EL AGOTAMIENTO DE SUMAR
JUAN CARLOS MONEDERO
31/03/2024La líder de Sumar, Yolanda Díaz, durante un acto
del
partido. -Ricardo Rubio / Europa Press
Callarse no es una opción (lo que mal empieza, mal
acaba)
Francesc Miralles ha hecho referencia recientemente al libro de Greene Las 48 leyes del poder para recordar las virtudes maquiavélicas del silencio. Recuerda que "en un mundo dominado por el ruido, la persona más interesante es la que calla, pues el silencio nos dota de misterio, que es el ingrediente clave de la seducción". Para concluir su sensato razonamiento recurre a la cuarta ley del libro de Greene: "Ten en cuenta que cuanto más digas, más vulnerable serás y menor control de la situación tendrás (...) Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería".
Lo
más sensato para los intereses personales, en este fragor de la batalla en la
izquierda, parece que es callarse. Aunque, si todos callamos ¿con qué
legitimidad vamos luego a decir nada? Desaparecer de escena para querer volver
luego inmaculado es un juego de trileros, y los problemas de la izquierda no se
van a solventar con maneras de truhan. No es tiempo de estrategias
personales, aunque al reducirse la tarta y crecer el hambre del
nerviosismo es más fácil que quien opine reciba zarpazos de un lado y de otro.
Una
de las maniobras de Sumar consiste
en no hablar de sus diferencias políticas con Podemos. Lo hace porque
opinar le haría perder seguidores. Prefiere dejar a una suerte de desprecio
displicente el asunto, contando con que la opinión pública despachará sus
apuestas escuchando lo que tengan que decir los medios de comunicación. Que por
lo general se sitúan contra Podemos. Pero esa manera de hacer ha llegado solo
hasta el congreso fallido de Sumar, con la rebelión aritmética de los supuestos
70.000 afiliados, donde más de 50.000 parece que eran los mismos con los que
cuenta la formación morada. Yolanda Díaz, la apuesta para
renovar el espacio a la izquierda del PSOE, ha recibido 6671 votos,
menos que algunos candidatos de Podemos en sus primarias regionales. (Y no
estaría de más preguntarse cuántos votos habría sacado Íñigo Errejón o Ernest
Urtasun).
Defendí
en las elecciones generales a Sumar porque Podemos decidió entrar en la
coalición electoral. En la Ejecutiva donde se tomó esa decisión, planteé la
opción de ir en solitario, pese a los riesgos, y, en cualquier caso, insistí en
la necesidad de coherencia posterior, fuera la que fuese la decisión que
tomáramos. No podíamos marear a los votantes. Apoyar a Sumar desde Podemos era
de sentido común, aunque hubo gente que, al sentirlo una suerte de coacción, no
lo hizo. Lo que me pareció un error. Los diputados que fuera a tener
Podemos iban en las listas de Sumar. ¿O cómo se han logrado los cuatro
diputados que ahora tiene? Luego, entendí que había que
intentar ser la nave nodriza de Sumar, porque de lo contrario se le dejaba el
espacio libre a los oportunistas. Desde la dimisión de Iglesias, que era la
culminación de una manera de actuar mejorable en términos democráticos, he
expresado con claridad mi malestar por el rumbo de un Podemos enfadado y poco
amable con las críticas internas. He aprendido a defender el debate interno
como garantía democrática y que eso de "lavar los trapos dentro" lo
defienden únicamente los que tienen la llave de la lavandería. Y lo hago desde
la certeza de que seré, si llegara el malhadado momento, el que "apague la
luz al salir". Pero no nos engañemos. Pablo Iglesias dice
en su libro Verdades a la cara (p.170) que
fui el que "menos entendió" la forma en la que se gestó su salida y
el nombramiento de Yolanda Díaz. Hacer
política no es una tarea que deba guiarse por ninguna inclinación personal.
