ANGHEL
MORALES
Lo
he pensado mucho antes de sentarme en el ordenador para comunicar a los muchos
amigos y conocidos el triste fallecimiento de mi madre. Aunque uno lo esperaba,
porque sobrepasaba los 98 años, mas el corazón que la razón te creaban la falsa
ilusión de que podía vivir un poco mas, pero la cruda realidad se nos ha puesto
delante, tanto a mi como a toda la familia, cuando nos comunicaron el
fallecimiento de mi madre. Ha sido un golpe duro para todos nosotros y nos va a
llevar tiempo el asimilarlo, si es que un golpe así se puede asimilar algún
día.
Micaela
García Padrón, nació en la isla de El Hierro y como herreña ejerció todos los
días en cualquier lugar que estuviera. Hija de Víctor y Micaela que, tuvieron
la friolera de 13 hijos, algunos murieron en la guerra, otros de enfermedades
incurables en aquel tiempo, sobre todo en una isla donde en aquellos tiempos
apenas existía la medicina. Era duro salir adelante en una isla donde se
carecía de todo, la guerra lo complicó todo, las sequía, sobre todo la de 1948,
año en el que no cayó ni una sola gota de agua. Esto creo su carácter de
luchadora, que no se rendía jamás, por mas que los avatares de la vida se
mostraran en contra. Noble, hospitalaria, sociable y compartiendo siempre lo
poco que tenía, una época muy dura, donde hasta los ricos no tenían nada.
Se
casó y tuvo tres hijos, pero las carencias en la isla hizo que mi padre hiciera
como tanto herreños, emigrar, porque no le quedaba otro remedio, viajó a
Venezuela y mi madre se quedó en la isla como cientos de mujeres herreñas,
criando a los hijos y sacándole con muchos sacrificios los frutos a la tierra.
Mi madre formó parte de esa legión de mujeres que hicieron posible la
supervivencia de estas islas, "las viudas blancas", pendientes de una
carta de un giro, de mantener los hijos, de afrontar enfermedades o que le
llegara la noticia del fallecimiento de su esposo, Micaela vivió uno de los
momentos mas difíciles de la historia de Canarias, pero nunca se rindió nunca
abandonó la lucha, dio el salto a Tenerife con todos nosotros, que nos pusimos
a estudiar y trabajar y mi madre con la aguja, el dedal y su máquina de coser,
se convirtió en una de las costureras de El Barrio de El Toscal, a cuya casa
acudía gente de todo tipo para que Micaela les hiciera los apaños, cobraba poco
o a veces no cobraba, porque al igual que ella había mucha gente necesitada,
gente que vivía en las ciudadelas y las pasaban canutas para salir adelante.
Aún recuerdo cuando le pedimos que elaborara un albornoz con los colores de la
bandera canaria con las siete estrellas verdes cuando Ramón García Marichal
disputó el título de Europa en el Pabellón Municipal de Santa Cruz.
Nunca
tuvo una desavenencia con nadie, ni en El Hierro, ni en Tenerife, era una
persona muy dialogante, ejercía de bombero en muchos conflictos, no pudo
estudiar, pero era una mujer que leía mucho y que había asumido muchos
conocimientos por la transmisión oral que recibió de sus antepasados. Una
mirada nítida, clara, mirando siempre de frente, mucha gente quedaba
impresionada por la belleza y la forma de mirar de mi madre. Con ella se va
también una biblioteca entera, una fuente inagotable de conocimiento. Nunca
rechazó a nadie, ni por su forma de ser o
pensar, gustos sexuales y mucho menos por el color de su piel. Vivió muy
cercana a una colonia de negros de Guinea Ecuatorial y siempre la miraron como
una madre.
Hace
nueve años residía en la Casa de Acogida Madre del Redentor, donde mantuvo su
talante hasta el final, gran sentido del humor dialogante y la sorpresa para
muchos de que a sus años leyera o hiciera sopa de letras y cosas semejantes. Al
principio la traíamos con frecuencia a Santa Cruz a su casa, pero su amistades
fueron falleciendo y otras se habían mudado o estaban ingresadas en centros de
mayores, por lo que decidió al final quedarse de forma permanente en el Sauzal,
donde contaba con muchas amistades y sabiendo que la visitada de sus familiares
no le faltó nunca. Se lo debíamos y creo que era lo menos que podíamos hacer
por ella, aunque nunca le pudimos pagar todo lo que ella hizo por nosotros.
Desde
el Sauzal tuvo que afrontar uno de los golpes mas duros de su vida, como fue la
muerte de mi hermano Agapito, aguantó con una firmeza envidiable la despedida
de su hijo, pensamos no decirle nada para que no sufriera, pero al final se
impuso la razón y se lo comunicamos. Lo normal es que seamos los hijos los que
veamos partir a nuestros padres, pero no una madre tener que despedir para
siempre a su hijo. Era una mujer envidiable, tolerante y buena persona,
recuerdo que una de mis parejas me dijo una vez: "ojala mi madre fuera
como la tuya".
En
fin, que ha sido un golpe duro la muerte de Micaela, nos ha dolido a todos,
pero nos quedará siempre su ejemplo, para luchar siempre y no rendirnos nunca.
La llevaremos a El Hierro para que descanse para siempre en la tierra que le
vio nacer. Seguirás viviendo en todos nosotros.
¡TE
QUEREMOS, MICAELA!
Hola Anghel me acabo de enterar por tu nota , una gran mujer tu relato es conmovedor y entrañable, que Dios la tenga en la gloria descansando , un fuerte abrazo
ResponderEliminarLo siento mucho, de corazón mucha fuerza a toda la familia.
ResponderEliminarLamento tu pérdida y celebro de corazón todo lo que he leído. Un abrazo.
ResponderEliminarLo lamento mucho, amigo. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarhace semanas, meses que no entro en facebok, y acabo de enfrentarme a esta noticia y a tu hermosa carta. ¡Un abrazo enorme!
ResponderEliminarUn abrazo Ánghel.
ResponderEliminarUn abrazo, anghel desde mexico, que gran homenaje le haces a tu mami, cuidate mucho
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