza es evidente, la prostitución es el negocio más lucrativo del mundo
después del tráfico de armas y hace inmensamente ricos a los proxenetas, los
chulos y las madames. Y bienestar para todos ellos que deben vivir en el mejor
de los mundos posibles. Pero poca riqueza y poco bienestar para las mujeres
prostituidas.
El trabajo tiene
una condición sine qua non: el trabajador no puede ser humillado en todo su
ser. Su cuerpo es intocable por el empleador, de lo contrario es un esclavo,
sometido a maltrato y trato vejatorio, y eso lo prohíbe la Declaración de
Derechos Humanos de Naciones Unidas desde 1948, en que 49 naciones,
supervivientes de la II Guerra Mundial, firmaron las condiciones en que debían
desarrollarse todas las personas, independientemente de su sexo, clase, raza o
condición, a las que hay que respetar como seres dignos de atención y cuidado.
Hoy, que reclamamos respeto para los animales y la Naturaleza entera, tenemos a
los y las representantes de la esclavitud más humillante de las mujeres
defendiendo la prostitución como un “trabajo sexual”.
Las voceras de eso
que llaman sindicato OTRAS, que se manifiestan agresivas y desafiantes,
utilizando el lenguaje más soez que imaginarse pueda –como les corresponde-
defienden su protagonismo y libertad en la defensa de la prostitución como un
trabajo libremente escogido y satisfactorio, para lo cual tienen que
insultarnos desgarradamente a las que pretendemos que se elimine para siempre
semejante negocio y explotación machista. La ordalía del Patriarcado.
Escuchar y leer los
manifiestos de esas mujeres reclamando la autonomía y libertad para
prostituirse, como si se tratara de la regulación de una actividad laboral,
resulta insultante para la inteligencia. En este siglo XXI hemos de ver
retroceder la lucha feminista ocho siglos, cuando en el XIII Santo Tomás de
Aquino declaró que la prostitución era necesaria para calmar los apetitos
sexuales del hombre más potentes que los de la mujer y que debía existir como
las cloacas de las ciudades esconden la suciedad. Más tarde, en los siglos
posteriores, la prostitución estuvo siempre regulada, para satisfacción de
sacerdotes y magnates o desahogo de trabajadores cansados. Todos hombres,
naturalmente, porque la prostitución es la institución que con más crueldad
demuestra la organización del Patriarcado: los cuerpos de las mujeres al
servicio de la sexualidad masculina. Por ello el feminismo y el humanismo de
muchos hombres llegaron para denunciar semejante horror consentido por las
sociedades llamadas civilizadas.
La prostitución es
una explotación, la más grave de todas porque afecta a lo más íntimo del ser
humano que es la sexualidad. Reduce a las mujeres a la categoría de objetos
sexuales para disfrute de los hombres. De hombres que disfrutan con tal clase
de dominio.
Se afirma también
que las mujeres “contratan” con total libertad. Lo cierto es que todas las
prostitutas son víctimas de violencia, violaciones, maltrato psíquico, desprecios
y humillaciones. Ninguna de las mujeres que se encuentran sometidas a esa
explotación sexual la han escogido voluntaria y libremente como se pretende, ni
se encuentran satisfechas con semejante esclavitud. Todas son utilizadas por
uno o varios chulos, todas son expoliadas por el proxeneta y todas son
maltratadas por los clientes y por los macarras. Y la drogadicción y el
alcoholismo, las enfermedades de todo tipo y las alteraciones mentales son la
condición natural de ellas.
Hablamos de la
libertad del pobre, cuando no hay nada que esclavice más que la pobreza. El 99%
de las prostitutas, como nos enseñan todas las estadísticas mundiales, son
pobres. ¿Qué libertad es la que poseen mujeres que no tienen ninguna fuente de
ingresos, que no pueden mantener a los hijos o que han sido ya violadas por los
hombres de su entorno desde la infancia
o que son maltratadas y apaleadas por el padre, novio, marido, amante,
que tantas veces son los chulos que las explotan? Han sido vejadas en su
dignidad de persona y no se consideran por tanto iguales a las otras más
afortunadas. Y nuestra sociedad, cuando legalice la prostitución, seguirá sin
considerarlas dignas de compararse con las mujeres decentes.
