EL TERRORISMO Y LA LLAVE ALLEN
GERARDO TECÉ
Ya tenemos,
oficialmente, terrorismo en Cataluña. Enhorabuena a los premiados. La Audiencia
Nacional ha decretado prisión incondicional para siete de los nueve acusados de
terrorismo independentista, ese nuevo género que causa furor. Otros dos han
sido puestos en libertad tras confesar que tenían pensado hacer algún acto de
sabotaje, pero que estaban lejos de poder llevarlo a cabo y que, en todo caso,
nunca hubiera sido contra personas. Se les ha puesto en libertad, pero sigue
manteniéndose sobre ellos la misma acusación que para el resto de detenidos:
terrorismo. Así, con todas sus letras y todos los recuerdos que nos trae la
palabra. Los dos presuntos terroristas puestos en libertad, eso sí, tendrán que
ir a firmar a la Audiencia Nacional cuando se les requiera. La imagen de los
dos terroristas pillando el AVE Barcelona-Madrid para firmar y volver a casa,
es, por lo menos, curiosa. Creo que fue desde la llegada de Ikea a nuestras
vidas. Desde entonces, a cualquier cosa lo llamamos mueble o terrorismo. La ventaja,
eso sí, es la variedad de opciones que el sistema de llave Allen te ofrece a la
hora de montarte el salón de tu casa o la acusación de terrorismo según te
apetezca.
De un tiempo a esta
parte –desde la desaparición de ETA para ser más precisos– la amplia gama de
tipos de terrorismo que han aparecido en España se ha convertido en una riqueza
más del país, como el vino o los quesos. Tenemos formas de terrorismo tan
originales que asombran al mundo. A quemar un contenedor en Francia, a hacer
explotar un artefacto durante una manifestación, se le llama –menudos paletos
están hechos– protesta de los “chalecos amarillos”. Con la ley española en la
mano, no habría cárceles suficientes en Francia para encerrar a las decenas de
miles de terroristas que incendiaron las calles de París contra las políticas
de Macron. En España, avanzados como somos para lo que nos motiva, somos más
sofisticados. Quemar un contenedor es terrorismo si se hace en el lugar
adecuado, la zona norte. Si usted quiere visitar la Audiencia Nacional por todo
lo alto, no vaya a quemar un contenedor en Badajoz o la cosa acabará en una
escena tan ridícula y poca cosa como un municipal multándolo mientras le echa
una bronca.
A darse de hostias
en un bar con un policía de paisano, en el Reino Unido se le llama ver un
partido de fútbol de tranqui. O pelea de bar a secas si –cosa rara– ese día no
pusieran fútbol en la tele. En España, una pelea de bar en la zona especial
norte, de nuevo vuelve a llamarse terrorismo y lleva consigo décadas de cárcel
para el grupo de amigos involucrado. A escribir una canción o un tuit violento,
en Portugal, Tanzania, Alemania o Estados Unidos, se le llama libertad de
expresión y el castigo suele ser que los ofendidos se acuerden de la familia
del autor. En España, hipersensibles que somos a algunas cosas –las más
estúpidas normalmente–, la justicia actúa haciendo que esto también se apellide
terrorismo. Hasta exiliados tenemos por este motivo. Un orgullo nacional
exportar este tipo de inventos originales. Luego, que si no se nos da bien el
I+D.
El terrorismo
independentista catalán ha llegado para quedarse. ¿Qué sería de la
reivindicación de un referéndum pacífico en Cataluña sin una buena
criminalización? Lo explica el auto del juez de la Audiencia Nacional que ha
decretado prisión para siete de los terroristas y que ha mandado a su casa a
dos de ellos (también terroristas, recordemos): ese material que tenían,
susceptible de convertirse en un explosivo, lo tenían porque eran indepes.
Porque con ese potencial acto que podrían haber llevado a cabo, no hubieran
hecho otra cosa que reivindicar la existencia de una República catalana. En
Francia, Alemania, Tanzania o Portugal, a un proceso judicial que incluye
motivaciones políticas se le llama juicio político. Aquí lo llamamos justicia a
secas, porque la vida consiste en no complicarse la vida con menudeces.
Mientras el juez motiva que el terrorismo existe porque existe una ideología,
los medios van poniéndole nombre al nuevo terrorismo de referencia nacional:
los CDR. No importa que la Guardia Civil explicase en un primer momento, tras
las detenciones de los nueve acusados, que “habían formado un grupo ajeno a los
CDR”. Días después, no queda un solo medio de comunicación que no una en sus
titulares las palabras terrorismo y CDR. ¿Qué sería del terrorismo sin unas
buenas siglas que lo acompañen? Nueve flipados se hacen con grandes cantidades
de detergente para meterle fuego a algo. Sonaría poco serio. Y aquí somos gente
seria.
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