15 DÍAS DE OCTUBRE
JESÚS CUADRADO
El presidente del
Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, el presidente del Partido Nacionalista
Vasco (PNV), Andoni Ortuzar, junto al secretario de Organización del PSOE y
ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, el pasado miércoles,
durante la reunión que mantuvieron entre el partido socialista y el PNV. / Kiko
Huesca (Efe)
“Queridos españoles: o me votan lo suficiente,
o les garantizo inestabilidad permanente”. Pedro Sánchez, con sus
teatralizaciones de “yo o el caos”, no hace chantaje a los otros partidos, sino
al conjunto del electorado, al que mantiene secuestrado con el arma del miedo
colectivo. Presten atención, señores electores acongojados, a los próximos
primeros días de octubre en que se concentran los peores riesgos para España:
la sentencia, el Brexit, el final de los vientos de cola que han mantenido la
actividad económica.
El miedo guarda la
viña. El sociólogo alemán Heinz Bude, en su obra La sociedad del miedo,
sostiene que las épocas en las que el miedo se adueña de la sociedad son una
ocasión para demagogos o para estadistas.
Los primeros “intensifican el miedo de la gente” y lo usan
políticamente. Los segundos asumen la función moral de “presentar el miedo como
algo que se puede dominar”, lideran el esfuerzo colectivo por superarlo.
Sánchez no es precisamente un estadista. Actúa como un demagogo que somete a
los electores a una tensión inaceptable, los trata como a garbanzos en remojo,
hasta que estén a punto para entregarle, por cansancio, la mayoría que
necesita.
En los próximos
días comprobaremos si Iglesias vota sí y se va a la oposición o vota no y vamos
a elecciones. Con la oferta de un denominado Programa Común, inviable en un
contexto de crisis económica, y de esperpénticas opciones de control del
Gobierno, el sanchismo se muestra como un peligro extremo para el país. Confiad
en mí, les pide a sus “socios preferentes” quien cambia de posición cada cinco
minutos, quien tiene acreditado el cuajo necesario para gobernar por decreto y
prorrogar presupuestos hasta el momento en que le convenga ir de nuevo a
elecciones. Esa es la razón de ser de una fuerza política que surge del
conglomerado ingobernable de la moción de censura y lleva en la barriga el
bicho de la inestabilidad. De eso va el sanchismo, y no podrá ser otra cosa.
Si observas a un
abejorro en reposo, te parece imposible que pueda volar, pero vuela. Ante los
pasos contradictorios que va dando la fuerza política que lidera Sánchez, uno
se pregunta si eso puede volar. La inmensa mayoría de los electores saben que
juega con ellos para llevarles a nuevas elecciones, hasta que le den los votos
que quiere, pero no parece que esa gamberrada produzca coste electoral.
Se pasan el día
haciendo el ridículo, eso que se decía que nunca hay que hacer en política,
pero consiguen que decenas de intelectuales dediquen esfuerzos diarios a
operaciones cosméticas que lo disimulen.
En un solo día, el
pasado tres de septiembre, en el diario El País, hasta cuatro analistas de
prestigio se concentraron en esa tarea de chapa y pintura para disimular los
esperpentos diarios del sanchismo. Víctor Lapuente se brega en el apoyo al
objetivo de Sánchez de gobierno monocolor, argumentando que se puede hacer
mucho desde fuera- ¿y desde dentro?- y advirtiendo del peligro que hubiera
representado un ministro de Podemos en la gestión del Open Arms- ¿y en la del
Aquarius?-. Otros, como Gil Calvo, se dedican a darle estopa a Iglesias como
remedio para proporcionar alzas de hombre de Estado a Sánchez. Y en las viñetas
de Peridis se fabrica la idea de una supuesta pinza de Iglesias con Casado. No
es menor el esfuerzo de Luis Aizpeolea para quitarle hierro a los acuerdos con
Bildu, vía entrevista al historiador Ludger Mees, que insiste en el Otegui
“hombre de paz” que habría logrado, él, el final de ETA. Si el sanchismo
finalmente es capaz de volar, esta intelligentsia tan entregada habrá sido decisiva
para lograr el milagro.
Como cuando avalan
como algo normal que un candidato a la presidencia del Gobierno necesite solemnizar
por escrito su compromiso con el mandato constitucional sobre el referéndum
secesionista. Ni los independentistas se lo toman en serio. Pero, los electores
saben que, no es que Sánchez vaya a pactar con los soberanistas e
independentistas, es que ya lo ha hecho. En Baleares, en la Comunidad
Valenciana, en Navarra, en Cataluña, en el País Vasco, en todas partes. Como
con la elección de los presidentes del Senado y del Congreso, partidarios
confesos del “derecho a decidir”, ya ha dejado su huella imborrable. ¿Es este
candidato el que va a gestionar las consecuencias de la sentencia? Necesitará
mucho apoyo intelectual para hacernos creer que, quien pacta con secesionistas,
puede ser el muro contra ellos que ahora anuncia.
Les necesitó para
ser presidente en la moción de censura, les necesitará si quiere serlo ahora y
siguen siendo necesarios para las presidencias de Baleares, Navarra, Comunidad
Valenciana, País Vasco, Diputación de Barcelona y tantos ayuntamientos.
Demasiadas evidencias para que los intelectuales que intentan banalizar el
soberanismo logren su objetivo. Aunque ya se sabe, a pesar de las apariencias,
el abejorro vuela. Pero los riesgos para el país no desaparecen.
En este sentido, el
PNV es la pista a seguir. Su aspiración, como adoctrina Daniel Innerarity, su
filósofo de cabecera, está en conseguir en la política española un proceso
constituyente abierto, es decir, una debilidad permanente de nuestro Estado
nacional, imprescindible hoy para gestionar la adaptación del país a una
complejísima nueva globalización o para hacer sostenible un Estado del
bienestar con dificultades crecientes. Para sus objetivos declarados necesitan
presidentes como Sánchez ahora, o como Rajoy antes. No son los únicos. Hace
unos días, intelectuales sanchistas, con la filósofa Victoria Camps al frente,
firmaban un manifiesto como “catalanistas de izquierda”. Vuelta a las andadas.
Ya anticipó el camino Pedro Sánchez cuando definió al PSOE como catalanista,
nada menos. Alegrías para los soberanistas.
El PNV no apoya a
Sánchez porque le considere de izquierda. Su objetivo no es participar en la
construcción de “otra España”, trabaja por lograr cada día “menos España”.
Desde la aventura de la moción de censura, en la que fueron decisivos, han
comprendido que para su objetivo el sanchismo es un chollo. Se ríen de la
genialidad de Sánchez: pactar con todos los soberanistas para neutralizarles.
Saben que, en una España sanchista, el soberanismo tiene el campo libre.
Nadie está más
interesado en revitalizar el viejo bipartidismo que el soberanismo. En ese ring
siempre ganan. Por eso es tan dañina para la España constitucional la
resistencia a prescindir del modelo mental obsoleto que lo mantiene en pie.
Hace unos días el periodista José Antonio Zarzalejos daba crédito a un regreso
de Pujol reencarnado en un reconvertido Rufian y una ERC- “lo volveremos a
hacer”- domesticada. Urkullu sonríe.
¿Qué pasará? En la
peor hipótesis, puede que, aunque parezca desafiar las leyes de la
aerodinámica, el sanchismo logre volar y nos estrelle a todos. Atención a esos
quince días de Octubre.
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