Quizá la veteranía sirva para algo. Lo que mal empieza, siempre ocurre, mal
acaba. Sumar es hoy un proyecto fracasado y le
corresponde a Podemos, igual que a Izquierda Unida, hacer un buen diagnóstico
del momento.
Las cartas están echadas
La
reconfiguración del espacio de la izquierda en España es una realidad demasiado
tiempo postergada. No estaría de más ver cómo se han desarrollado las cosas en
la hermana Portugal. Allí, el espacio a la izquierda de los socialistas está
devastado. El Partido Comunista, como en España, tiene un discurso clásico duro
pero esta aliado a los verdes. La orientación política de este grupo europeo,
marcada desde Alemania por die Grünen, estuvo
ayer a favor del bombardeo de la OTAN a Yugoslavia y hoy está a favor de
incrementar el envío de armas a Ucrania. Igualmente, critica el genocidio de
Gaza pero muestra su total solidaridad con Israel y su gobierno y ha pactado en
algunos Länder con la CDU, es decir, con el PP alemán. El Bloco de Esquerda es
igualmente rehén de preferir muchas veces la ideología a la política, olvidando
que en ese difícil equilibrio la izquierda radical se la juega.
En
toda Europa el momento político es descabellado y la falta de claridad
ideológica lleva a la confusión organizativa de la izquierda, acorralada por el
fantasma del regreso del pasado autoritario. Pensemos que hay gente pobre tan
desesperada o harta que vota a las derechas que llevan en sus programas -y es
de las cosas que cumplen- desmantelar las ayudas sociales que permiten que esa
gente humilde sobreviva. El país donde más evidentemente
está pasando eso es en la Argentina de Milei. Pero en Andalucía, el
gobierno del PP ha devuelto 119 millones de fondos europeos para escuelas
infantiles con el único objetivo de proteger a la red de guarderías privadas.
Igual que en Madrid, donde los impuestos que se perdonan a los rico o los euros
que compran áticos y Maseratis con comisiones son el contrapunto de las listas
de espera, el recorte en escuelas y guarderías o en vivienda social.
Resulta
absurdo el empeño del PSOE de pactar con la derecha. Hay otra España aquí,
aunque se silencie. Muchos medios repiten como un mantra que "esto se
solventaba hablando el PSOE y el PP", como si regresando al bipartidismo
el resultado no sería otra vez la corrupción y la ineficiencia o la Casa Real
dando espectáculos poco edificantes. Cada vez se diferencia menos la
voz de la derecha de la de la extrema derecha. El espacio de esa
extrema derecha es rupturista en la esfera pública y atrae a frustrados y hartos.
Los ultras pueden estar en las televisiones rompiendo las reglas del respeto y
la convivencia con gritos, insultos y amenazas, igual que están en las redes
sociales como pez en el agua. Debiera incorporarse a las Facultades de
Comunicación una ley Losantos de la economía mediática que dice que igual que
la moneda mala expulsa a la buena de los mercados, las formas agresivas y groseras expulsan del mercado a las maneras
educadas y respetuosas. El moderado Feijóo no es nada diferente de
la inmoderada Ayuso o el histrión Abascal, mientras los juegos de malabares de
Pedro Sánchez dan la sensación de que acabará en la lona, mientras el espacio a
su izquierda parece un espejo roto con reflejos minúsculos distorsionados donde
solo se miran los fragmentos que se reflejan.
¿Cuántos Sumar hay?
