jueves, 14 de enero de 2016

EL BEBÉ DE CAROLINA

EL BEBÉ DE CAROLINA

JUAN TORTOSA
Continúa la caverna tragando quina y revolviéndose en sus asientos, incapaz de digerir que el aire fresco empieza a entrar por las ventanas del Congreso después de casi cuarenta años de mal entendida solemnidad, de abrigos y perfumes caros, de engolamientos trasnochados y liturgias alcanforadas. En una palabra, de pamplinas innecesarias que convertían a los inquilinos del palacio de San Jerónimo en personajes estratosféricos a años luz de sus representados.

– Antes nos veíamos desde el otro lado de las vallas, Juan, me comenta Iñigo Errejón cuando nos cruzamos por los pasillos una hora larga antes del comienzo de la sesión. Hace frío en el patio cuando llega Pablo, a quienes muchos policías y conserjes sonríen sin disimulo, Juancho López de Uralde aparece en bicicleta, como Juan Carlos Monedero, invitado ilustre. No vi que lo cachearan, pero a José Manuel López, portavoz de Podemos en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, invitado ilustre también, sí que lo registraron a conciencia. “Me preguntaban por una camiseta reivindicativa”, me contaría López después. Noelia Vera, número uno por Cádiz, salía a fumar a un patio revuelto, nunca mejor dicho, donde Alfonso Alonso o Margallo paseaban de un lado a otro sus distinguidos esqueletos sin que nadie les hiciera ni puñetero caso. Solo han quedado 137 diputados de los de antes. 218 son nuevos en esta plaza, y de esos 218, la tercera parte han llegado hasta aquí porque la gente que los ha votado quiere que las cosas dejen de ser como eran.

Mientras Rajoy se escondía rápidamente en el despacho del grupo parlamentario, Soraya lucía su palmito por los platós y los estudios de radio. Cuando Rivera, café de máquina en mano, llega al estudio de Onda Cero, improvisado en uno de los pasillos, casi se da de bruces con Iglesias y manifiesta su contrariedad a sus asesores. No quiere cruzarse con Pablo, pero en la Cope entrarán a la vez y protagonizarán en antena un divertido minicombate de boxeo dialéctico. Pedro Sánchez reclama su móvil a sus ayudantes cuando finaliza una de las entrevistas. Va de bolo en bolo: ahora Susana Griso, ahora Pepa Bueno…

Despiste, mucho despiste. Los nuevos porque no saben ni dónde dejar los abrigos (muchos acabarán colgándolos en sus propios asientos) y los de siempre porque empiezan a intuir que la vara de medir lo que ocurre en el Congreso de los Diputados va a ser muy distinta a la que venía utilizándose hasta ahora. Los políticos, acostumbrados a tragar sapos, disimulan mejor, pero entre los periodistas habituales del lugar se percibía un incómodo desconcierto. Solo les faltaba decir de vez en cuando “Oye, que las cosas no son así”. Acostumbrados como están a sus parlamentarios de siempre, a sus rutinas a la hora de hacer canutazos y comentar la jugada, empiezan a percibir que los sesenta y nueve perroflautas recién llegados, dispuestos como parecen a visibilizar su presencia todo lo que puedan, les van a complicar su hasta ahora plácida existencia.

Los políticos son nuevos, pero los periodistas no. Y se nota. En las tertulias empiezan a rasgarse las vestiduras apenas ven a Carolina Bescansa con el carrito camino del hemiciclo. Votará con el bebé en brazos y la caverna ya tiene carnaza para ponerla a caldo. Repetición de la jugada de la cabalgata de reyes en Madrid. Solo falta un tuit diciéndole que no se lo perdonarán nunca. Claro que Villalobos, siempre solícita ella, se acerca a precisarle que hay guardería en el Congreso. En el parlamento europeo hemos visto en diversas ocasiones a europarlamentarias amamantando a sus bebés en los plenos, en Italia también… pero aquí ya hay un argumento para acusarla de explotadora de niños, de narcicista, de buscar el protagonismo a toda costa… A pocos metros de ella se parapeta un presunto delincuente que acaba de abandonar el grupo popular acusado de cobros de comisiones, pero nadie habla de ello. Lo importante es el bebé de Carolina.

Llega la hora de jurar o prometer el cargo. Gloria Elizo, vicepresidenta de la mesa, es la primera de Podemos en hacerlo: “Prometo acatar esta Constitución y trabajar para cambiarla, para que se parezca más al futuro que merecemos construir. Nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos”. Cuando empieza el orden alfabético, pronto se descubre que cada parlamenario de Podemos va a utilizar una fórmula similar a la de Elizo para prometer el cargo. La pepera catalana Sánchez Camacho, a quien los suyos han buscado un apaño en la mesa del Congreso para que no se quede en el paro, lee los nombres de prisa, en un vano intento de ningunear las promesas de los parlamentarios de Podemos. ¿Por qué no funcionó la megafonía para que las palabras de cada uno de ellos quedaran registradas con nitidez? ¡Ah!

Los cuatro grupos de Podemos y algunos otros se extienden en sus promesas del cargo, en la línea de Elizo. A los tertulianos de radios y teles les falta tiempo para sacar los cuchillos: “Van a hacer interminable la sesión”, comentan, “¿será legal esa manera de prometer el cargo?”, rematan. Están de los nervios, descolocados, incapaces de asumir, así de golpe, el cambio de paisaje. Sí, Íñigo, sí. Se acabó el tiempo de verse al otro lado de las vallas.

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