¡Exterminad a
todos los salvajes!
ESCRITO POR RAFAEL CID
La historia de la civilización es la historia del exterminio. No
hay país que en su expansión no haya practicado el genocidio. El imperio
español aniquilando a los indígenas en el Nuevo Mundo, esa “catástrofe
demográfica”. Los armenios a manos del gran bazar Turco. Las tribus americanas
diezmadas por los colonos ingleses. Los negros del Congo pasados por las armas
del rey Leopoldo II de Bélgica. La Inglaterra victoriana al saqueo de Sudán y
Egipto. Francia en el norte de África y Vietnam. La antigua Unión Soviética con
las etnias ucranias y demás minorías oprimidas. La Alemania nazi consumando el
holocausto judío. Todos estos países cimentaron su poder con matanzas al grito
de ¡exterminad a todos los salvajes! El aullido que lanza el maléfico Kurtz en
la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas.
Cerrada la era del colonialismo rapiña y esclavista, la guadaña
prevalece con formas más sutiles de dependencia económica y asistencial. En el
mundo del capitalismo global se sigue sometiendo violentamente a los más
débiles. A diestra y siniestra, la sangre de los inocentes fertiliza las nuevas
incursiones imperialistas y xenófobas. En Oriente, Israel sojuzga y veja al
pueblo palestino. La mastodóntica China avasalla al remoto Tíbet. Y Rusia se
zampa Crimea ante el regocijo general. Tres casos, distintos y distantes pero
con idéntico reclamo: ¡exterminad a todos los salvajes!
Pero entre todas las ignominias de la historia, África destaca
como continente mártir. Ayer como suministradora de esclavos y materias primas
para el despegue industrial de Europa. Hoy con esa “solución final” a plazos de
las pateras que tratan de ganar la orilla próspera del mediterráneo. Y mañana
por las sucesivas oleadas de epidemias -antes disentería, pulmonías y
enfermedades venéreas y ahora sida y ébola- que están arrasando poblaciones
enteras. Sin medios, ni recursos, ni infraestructuras, pueblos enteros quedan
totalmente a merced de los gobiernos occidentales para sobrevivir.
Una oportunidad que sus antiguos expropiadores aprovechan para
liderar una segunda invasión con la divisa de la injerencia humanitaria.
Primero como conquistadores y luego como redentores, el Hombre Blanco que dice
el vate del imperialismo nunca descansa. Estados Unidos acaba de anunciar el
envío de 3.000 soldados a los países más castigados por el ébola en misión de
paz. De pronto los muros, las empalizadas, las alambradas asesinas y los
elementos de disuasión se trasladan al ombligo mismo del contagio. Pero no se
trata de ningún Plan Marshall, es la ley de los fuertes. Los mismos españoles
que acuñaron el término “liberal” en 1812 también inventaron el concepto “campo
de concentración” en 1896 en Cuba.
El colonialismo metropolitano es una hidra cruel del estatismo.
Estados frustrados, pueblos sin territorio o naciones sin estado son depredados
por estados formalmente constituidos que hacen un uso imperialista, agresivo y
expoliador del monopolio de la fuerza más allá de sus fronteras naturales. Esas
prácticas terroristas se han justificado históricamente con la teoría de la
necesidad de “espacio vital”, el famoso Lebensraum hitleriano. Un remedo de
aquella desigualdad biológica que servía para validar un darwinismo social
espurio en el ámbito de las razas humanas como excrecencia del derecho
internacional.
Algo similar ocurre en Oriente Medio, donde esa misma “comunidad
internacional” acaba de aprobar un despliegue bélico para contener a los
insurgentes del Estado Islámico (EI) que amenazan la estabilidad de algunos de
los países con más reservas de crudo del mundo. Territorios con gobiernos
títeres de las primeras potencias, desde el Irak proamericano a la Siria
prorrusa. Naciones que ya fueron expoliadas por sus mentores, haciéndolas
satélites de sus interés estratégicos en un complot de sus dirigentes contra
sus pueblos.
En ese caldo de cultivo han surgido los nuevos barbaros
islamistas que aterrorizan a nuestra pazguata sociedad con sus macabros “ajusticiamientos”.
El mejor aval para legitimar represalias de occidente que sirvan para poner a
punto lo último de su arsenal de armas de destrucción masiva. Otra vez la
divisa de aquel cainismo original: ¡exterminad a todos los salvajes! Con toda
justicia nos escandalizamos antes esos videos que recrean ritos de sangre de la
peor ralea. Estomaga a nuestra sensibilidad de personas “civilizadas”.
Pero mientras la opinión pública siga siendo una alcahueta de la
opinión publicada, solo accederemos a ver una parte de la trama. La que invita
“aceptar la carga del Hombre Blanco”. Y, ciertamente, a veces la Ley del
Talión, parece un avance civilizatorio. Un hacker y un soldado purgan severa
reclusión por haber tenido la osadía de colgar en internet los ejercicios de tiro
con misiles de los pilotos norteamericanos sobre pacíficos viandantes en el
masacrado Irak. Assange y Manning son los héroes que rompieron la conspiración
del silencio.
Como afirma Sven Lindqvist en el libro del mismo título que ha
inspirado esta nota, no es información lo que falta sino conciencia: “la
población educada ha sabido siempre, puede decirse, las atrocidades que fueron
perpetradas y que se perpetran en nombre del Progreso, la Civilización, el
Socialismo, la democracia y el Mercado”. Un criterio que comparte Joseba
Sarrionandia en su magnífico y enciclopédico “Somos como moros en la niebla”,
un libro que sigue casi secreto a pesar de haber recibido el Premio Euskadi de
Ensayo 2011 (o precisamente por eso).
Seguramente ya nadie querrá recordar que antes de que llegaran
los matarifes barbudos del EI hubo una criminal ocupación militar en la zona a
cargo de tropas de la “comunidad internacional”. O que el tiránico régimen
sirio empleo la guerra química contra la disidencia suní sin mayores reproches
de su socio ruso. Tampoco que cuando el islamismo político ganó las elecciones
en buena lid democrática, primero en Argelia con el GIA y recientemente en
Egipto con los Hermanos Musulmanes, las grandes potencias corrieron a armar la
mano asesina que les degollaría sin videos de primera.
Es como si el derecho al olvido hubiera borrado en las
conciencias la cara más obscena de la civilización capitalista y su descarado
estrabismo ético. No hay ningún orgullo en pertenecer a una sociedad así. La izquierda
denunciando con toda razón el terrorismo de Estado de Tel-Aviv, con una mano,
mientras justifica a los funcionarios de Moscú que derriban un avión comercial
con casi 300 personas. En tanto haya una explicación para las atrocidades
llevadas a cabo por “uno de los nuestros”, existirán infames Kurtz en el
planeta proclamando impunemente ¡exterminad a todos los salvajes!
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