un pueblo de cabreros
GUILLERMO
DE JORGE
Debo de reconocer que hasta
cierto punto las películas de Alfredo Landa eran, sin duda, un referente
televisivo en el pobre y anquilosado imaginario que era capaz de atisbar con
mis toscos y torvos primeros años de existencia. Sí, me temo, que era así. A
veces, incluso, he intentado huir de ese irremediable tufillo que desprendía y,
me temo que sigue desprendiendo, de aquellas irreverentes películas, que ponían
de manifiesto el carácter de pueblo de cabreros que el ciudadano tenía y que,
de lo que tenía, presumía. Los años ochenta sirvieron para que, de una manera u
otra, la sociedad deshiciese todo aquel legado nefasto que nos hicieron sufrir
durante más de cuatro décadas y de la que, aún hoy en día, siguen existiendo
nostálgicos de la hoz y el martillo, es decir, melancólicos de la cultura del
sadomaso y del insomnio nocturno con afán de alevosía. Así, los ochenta, se
internaron en nuestras vidas, intentando recuperar el tiempo perdido, a pesar
de la heroína y a pesar de todas las cosas. Los años noventa sirvieron para
crear una sociedad “new age”, con aires europeístas y con ganas de empezar a
fundamentar las bases de una nueva sociedad burguesa, que rehusase de ser los
herederos de aquel pueblo de cabreros, buscando crear el embrión intelectivo y
acomodado que más tarde sería el que desfilaría por las grandes pasarelas de
los reality show, la creación de princesas y príncipes del pueblo –ahora bajo
el ojo del huracán de la corrupción, denostados, repudiados y crucificados por
pertenecer a una clase social por la que cualquier persona en este país sería
capaz de hacer lo inimaginable para acceder a los privilegios que hoy en día
ostentan –de aquí viene el origen del concepto “envidia nacional”, de los
deportes que de ella emanan y, sobre todo, de aquellos que lo practican con
tanto énfasis y esfuerzo, si es acaso más posible-. La primera década del dos
mil nos trajo la necesidad de crear una sociedad obrera con aspiraciones a
ingresar en el club de la burguesía más selecta y cuidada de la europa con
mayúsculas –para ello, incluso, llegaron, algunos, a hacernos creer que éramos
capaces de ser un obrero con los mismos servicios y la misma vida que un burgués: aceptamos, y
entramos por el aro, una vez más-. Volvimos a ser nosotros los que escribimos
la historia con nuestra sangre y ellos lo que pasaron a formar parte de la
historia. Nos enseñaron a ser engreídos, prepotentes y soberbios. Pensamos que
con dinero éramos capaces de comprar incluso los valores y los principios
morales y con ello alejar de una vez por todas el ser los nietos de aquella
sombra del pueblo de cabreros: nos equivocamos una vez más; nos hicieron pasar
por el aro una vez más-.
Me temo, querido lector,
aún en contra de mi voluntad, que mucho va a acontecer y que mucho tiempo va
pasar hasta que esa sombra de pueblo de cabreros deje de seguirnos y por lo
tanto, de atormentarnos. Y lo más importante: deje de guiarnos. Porque mientras
que la conciencia de responsabilidad y del compromiso siga siendo hacia
nosotros mismos y sigamos blandiendo el egoísmo de siempre, nadie en este mundo vendrá a salvarnos, sino
somos nosotros mismos los que decidamos quienes deben de ser aquellos que nos
deban de representar, cómo nos deben de representar y qué deben de hacer para
ser nuestros representantes.
Guillermo
de Jorge
@guillermodejorg
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