El alcalde
del ascensor
NURIA VARELA
Durante los años 80 y 90, el violador del ascensor sembró el
pánico en Valladolid. Cuando al fin se le detuvo y juzgó, fue condenado a 273
años de cárcel por 18 delitos sexuales y dos asesinatos, los de las jóvenes
Leticia Lebrato y Marta Obregón. El miedo no se circunscribió a Valladolid, en
todo el país las mujeres vivíamos con aprensión cada noche, el momento de
entrar en el portal de nuestras casas. Un miedo real creado por la violencia
del agresor y por su modo de operar y asaltar a las víctimas. Un miedo tan
potente que cuando el 14 de noviembre de 2013, es decir, hace menos de un año,
Pedro Luis Gallego, el violador del ascensor, quedó en libertad gracias a la
anulación de la doctrina Parot y tras haber cumplido 21 años de condena sin
haberse sometido a ningún tipo de tratamiento en prisión, el pánico volvió a
Valladolid. Las crónicas periodísticas que en noviembre relataban la puesta en
libertad de Gallego hablaban de que había salido de la cárcel embozado,
impenitente y con la misma actitud chulesca de siempre. Una de sus víctimas
hablaba de terror actual, no pasado, porque hace dos décadas, cuando fue
violada durante media hora en el portal de su casa, Pedro Luis Gallego se
encargó de aterrorizarla de por vida: “Puedo ir a la cárcel, pero tarde o
temprano saldré”, le dijo mientras le robaba el bolso donde llevaba su DNI. El
padre de Leticia Lebrato también recordaba su dolor en noviembre pasado al
rescatar de la memoria la tarde del 19 de julio de 1992, cuando Gallego asesinó
a su hija, que solo tenía 17 años, asestándole 11 puñaladas por resistirse con
todas sus fuerzas a la violación. Las mismas crónicas señalaban que ante la
salida de la cárcel de Gallego, las ventas de silbatos y sprays autodefensa se
habían disparado en la ciudad, que las mujeres y las jóvenes optaban por los
métodos de autoprotección ante la libertad del violador del ascensor.
Este miércoles, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier Leon
de la Riva, se disculpó en el primer Pleno tras las vacaciones de verano por lo
que consideró “desafortunadas declaraciones”, refiriéndose a las afirmaciones
que hizo en agosto y por las que se le ha pedido la dimisión. Ante un caso de
violación en la ciudad, el alcalde declaraba hace unos días que le daba “cierto
reparo” entrar en un ascensor según con quién: “Entras en un ascensor, hay una
chica con ganas de buscarte las vueltas, se arranca el sujetador y sale dando
gritos de que le han intentado agredir”.
Con una justicia menos ciega, las declaraciones del alcalde
serían consideradas como apología de la violencia, en ningún caso
“desafortunadas declaraciones”. Aquí, sin embargo, parece que no tienen ninguna
importancia puesto que con una frase de disculpas se ha despachado e incluso el
presidente del PP vallisoletano, Ramiro Ruiz Medrano, que además es el delegado
del Gobierno en Castilla y León, aseguraba no solo que se daba por satisfecho
con la frase de disculpa sino que considera a León de la Riva “un gran
candidato” para la alcaldía. Es decir, no solo un buen alcalde en el presente
sino también de cara al futuro.
El violador del ascensor sembró el pánico real. El alcalde del
ascensor sembró el pánico simbólico. El miedo ante una agresión sexual va
seguido del miedo de la víctima a que no la crean. Es la doble victimización.
Es la causa de que la mayoría de las agresiones sexuales no se denuncien. Es el
motivo de la impunidad de los agresores sexuales y violadores. El alcalde de
Valladolid podía haber utilizado otro ejemplo pero casualmente, el regidor de
la ciudad donde el violador del ascensor vivía, utilizó ese, precisamente ese,
el ascensor, como el lugar adecuado para una denuncia falsa. Simbólicamente no
se puede ser más eficaz: Las mujeres mienten incluso en uno de los lugares
asociados en el imaginario colectivo al terror.
León de la Riva ha alimentado, una vez más, porque es
reincidente en sus agresiones verbales, la cultura de la violación. Esta se
alimenta de culpabilizar a las mujeres de los delitos que sufren, especialmente
de los delitos sexuales (habrá tonteado, habría bebido, iría sola por la noche,
vestiría demasiado sexy…) y coloca en ellas la responsabilidad de su
autoprotección -el propio ministerio de Interior lo hace en su página web,
donde supuestamente hace recomendaciones a las mujeres para evitar una agresión
sexual, cuando en realidad lo que hace es un llamamiento a las mujeres a
restringir su libertad y autoprotegerse si no quieren sufrir las
consecuencias-. El alcalde hizo las tres afirmaciones. La primera, la de su
miedo ante una denuncia falsa simplemente por ir en un ascensor con una mujer;
la segunda, recordar a las mujeres que no son libres: “a veces, a las seis de
la mañana, una mujer joven tiene que cuidar por dónde va”, dijo; y la tercera,
la de la autoprotección, puesto que los poderes públicos no parecen tener la
obligación de proteger a las mujeres: “El ayuntamiento no puede poner a un
policía en cada parque de la ciudad”. Exactamente, el mismo mensaje que lanzó
también este desgraciado mes de agosto el alcalde de Málaga, ciudad donde la
impunidad ante la violencia sexual también va ganando terreno.
El alcalde de Valladolid, el alcalde de Málaga, el delegado del
Gobierno en Castilla y León… ninguno teme a los violadores, no es su problema,
no es su asunto. Todos demuestran con su indolencia que la seguridad y la vida
de las ciudadanas no están entre sus prioridades. Confío en que ellas les
demuestren que sus votos cuentan y que no pueden estar al frente de
instituciones democráticas quienes con tanta alegría declaran que no saben cómo
proteger la vida de sus vecinas.
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