Llegó la ‘ley’: pito, sota, caballo y rey
JUAN
CARLOS ESCUDIER
Cansado
del juego de la pocha de la Generalitat al que tan aficionado es Piqué y que, a
diferencia del tute, consiste en predecir el número de bazas que uno puede
ganar –y han sido varias en los últimos tiempos-, Rajoy se ha pasado al mus y,
al verse con escopeta y perro, ha lanzado un órdago a la grande artículo 155
mediante. El órdago es el más rotundo de los envites y el más empleado cuando
se va de farol y se confía en achantar a los contrarios. Es un todo o nada que,
en cualquier caso, se puede esquivar para limitar pérdidas porque las partidas
son largas y, como dicen los que saben aunque pequen de machistas, hasta que no
canta la gorda no se acaba la ópera.
Echar
un mus con Rajoy no es sencillo. El presidente es de los que guiñan el ojo de
las 31 al juego y al mismo tiempo te sacan la lengua para indicarte dos ases,
lo que convierte sus señas en un cóctel ininteligible. Con este revoltijo de
muecas ha de lidiar Pedro Sánchez, al que la situación catalana le ha
convertido en su extraño compañero de mus porque de cama todavía se resiste. De
semejante pareja se hubiera dicho hace tiempo aquello de ovejas separadas, lobo
que engorda, pero ahora han dejado atrás sus disputas y después de barajar
mucho las cartas con el riesgo de que se le caigan las bragas a la sota –otro
micromachismo de la cosa- se han puesto en plan castigador con sus adversarios,
unos pollos que, según dicen, se pelan solos.
Ignoran
los contendientes que el mus al que juegan es una variante nada convencional en
el que pueden perder todos, empezando por los mirones que, lejos de ser de
piedra, tienen el corazón en un puño y muchos una bandera en la mano. Las tejas
del seminario –o sea, el órdago del tándem constitucionalista- ya han empezado
a caer sobre la cabeza de Sánchez, al que a su izquierda llaman traidor por
aliarse con el enemigo y entre sus filas ha provocado un boquete por el que
tratan de alejarse horrorizados y a la carrera varios alcaldes del PSC.
Tras
años de no hacer nada, de sentarse a ver manifestaciones multitudinarias como
quien ve pasar a la gente en la terraza de un bar delante de un doble de
cerveza, el propio Rajoy puede ser víctima de su ímpetu y del se acabó el
recreo, señores. Ganar el órdago anticipará el fin de la legislatura porque
nadie querrá aliarse con abusones, empezando por el PNV al que ya no habrá
forma de convencer con cheques nominativos para sacar adelante los Presupuestos
y que tiene en remojo sus barbas por si el afeitado al vecino es de juzgado de
guardia.
En
otras palabras, todo apuntaría a elecciones generales en 2018, donde está por
ver en esta ocasión que el truco del anticatalanismo le ofrezca réditos y la
incompetencia no le pase factura. De la bienintencionada comisión para reformar
la Constitución y al país ni siquiera se podrá decir aquello de que fue un
remar y remar para morir en la orilla porque habrá muerto sin dar una sola
palada.
Por
lo que respecta a la pareja contraria, anda muy encorajinada y no es
descartable que se deje llevar por la pasión y no por la inteligencia en un
juego en el que no es aconsejable entrar al trapo cuando los orines del enfermo
tienen un aspecto tan lamentable. Puigdemont no está en disposición de lanzar
una de Antanares –dos a grande, tres a chica y cuatro a pares- y en su lugar
haría bien en abrir el paraguas y pensar que los churros sólo hay que
comprarlos cuando pasa la churrera.
Ver
el órdago y resignarse a que te den la del pulpo sería una irresponsabilidad
personal, si además se acompaña de una declaración de independencia con la que
pueda ser encausado por rebelión, pero sobre todo colectiva. Cuando vienen mal
dadas las cartas, cuando tiene sentido decir aquello de esto es sequía y no la
de Etiopía, sólo cabe el paso atrás. Cuarenta años después del regreso de
Tarradellas, Catalunya no se merece el embargo de su autogobierno ni la tensión
que a buen seguro se vivirá en las calles.
Sólo
un loco intentaría que lo que no ha podido defender sobre el tapete se delegue
en la multitud porque nadie está en disposición de asegurar -como explicaba hoy
Antonio Puigverd en La Vanguardia– que el sueño escocés no degenere en la
pesadilla del Ulster. Ni su exigua mayoría parlamentaria ni los resultados de
la patética y aporreada consulta del 1-O permiten otra cosa que no sea
adelantar las elecciones y prevenir males mayores.
Para
ganar al mus hay que ir al tran-tran y cansarse de pasar. Si alguno ha de
salirse que lo haga con las suyas y no porque el contrario se empeñe en
regalarle tantos. Son consejos que harían bien en tener en cuenta quienes hoy
disputan esta dramática partida. No siempre tiene uno abierta la academi
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