NO ERA “ESTO”
J-M AIZPURUA
Solo
han pasado 39 años desde que una mayoría electoral puso su voto y su ilusión en
un futuro superador de las “dos Españas”, democrático y europeísta.
¿Es
posible que en el siglo XXI un presidente del Estado se niegue a dialogar con
otro presidente Autonómico? Los dos son servidores públicos, y no son nadie;
los dos “son” los votantes que los sostienen, igual de dignos, e igual de
acreedores a la escucha.
Además,
Puigdemont tiene mayoría absoluta en su
parlamento y Rajoy no.
Es
la obligación constitucional de todo presidente, armonizar el Estado, resolver
sus conflictos con decretos, negociar con sus minorías y opositores, acudir a
donde haya conflicto a ofrecer su alternativa, convencer a sus oponentes, y
mantener sus criterios sin ofender ni dañar ni menospreciar a su oposición.
Pretenderse
“superior”, minimizar al oponente, es una débil excusa, propia de quien no
tiene argumentos democráticos, y pretende imponer una jerarquía artificial,
neofranquista, apelando al orgullo y a un cobarde parapeto judicial y
represivo.
Con
una sombra secular, del genocida imperio, de la corrupta monarquía, de fascismo
franquista, el 78 marcó un intento de organizar un nuevo Estado, al que la
actual actuación marianista supone un retroceso social, territorial, y
ceremonial, con un tufillo servil al eterno señorito.
Mal
presidente tiene España en estos momentos de presión catalana.
Una
gran mayoría de ciudadanos, creen que no se resuelve el problema agudizándolo
con represión. Y puesto que hay un territorio fuera de las leyes, que se le
inicien las actuaciones con todos sus derechos de presunción de inocencia, y
los parlamentos actúen para ofrecer soluciones, y si no las hay, que negocien
alternativas temporales para impedir enfrentamientos ciudadanos. Todo antes que
embestir, a lo que es muy dada la muchedumbre. Los uniformados a sus cuarteles
a buscar a Marta del Castillo y a Diana Quer que es lo suyo y los políticos a
trabajar y dar la cara.
Si
los catalanes forman su propio estado, seguirán ahí; de vecinos, como los
franceses o portugueses, sin fronteras y con normales relaciones sociales y
comerciales. Y si se quedan, también.
¿A
qué viene ese alboroto banderero, griterío, caza del diferente, y soflamas
tertulianas?
Libertad,
sin ira, Libertad.
Hemos
llegado al siglo XXI y no se dan cuenta. Los antaño indisolubles matrimonios,
se divorcian e igualmente los antaño territorios unificados, pueden separarse.
No son ya las leyes las que atan, sino las voluntades de los cónyuges o
ciudadanos, que las superan y crean nuevas fórmulas de convivencia.
Para
concebir nuevas fórmulas de convivencia es para lo que se pone un presidente.
Para dar golpes a las masas serviría con un sargento chusquero, y para adorno
ya los tenemos en la Zarzuela.
Lo
que hace falta es un líder estatal, que explique su alternativa, y que no
pretenda vivir de la que dice que hicieron hace 500 años, que escuche la que
sale de territorios catalanes, y encuentre una síntesis válida para el Estado,
que incluso, pudiera ser el divorcio.
También
en la Moncloa hay un nini; que ni hace ni deja hacer
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