PASAJE A LA
LIBERTAD
Uno
de los errores de la izquierda del siglo XXI ha sido limitarse a la denuncia
sin intervenir de manera activa dentro del Estado, siendo gobierno, para dar un
giro definitivo en el estado de las cosas y no perpetuar el simulacro de una
democracia desdibujada de su concepción original.
La
legítima izquierda debe estar en la calle y en las instituciones, exigiendo
cambios radicales (es decir, que van a las raíces del problema de concentración
del poder) a los que las estructuras y castas de poder se opondrán por todos
los medios.
El
pueblo podrá alcanzar lo que desea si se moviliza, marchando para hacer
efectivo su afán de arribar a una existencia en paz y armonía, en igualdad,
solidaridad y fraternidad.
El
principal inconveniente no es que la población no sea consciente de las enormes
limitaciones de la democracia, sino que no cree que pueda cambiarse.
La
historia muestra que sí se puede al menos temporalmente dar un vuelco gracias a
la voluntad liberadora e inspirada de hombres y mujeres que no admiten ser
explotados y perpetuar el fraude. En contra de lo que las estructuras de poder
han informado, el cambio de dictaduras a democracias pasó como consecuencia de
la enorme movilización popular, liderada por el movimiento de quienes estén
nutridos de ánimo de cambios en la estructura del aparato explotador instalado
en el planeta.
Se
trata de preparar nuestras mentes para el combate vital por la lucidez, y eso
significa que hay que estar siempre buscando cómo conocer el propio acto de
conocer, haciendo de lado privilegios que reciben legisladores bien rentados,
que ya no se representan ni a sí mismos, en nombre de la democracia y el orden
vetusto que ya no tiene espacio para quienes somos herederos legítimos de una
tradición donde el conocimiento implica responsabilidad y el pensamiento tenga
un sitio de honor en la vida de nuestra comunidad.
Avanzar
persistentemente y con voluntad de modificar el estado de las cosas, en un
continente real donde se instale una nueva comunidad en la cual se aplique una
nueva política, acorde a las necesidades del presente, no serializando
situaciones que nos hacen estar unidos a un pasado perimido, nuevas actitudes
para nuevas circunstancias, una nueva economía y una nueva cultura, que renazca
de los orígenes y no importada de un mundo agotado en sus procesos creativos
mercantilistas, con un mercado al servicio de intereses que nada tienen que ver
con la cultura y en manos de burguesías parásitas que esconden sus estafas,
bajo el tamiz de Centros Culturales, Museos y Universidades donde presentan a
los intelectuales genuflexos y esclavos de estos explotadores y sepultureros de
todo lo que tiene de transparente y nítido el acto creador.
Hago extensivo lo
manifestado en esta columna a los pueblos de Suramérica, África y el resto de
naciones bajo el dominio y la pesada bota del neoliberalismo; tierras donde el
fraude, la explotación y la superchería, hoy en manos de corporaciones
transnacionales que cuentan con la anuencia de las burguesías capitalistas al
servicio y orden de Estados Unidos y la Unión Europea, victimizan a nuestros
pueblos hambreados y jaqueados en su voluntad de acción, y no les dan otra
posibilidad ante instancias electorales, que optar como alternativa válida la
que instalé en elecciones de 1996, asimilándome a la propuesta de Charles
Baudelaire a los habitantes de Francia de votarse a sí mismos
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