Si la prostitución
se regula como un trabajo más entrará en las listas del INEM, y cualquier mujer
en situación de paro que requiera un empleo puede encontrarse ante la oferta de
ir a parar a un burdel o perder la ayuda de la Seguridad Social. Mientras la
imagen social de la mujer desciende a los estratos más ínfimos. Si por ser
mujer puedes ser prostituida con el beneplácito de legisladores y jueces,
sindicatos y asociaciones, todas entraremos en la misma categoría despreciable:
la de ser mujer.
Ese estigma que se
ceba en la que está en las garras de los prostituidores, de que tanto hablan
las regulacionistas, es el que les imponen éstos a las mujeres que consideran
buenas para ser prostituidas. Porque ninguno de los padres ni maridos ni
hermanos ni hijos desea que sus hijas, su esposa, su hermana o su madre se dedique
a la prostitución. Como tampoco ninguna de las mujeres que se consideran
decentes tiene semejante horizonte entre sus expectativas. Todos ellos y todas
ellas, se consideran a sí mismas diferentes a las “otras”, aquellas que sí
pueden, y a lo mejor deben, dedicarse a la prostitución.
La violencia y el
machismo están presentes en todos los aspectos de la vida de las mujeres
prostituidas. Si un sector de hombres maltrata habitualmente a su compañera de
vida y varias decenas las asesinan cada año, ¿qué trato pueden esperar las
prostitutas?
Esta es la tan
cacareada libertad de las mujeres prostituidas.
La legalización no
resolverá ninguno de estos problemas. La campaña de la legalización ha sido
promovida por las mafias de la prostitución. Esas mafias lo que pretenden es
que las legislaciones de los países desarrollados, en los otros son ellos los
que imponen las leyes, no les persigan. No enfrentar más el riesgo de que sus
esbirros sean encausados y a veces encarcelados, y ahorrarse el dinero que ahora
les suponen las mordidas y los sobornos. No crean que los impuestos les saldrán
más caros, porque ahora pagan más para tener impunidad en hoteles, clubs,
cafeterías, pubs, etc. Lo que pretenden los proxenetas es la total impunidad.
Ni denuncias, ni investigaciones, ni molestias de los vecinos ni admoniciones
moralistas de las feministas. Traficar con mujeres- tantas menores de edad-,
esclavizarlas en los puticlubs, ganar mil por uno, apalearlas si se resisten, y
seguir siendo tratados como honrados empresarios de “alterne”.
España se está
convirtiendo en otro parque temático sexual europeo, con el tráfico de 500.000
esclavas sexuales que entran cada día en la Unión Europea a través de nuestro
país, y tres millones de hombres que acuden a ellas diariamente. Cuando
nuestros gobernantes no se plantean acabar con esa repugnante explotación sino
legalizarla, se están haciendo cómplices de ese tráfico.
Y ahora la
Universidad, la institución más culta, más elevada, se supone que el imperio de
las humanidades, de la ciencia, de la investigación, le cede su sagrado ámbito
a las representantes de esa infame industria para que expongan, con total
libertad, no faltaría más, los espúreos argumentos con los que pretenden
influir en el ánimo de los legisladores para que la prostitución se legalice
como en Alemania y en Holanda, que se han convertido en los países
prostituidores Europa. En poco tiempo tendremos a las mujeres exhibidas como
mercancía tras ventanales en las plazas más concurridas de las ciudades, como
pueden verse en Ámsterdam, donde, por cierto, están planteándose abolirla ante
el cúmulo de agresiones que sufren y el
poco número de las que realmente están legalizadas. Igualmente en Alemania y
Australia y Nueva Zelanda que se han convertido en los países protectores de la
mafia de la prostitución.
¿Y en España será
igual? ¿este es el país que queremos?
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