El
espacio de Sumar parece movido por lógicas diferentes, como si por un lado
fuera el Ministerio de Trabajo (movido por profesores y alentado por los
sindicalistas de CCOO); por otro una Yolanda Díaz que a veces parece levitar;
por otro los Comunes -que acaban de dar la patada a Podemos-; y por otro
Izquierda Unida (que parece haber perdido su sombra). Al tiempo que el resto de
Sumar está en la perplejidad o intentando cubrir las inconsistencias con
comparecencias de tertulianos en medios amables. Yolanda Díaz parece haber confundido lo que dicen los medios con
la realidad. Ha pensado que la demonización de Podemos bastaba para
que se convirtiera en el referente incuestionable del espacio. Los medios han
vuelto a devorar a un liderazgo de la izquierda. Un error en el que caería
también Podemos si creyera que el fracaso de Sumar le basta para recuperar los
cinco millones que tuvo. Que Sumar haya fracasado no conjura los problemas que
llevaron a la dirección de Podemos a entrar en Sumar. Podemos tiene pendiente
su Asamblea y es muy probable que de ahí salga una parte importante de lo que
venga en el futuro.
No hemos escuchado ni una sola vez
explicar en qué está en desacuerdo ideológicamente Sumar de Podemos. Y eso es
deshonesto. Tiene que explicar las diferencias en asuntos de vivienda, en
propiedad y uso del suelo, en la guerra de Ucrania, en la superación del
capitalismo, en la operación Chamartín, en la ley mordaza, en la relación con
los jueces... (de paso: ¿por qué el calvario que ha sufrido Podemos con el
poder judicial no ha afectado a nadie de Sumar? ¿Alguien tiene alguna hipótesis
sólida?). Dejarlo todo a que en las redes o las tertulias insulten a Podemos y
lo den por muerto, a lo único a lo que ha llevado es a su certificado de
defunción firmado por la raquítica cantidad de 6671 personas.
El
grupo catalán que controla Sumar se ata a sí mismo con los nudos marineros de
sus dos hipótesis de partida: una, que Podemos está muerto (ergo, que nunca hay
que hacer política como la hicieron ellos, porque conduce al camposanto); y
dos, hay que parecerse al PSOE hasta lograr sustituirlo, porque es un proyecto
en decadencia. Siendo verdad las heridas que tienen tanto el PSOE como Podemos,
las hipótesis son equivocadas. Nadie que no sea del PSOE
va a dirigir ese partido. Y nadie a la izquierda del PSOE va a
dirigir ese espacio queriendo parecerse al partido socialista.
Esas
hipótesis compartidas han construido una alianza en Sumar entre el grupo
catalán (Urtasun, Vendrell) e Íñigo Errejón,
donde, además de la portavocía, urden la táctica y la estrategia. Iniciativa
per Catalunya-Los verts (ICV) fue la salida posibilista y defensora de la
Transición que nació de la disolución del PSUC. Terminó probando fortuna con el
grupo verde europeo impulsado por Die Grünen. De ahí que uno de los problemas
de cara a las elecciones europeas que tiene Sumar es qué grupo van a engrosar
los eurodiputados elegidos en la lista de Sumar. ICV, junto con Errejón -con un
solo diputado en el Congreso, expulsado de cualquier influencia en Más Madrid y
con los únicos apoyos de Yolanda Díaz y Ferreras- han intentado una suerte de
operación Roca progresista, emulando aquella aventura del catalanismo centrista
que se zanjó con estrepitoso fracaso. Se trataría ahora en hacer lo mismo desde
una izquierda tranquila que permita un desembarco desde Cataluña en España con
la intención de ocupar poder institucional. Eso está lleno de problemas, no
siendo los menores que los Comunes siempre odiaron a ICV, que Errejón, aunque
vea en esa alianza su último cartucho, no es catalán -aunque lo hable con
soltura incluso fuera de la intimidad- y que Ada Colau no se entiende con
Yolanda Díaz. Sin olvidar que los verdes están hoy en Europa más
cerca de la socialdemocracia que de las formaciones a su izquierda. Entregarle
la suerte de Sumar a Iniciativa per Catalunya y a Errejón ha colaborado de
manera determinante en la voladura incontrolada de todo el espacio.
Al
PCE es la segunda vez que un tacticismo miope le lleva a que el PSOE le coma el
bocadillo. Ya le pasó en la Transición, cuando Carrillo
pensó que si parecían más moderados que los socialistas les iban a agradecer
los muertos, los presos, los torturados y los exiliados. Y no, la
gente votó al PSOE porque siempre se prefiere al original que al disfrazado.
