LOS DEMONIOS QUE ESPERAN A SÁNCHEZ
GERARDO TECÉ
Qué poco se
equivocan Ockham y su navaja. La teoría, muy conocida, es esa que dice que, a
la hora de encontrar una explicación para algo, lo más sencillo suele ser lo
más probable. La teoría también es aplicable al campo de la política. Quienes
no conozcan a este señor ni a su navaja –nunca aparecen en las tertulias de La
Sexta– quizá puedan pensar que nos vamos de nuevo a elecciones por una
combinación de casualidades inevitables. Por una tormenta perfecta consistente
en negociaciones que no pudieron ser, por bloqueos políticos, por problemas de
calendario y aritméticas imposibles. Pero la verdad, como diría Ockham navaja
en mano, es que es todo más fácil: nos vamos a elecciones porque Pedro Sánchez
quiere ir a elecciones. Está seguro de que mejorará su resultado. La teoría de
la navaja sirve para explicar el pasado, pero no para prever el futuro. Y el
futuro de Pedro Sánchez –por mucho que las encuestas al PSOE le salgan a
enmarcar, por mucho que le susurren los asesores galácticos que el éxito está
asegurado al otro lado del río– pasará a ser impredecible desde el mismo
momento en que pongamos un pie en la campaña electoral. Son muchos los síntomas
que apuntan a que el panorama podría no ser tan bueno para el PSOE como quieren
pintarnos.
El relato
Si la estrategia de
Pedro Sánchez pasaba por imponer un relato, por ir a unas nuevas elecciones
bajo el consenso social de que se le ha impedido gobernar, no está tan claro
que después de estos meses eso sea lo que haya quedado en el ambiente. Ni mucho
menos. El empeño del PSOE, desde el minuto uno, de gobernar sin los votos
necesarios para hacerlo. El veto a Pablo Iglesias. La negociación con Unidas
Podemos de poco más de 48 horas que se pareció más a una escenificación
–obligada tras aceptar Iglesias el veto personal– que a una negociación real.
Las ofertas volátiles que caducan de un momento para otro, ahora valen, ahora
ya no valen. La negativa a hablar de un gobierno de coalición cuando la
calculadora demostraba que era la única vía posible para evitar elecciones. El
rechazo inmediato, sin dejar tiempo para el debate público, de las sucesivas
ofertas de Unidas Podemos. Por no hablar de la celebración –parecía que hubiera
marcado Iniesta contra Holanda– de Carmen Calvo y Josep Borrell tras fracasar
la investidura de Pedro Sánchez. Hoy entendemos que en realidad celebraban que
el simulacro de negociación que necesitaban para su relato les había salido
bien. Es decir, que no había salido. Son demasiados ingredientes que hacen
difícil, por no decir imposible, que ese relato victimista, con el que el PSOE
contaba como eje central de una futura campaña electoral, pueda servirle ya.
La campaña
No es lo mismo
presentarse en una campaña electoral con una verdad en la mano –la extrema
derecha podría llegar al poder– que hacerlo con una mentira evidente –yo quería
un Gobierno de izquierdas, pero no me dejaron, fue imposible–. Una campaña
electoral moviliza voto. Un porcentaje importante de indecisos se decantarán
por votar al PSOE o no hacerlo en función de sensaciones. Y la sensación con la
que arrancará la próxima campaña electoral –tendrán complicado darle la vuelta
a eso– será la de un Pedro Sánchez que ha pretendido engañar a todo el mundo
durante todo el tiempo. No parece buen punto de partida. ¿Cuál será el eje
central de la campaña electoral del PSOE? ¿Repetir que viene la extrema
derecha? ¿Repetir que es necesario un gobierno de izquierdas? No querría verme
en la piel de ese jefe de campaña.
Espacio
político
Queriendo ensanchar
su espacio político con unas nuevas elecciones, puede que el PSOE acabe
reduciéndolo a los votantes fieles al
partido. No parece que quien hace cinco meses votó a Albert Rivera o a Pablo
Casado –con el insulto a Sánchez como único programa electoral– vaya a pasar
ahora, de repente, a votar socialista porque el presidente Sánchez se negó a
caer en manos de los populistas de Podemos. Tampoco parece que quien votó
Unidas Podemos en abril vaya a regalarle su voto al PSOE en noviembre después
de una estrategia de negociación que se resume en que los votos a UP no deben sentarse
en el Consejo de Ministros por el bien del país. Sin una clara capacidad de
crecimiento ni a izquierda ni a derecha, la repetición electoral es más que
peligrosa para el PSOE.
