viernes, 27 de septiembre de 2019

ERREJÓN EN MODO CHUCKY


ERREJÓN EN MODO CHUCKY
DAVID TORRES
Con algo de resignación y algo de pesar, Pablo Iglesias ha confesado que Iñigo Errejón y él ya no son amigos. Le ha costado darse cuenta, lo mismo que esas señoras que no reconocen que su marido la ha engañado con todo el pueblo hasta que empiezan a llegarle noticias de cornamentas plantadas en otros pueblos e incluso en otras provincias. Se notaba, por el modo en que lo decía, que su reticencia a admitir la obviedad no era tanto inconsciencia, ceguera o candor como los penúltimos rescoldos de cariño; es difícil aceptar que una amistad inalterable no sobrepase la adolescencia y que ya sólo sirva para hacer letras malas de Queen.


No obstante, Iglesias, que va por ahí regalando películas y teleseries para que la gente aprenda, debería haber captado el peligro a la primera de cambio, atendiendo a la enseñanza primordial de El padrino: «Ten cerca a tus amigos, pero más a tus enemigos». A Errejón no es que lo tuviera cerca: es que lo tenía dentro, como el bicho de Alien en la fase de hibernación, de modo que cuando parecía todo más tranquilo, el estómago de Unidas Podemos ha reventado de golpe, poniendo perdido de entrañas y sangre toda la estructura del partido y también la carretera de Valencia a Madrid.

Si algo disculpa el candor de Iglesias es el aspecto sietemesino de Errejón, de quien el inefable Jiménez Losantos ha dicho que parece un «bebé probeta siempre en las faldas de alguien; no se sabe si es hombre, niño, percebe, ameba o renacuajo». Desde luego, si alguien puede disertar con conocimiento de causa sobre la apariencia física de Errejón es Jiménez Losantos, uno de los pocos capaces de examinarlo desde abajo, ya que él mismo, bien mirado, tiene la estatura moral e intelectual de un aborto de garrapata. Lo ponen a Losantos de consejero en el Trono de Hierro y las siete temporadas de Juego de tronos se quedan en un tráiler.

La verdad es que Iglesias, un especialista en aplicar contenidos audiovisuales a la politología, tenía que haber visto venir a Errejón de lejos: basta saber que a los gremlins, a pesar de su porte adorable, no hay que mojarlos nunca ni dejarlos comer después de medianoche. Seguramente a Errejón le fastidiaba andar siempre a la sombra de Iglesias, como el hijo que pasa por la puerta pequeña del Imaginarium a la búsqueda del juguete perfecto, y al final se ha desmelenado en plan Chucky, dispuesto a atomizar lo poco que quedaba de la izquierda en una réplica del Coliseo de La vida de Brian. Hay una historia muy triste, o quizá no tanto, sobre una niña ucraniana, Natalia Grace, que fue adoptada cuando contaba 6 años de edad y a la que sus padres, Kristine y Michael Barnett tuvieron que repudiar al descubrir que en realidad era una enana de veintitantos empeñada en asesinarlos. Pero como decía Ibañez Serrador, ¿quién puede matar a un niño?


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