LAS TRAMPAS
DE LOS PODEROSOs
LUIS GONZALO SEGURA
A
poco que se lean las diferentes informaciones sobre el juicio del caso Nòos es
imposible no percatarse de la falta de independencia de la justicia, uno de los
grandes males de nuestra sociedad y de cualquier democracia. Que la separación
de poderes es indispensable para la salud de la democracia lo sabemos desde
hace tres siglos, como también sabemos que los poderosos se empeñan en hacer
todas las trampas posibles para evitarlo.
La
doctrina Botín y la doctrina Atutxa
El
comportamiento de la Abogacía del Estado, que representa a la Agencia
Tributaria, la supuesta afectada, y la Fiscalía es más propio de un abogado
defensor que de los representantes del Estado, lo que resulta bastante
preocupante. Si yo fuera cualquiera de ellos no dormiría muy bien y me sentiría
muy culpable de las heridas que le están haciendo a la justicia y a la
sociedad. Creo que no es el caso porque ojeras no se les percibe, si acaso
orejeras.
En
su ánimo de intentar salvar a la Infanta Cristina con la aplicación de la
conocida doctrina Botín parece ser que están dispuestos a lo que sea. Dicha
doctrina, lo que hace es limitar la actuación de la acusación popular.
La
acusación popular complementa a la Fiscalía y a la acusación particular, la
parte afectada, y su funcionalidad es necesaria porque en determinados casos
tanto la acusación particular como la Fiscalía terminan por ser lo mismo. Esto
se da, sobre todo, en los casos de corrupción, en los que tanto el acusado,
como la acusación particular y la Fiscalía pueden tener los mismos intereses
dado que pueden depender finalmente del gobierno o, al menos, que éste tenga
interés marcado.
Por
tanto, la acusación popular es una garantía que impide que acusación particular
y Fiscalía acuerden evitar la condena de un político, un poderoso, un miembro
de la Casa Real o alguien afín.
Cuando
se aplicó la doctrina Botín lo que se quiso fue limitar la acción de la
acusación popular a casos en los que la sociedad quede afectada, impidiendo que
un posible delincuente sea juzgado y un posible delito sea castigado si ello no
sucede. Curioso, muy curioso, salvaguardar a un delincuente por mucho que su
afectado no le acuse.
En
el caso Botín, aunque el juez le hubiera podido considerar culpable -o
inocente-, no tuvo la oportunidad de juzgarle, pues la acusación particular y
la Fiscalía no acusaron y la acusación popular no tuvo la posibilidad de
hacerlo. Salvado por una doctrina hecha a medida.
Poco
después llegó la doctrina Atutxa que volvió a redefinir los límites de la
acusación popular, ya que permitió que este fuera juzgado incluso en contra de
la opinión de la Fiscalía. Lo hizo porque consideró que en su caso, a
diferencia de lo que sucedió con Botín, todos éramos afectados y por ello mismo
la acusación popular se podía ejercer como tal.
Casualmente,
ambas doctrinas se hicieron a medida de los deseos del gobierno: eximir a
Emilio Botín y condenar a Atutxa.
Y
llega la Infanta…
De
ahí que la Abogacía del Estado haya afirmado sin ningún pudor que “Hacienda NO
somos todos” y que si nos lo creímos alguna vez fuimos muy inocentes. Eran
cosas del marketing, como los detergentes.
Por
lo que se ve, en la desesperada búsqueda de salvar a la Infanta y que su caso
se asemeje más al de Botín que al de Atutxa, el Estado está dispuesto a cometer
cualquier tropelía y reconocer cualquier barbaridad. Hay que recordar, por
ejemplo, que la Agencia Tributaria ha llegado a aceptar a la Infanta Cristina
desgravarse con facturas falsas o deducirse impuestos con empleados
imaginarios, todo ello para rebajar la cuantía defraudada.
En
la práctica, si se aplica a la Infanta la doctrina Botín o se crea una doctrina
para salvarla, lo que algunos ya llaman la doctrina Borbón, lo que se
produciría es una estruendosa injerencia del gobierno en la justicia. Una nueva
trampa.
Las
otras trampas de los poderosos
Las
doctrinas no son las únicas trampas que existen para evitar que aquellos que
son culpables sean condenados y/o cumplan su condena. El indulto, la
imposibilidad de citar a declarar o juzgar al Rey, el aforamiento o los
nombramientos en los principales entes por el gobierno, ya sean judiciales (ministerio
de Justicia, Fiscalía o diferentes tribunales) o no judiciales, constituyen
claras injerencias del poder ejecutivo y/o legislativo en el judicial.
Necesidad
de una reforma
Independientemente
del destino de la Infanta, que me temo no será la cárcel, o que los reyes no
puedan ser juzgados o llamados a declarar, y más allá de la impotencia y
frustración que ello pueda generar, es necesario plantear reformas que cambien
por completo el sistema y eviten estas trampas. Independizar la justicia
mejoraría la salud de la democracia y terminaría con un descrédito que amenaza
con carcomer todo el sistema. Este es un debate que los grandes medios de
comunicación evitan centrándose en la parte más rosa, teatral o sensacionalista
del asunto.
Reformas
necesarias
Eliminar
el indulto y los aforamientos resulta imprescindible. En el ánimo de separar
los poderes ayudaría convertir determinados cargos en electos, de tal forma que
los mismos respondan directamente ante los ciudadanos, independientemente del
partido que gobierne.
Si
la Abogacía del estado, la Fiscalía, Hacienda, el ministro de Justicia, los
miembros del TGPJ y otros cargos fuesen elegidos por los ciudadanos e, incluso,
pudieran ser cesados por ellos, seguramente no tendríamos que vivir situaciones
tan bochornosas como la actual.
Estas
propuestas son muy difíciles de materializar dado que generarían un grado de
incertidumbre en los poderosos a lo que no están dispuestos. Perderían el as
que guardan bajo la manga.
Para
defenderse de posibles reformas alegan, por ejemplo, que el indulto es una
herramienta fundamental para que una persona condenada que ha rehecho su vida
evite la cárcel, pero lo cierto es que ese ciudadano les importa bien poco. Lo
que les importa es poder indultar a políticos corruptos, que es el indulto más
frecuente en proporción (entre los años 2000 y 2012 fueron 226).
Ni
que decir tiene que conseguir que los reyes, porque tenemos más de uno, puedan
ser citados a declarar o juzgados es poco menos que una quimera (y más con lo
que sabemos que ha sucedido). Por desgracia, es muy difícil transformar nuestro
país en una democracia avanzada porque estas propuestas deberían estar en
Congreso y en los medios de comunicación, no en un blog. Seguiremos
intentándolo…
Luis
Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas
“Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).
Puedes
seguirme en Facebook y Twitter.
“Código
rojo le echa huevos al asunto y no deja títere con cabeza. Se arriesga,
proclamando la verdad a los cuatro vientos, haciendo que prevalezca, por una
vez, algo tan denostado hoy en día como la libertad de expresión” (“A golpe de
letra” por Sergio Sancor). ¡Consíguela aquí!
captura10
No hay comentarios:
Publicar un comentario