Ahora, ha vuelto a hacer algo similar, creyendo que en Sumar iban a tener la
centralidad que perdieron en Unidos Podemos y pagando por ello el precio de
permitir que sea su portavoz Urtasun, vicepresidente de los verdes europeos, o
Errejón, que se fue de Podemos diciendo que acercarse a los comunistas era
contaminarse de sucio tizne de obrero paleto.
Empezar casi de nuevo para recuperar el impulso
Es verdad que igual que la gente no cambia
de religión si no hay milagros o catástrofes, no cambia de partido si no hay
razones para hacerlo. Algunos parecen estar esperando a la catástrofe. Y hay
que ser cuidadosos, porque la tarea de demolición de la derecha hace que les
vuelvan a votar. No nos engañemos pensando que cuanto peor, directamente mejor.
Desde
la perspectiva de Podemos, hace falta entender las razones que puedan tener
esos millones que antes votaban morado y ahora están enfadados, en diferentes
grados, con la formación. En las redes, hay bots de la
derecha alimentando el odio hacia todo el que no es "podemita puro".
Saben que esos mensajes son letales para Podemos. No todos los que se han
alejado o son críticos son "traidores", "ratas" ni vendidos
al sistema. Tampoco basta decir que están envenenados por los medios de
comunicación -sin duda, algunos cientos de miles habrá intoxicados por esos
mensajes- sino que, muy al contrario, convendría escuchar por qué se alejaron.
De la misma manera, los que han acompañado sinceramente a Sumar tienen que
preguntarse si en verdad la fuerza liderada por Yolanda Díaz ha cumplido con la
tarea que se le había encargado.
En
otras palabras, si Sumar puede
abandonar el pacifismo en nombre de argumentos geopolíticos compartidos con el
PSOE y con el PP; si no hay que confrontar a las inmobiliarias que quieren
volver a liberalizar el suelo, si no hay que alejarse de los fondos de
inversión y regresar con los desahuciados y los defensores
de la vivienda social; si no hay que pelear con el cuchillo entre
los dientes para que los fondos europeos lleguen a empresas que salven empleos
y no a amigos a los que devolver favores; si no hay que suturar las heridas del
feminismo y apostar por el diálogo en vez de ahondar en la brecha o frivolizar
con el asunto; si no hay que apostar por la sanidad
pública y dejar de lanzar guiños amables a la sanidad privada;
si no hay que defender los derechos de los inmigrantes aunque eso implique
confrontar con el ministro Marlaska. Etcétera.
Las
cartas ya están sobre la mesa. En las europeas todos los partidos de la
izquierda van a saber cuáles son los apoyos que tiene cada cual (Izquierda
Unida debe resolver qué hace si en Sumar no le entregan ningún puesto de salida
en las listas europeas. El chaparrón que están sufriendo los militantes de un
partido que nació del No a la OTAN no aguanta ni siquiera un pequeño aguacero.
Y quizá sea el momento de que IU se atreva a saber cuántos votos tiene reales
en toda España). A partir de ahí, habrá que volver a sentarse
para hablar de proyectos, no de personas, que es lo que llevamos
haciendo dos años. Porque si lo que impide que las diferentes sensibilidades de
la izquierda se sienten en una mesa son determinadas personas, las que sobras
son esas personas. Y a quienes no lo entiendan, habrá que enseñarles la puerta
de salida.
La orfandad de la izquierda se
solventa con ideas acompañadas de una épica de confrontación que no es
compatible con convertir a la izquierda en un parque temático alcohólico ni con
disfraces socialistas para ir a un baile sin música. Lo nuevo ha envejecido
demasiado pronto y ha creado una resignación que solo sirve al PSOE o al
fantasma de las derechas. Tiempo de, casi, recomenzar de nuevo.
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