La mamandurria de HomerO
GUILLERMO DE
JORGE
Uno de los retos a los cuales nos
enfrentamos en este nuevo año es abordar la cantidad desorbitada de
administraciones públicas que existen y que, sin duda alguna, ahoga el sistema
social actual.
Y
todo es debido a que, en la época de bonanza y en un intento divino de ser
condescendiente con todo ser viviente –y si es con un empleo público y a dedo,
mejor- elucubramos un sistema de administración que ofrecía a todo aquel
“allegado”, a un “cuñado” o a un “primo
hermano”, su particular parcela de poder y, en consecuencia, su pequeño terreno
caciquil, aunque sólo fuese un puesto en la administración por cuatro años –aún
retengo en la memoria aquella parodia seca y sesgada del Sr. Alcántara, un
Imanol Arias ecuménico, que accedía a uno de los Ministerios y sus más
“allegados” le imploraban su parte particular del pastel-. El ciudadano se
enfrenta a una administración demasiado grande. Existen muchísimas duplicidades
para dar los mismos servicios. Según en donde se resida, uno debe de pagar más
impuestos que en otros y eso que se supone que vivimos en un mismo estado
–incluso algunos aún quieren federarlos aún más-. Existen organismos que sólo
tienen una función representativa y que por ello se deberían suprimir, ya que
el darles otro tipo de competencia serviría sólo para volver otra vez más a
engordar una administración que ya por sí sola es bastante extensa para las
funciones y necesidades que realiza al ciudadano. Ante este inquietante
panorama, se añade la opacidad de los diferentes escalones administrativos. No
existe un control exhaustivo de las entradas y salidas de las diferentes
transacciones económicas que realizan las instituciones públicas. Generalmente,
quienes controlan el flujo económico de las instituciones públicas suelen ser
cargos o personas asignadas por los propios gestores, dando pie a la opacidad
de la gestión y, en algunos casos, a la omisión del deber.
Si
estas dos premisas van a ser la base de la nueva Ley de Administraciones Públicas
estaríamos dirigiéndonos a otro orden autonómico mucho más efectivo y mucho más
práctico, donde la eficacia y el buen aprovechamiento de los medios y recursos
comunes serán los objetivos de cada gestor público y, por lo tanto, el fin
último de un líder que se precia en dirigir los designios de una sociedad.
Nos
guste o no, debemos de empezar a defender una cultura y una educación eficaz y
práctica, que forme una sociedad más sensata, más productiva tanto en el plano
personal como en el profesional y quizás con menos paja en la cabeza o con
menos pájaros preñados en qué pensar. Porque al final, los hombres son incapaces de pensar, si tienen los estómagos
vacíos. Y como es sabido por todos, hacer la compra con la barriga vacía es
mala consejera y más aún cuando lo que echa en el carro propio lo paga el
ajeno.
Guillermo
de Jorge
@guillermodejorg
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