El traje
de Sánchez
A Sánchez le sienta
bien el traje de outsider. El candidato expulsado del PSOE por negarse a darle
el gobierno a Rajoy cuando el poder se lo exigía. El candidato de las bases, el
que volvió al poder del partido en contra de los poderes y del aparato. El que
prometía recuperar un PSOE de izquierdas. El que le confesaba a Jordi Évole
cómo el poder económico y mediático le había presionado para que no pactara con
Unidas Podemos. El traje con el que Sánchez ganó las elecciones de abril fue
ese. El traje de noviembre será uno muy distinto. Un traje de presidente que ya
es institución, que ya habla el idioma del poder, que repite el mantra de que
Unidas Podemos debe estar lejos del gobierno por cuestiones de Estado. El traje
de pedirle a la derecha su abstención por responsabilidad institucional; esa
misma abstención que él le negó a Rajoy por otro tipo de responsabilidad, la
deuda que tenía con el votante socialista. Cuando cambia el traje, cambia la
percepción. Y, como bien deberían saber los asesores estrella, la percepción lo
es todo en política. Cómo le sentará a Sánchez su nuevo traje es una incógnita.
¿Es el
PSOE voto útil?
Que en las
elecciones de abril el PSOE se benefició de la teoría del voto útil es algo que
todo el mundo, también el PSOE, tiene claro. Después de la negativa de Sánchez
a pactar un gobierno compartido con la otra fuerza de izquierdas necesaria para
alcanzar mayoría, ¿en qué lugar queda el PSOE en ese campo de la utilidad?
Votar al PSOE, podría entender el votante de izquierdas tras estos meses, es
tirar el voto a la basura. El porqué es sencillo: el PSOE no logrará nunca una
mayoría absoluta en este escenario de cinco partidos. Descartando que la
mayoría absoluta llegue y descartada también la opción de compartir poder con
su aliado a la izquierda, ¿de qué vale el voto al PSOE? En el mejor de los
casos para repetir elecciones hasta que el sistema obligue a PP o C’s a pactar
con el PSOE. Es decir, el PSOE ha planteado un terreno de juego en el que el
votante socialista puede aspirar a la nada o, en el mejor de los casos, a
compartir gobierno con la derecha. No parece la mejor estrategia para ganar en
la batalla por la izquierda. Con la calculadora en la mano, el empecinamiento
de Sánchez en repetir elecciones hace que el PSOE pierda la carta del voto
útil. Eso o que una pregunta terrorífica surja en el potencial votante
socialista: ¿útil para qué?
La
especulación se castiga
Convocar elecciones
para mejorar resultados electorales es una jugada que no suele acabar bien por
dos motivos. El primero es que el votante acepta ser mercancía en el juego
político, pero hasta cierto punto. Repetir innecesariamente unas elecciones que
ya dieron un mensaje claro, la sensación de haber ido a votar para nada, la
sensación de que Pedro Sánchez se apropió de un estado de ánimo –miedo a la
extrema derecha– y lo ha privatizado para beneficio personal, es percibido por
el votante como un exceso de mercadeo que supera lo aceptable. Y a nadie,
especialmente al votante de izquierdas, le gusta sentirse el producto en una
operación especulativa. El segundo motivo es que quien provoca elecciones se
presenta ante la sociedad como el seguro ganador de esas elecciones. Y nada
desmoviliza más al votante del teórico ganador que saber que el partido está
ganado. Especialmente cuando esto ocurre a la izquierda. Que le pregunten a
Susana Díaz.
La jugada que el
PSOE está decidido a hacer tiene muchos riesgos. La explicación, como diría
nuestro amigo Ockham, es sencilla: cuando uno puede gobernar, renunciar a
hacerlo a cambio de especular conlleva peligros. En lógica política, la
respuesta sencilla es gobernar si puede hacerse. Elegir especulación antes que
gobierno es usar la navaja y la lógica para hacerse el harakiri. Para,
posiblemente, equivocarse. Aunque no lo pronostiquen a día de hoy las
encuestas, aunque los hombres que susurran al candidato se empeñen en negarlo,
el mundo rosa que le pintan a Sánchez en noviembre podría acabar siendo oscuro.
Para él y para todos. Rezarle a la especulación no suele acabar bien. Como dice
la canción: “Santos que yo te pinté, demonios se tienen que volver”.
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