domingo, 1 de noviembre de 2020

LA OTRA HISTORIA


LA OTRA HISTORIA

POR EDUARDO SANGUINETTI

FILÓSOFO Y POETA.

La escritura de la historia desde la ficción, implica buscar en las fisuras de la memoria y de la verdad legitimada otras versiones posibles, que hoy se ven expresadas vilmente en panfletos laminados que convocan a aleccionar sobre lo que jamás ha sido, un entretenimiento que da espacio a que sean consideradas en este tiempo de post verdad, tan verosímiles como las del verídico discurso histórico: un delito flagrante llevado a cabo por mandaderos de corporaciones mediáticas mafiosas y de Silicon Valley. La ficción se ha apropiado del espacio de la verdad, otrora ocupado por la Historia.

 

Imposible narrar la Historia como una secuencia lógica, por ser incomprensible y por ende no narratizable, el texto deberá acudir a un metalenguaje que le permita acceder a la narratividad de lo histórico, pero desde el revés de la trama, desde lo que oculta el escriba que construye la historia oficial, tan degradada en su fin de eliminar toda significación y significancia en los actos llevados a cabo por quienes sostienen los principios éticos de liberación y de igualdad, de dignidad y de verdad, conectada con la necesidad de encontrar respuestas legítimas a una historia presente conflictiva y confusa.

 

Nos encontramos, entonces, con los problemas relativos al vínculo entre la Historia y lo real, o a los requerimientos de la ficción, o si, por el contrario, la imaginación está sometida a la memoria codificada de la trama sombría del poder.

 

Hasta finales del pasado siglo, parecía existir una suerte de consenso en cuanto a que a esta relación era directa: la historiografía podía dar cuenta de lo real mediante el relato objetivo de los hechos desnudos, en antípodas a la historia triunfalista e incuestionable, que de inmediato debería ser desplazada por una historia cargada de fracasos, mentiras y traiciones, ocultados y eliminados por los adalides del fraude y lo falaz.

 

Hechos y personajes idealizados por la historia oficial, deben ser desmitificados, desentronizados y expuestos en todo el esplendor de sus miserias, que llevaron a la humanidad esclava a persistir en asimilarse a las prácticas indecorosas que proponen los poderes fácticos.

 

 

Pero en los últimos decenios la historiografía misma se ha encargado de poner en duda este acuerdo denunciando la "ilusión referencial" y generando otros modos de hacer historia, desde la periferia, evadiendo el núcleo que convocaría al interés de construir Historia.

 

La pregunta por el contenido de la historia pierde fuerza frente al enorme interrogante que se presenta: ¿qué se escribe cuando escriben mandarines del poder la historia ficcionalizada por orden de las multinacionales imperiales, que irrumpen de modo criminal en el devenir de lo acontecido? La linealidad histórica debería ser fracturada, para indagar en los intersticios aquellos acontecimientos que otorguen un sentido más convincente al presente, creando un espacio textual que a partir de la lectura de otros textos, asumiría los silencios de la historia oficial, generando una resistencia al olvido obligatorio al que es con frecuencia sometida toda una comunidad, que sin ánimos de reinventarse, acepta como dogma de ninguna fe lo que les es narrado por la usina de producción de fantasmas.

 

En consecuencia, el juego entre ficción e historia, entre la voz y la escritura que trata de registrar una "realidad", tendría como finalidad brindar otra versión de la historia y poner de manifiesto las diversas lecturas e interpretaciones a las que puede ser sometida.

 

El conocimiento sobre el pasado, incluso reciente, que no puede ser independiente de las configuraciones del presente, implica por una parte, reconocer que toda narración histórica es siempre selección, y esta es siempre histórica, es decir, determinada por la sociedad y la época desde la cual narra, y también aceptar que el presente de la narración histórica es siempre posterior y omnisciente con respecto a los hechos narrados, que impide proponer al lector la "otra" historia, la de los vencidos, la de los sometidos, la de los silenciados

 

Lo narrado implica la constitución de un campo historiográfico en el cual se libran luchas simbólicas por la legitimidad de las visiones y divisiones del mundo social. Así, cualquiera sea el régimen de enunciabilidad propuesto y sostenido en el momento en que se narra, las lecturas del pasado tenderán a construir tradiciones, ya que todo movimiento renovador empieza en una revisión de la historia como construcción de una genealogía.

 

De este último punto - el conocimiento del pasado -, se desprende el segundo aspecto que me interesa plantear: la relación entre el saber y lo real. En este caso el lenguaje se constituye en el problema eje. Si se toma el lenguaje como tamiz, no sólo el saber histórico, sino todo el saber en general, pero sobre todo las ciencias sociales y humanas cambian el estatuto de su relación con lo real. El lenguaje aparece ya no sólo como medio de comunicación, sino como determinante en la construcción de tal relación, e incluso como constituyente mismo de la subjetividad.

 

Nietzsche sostiene que el ser humano es tal en la medida en que puede usar el pasado para el presente y llama "hombre histórico" a aquel cuya visión del pasado lo conduce al futuro, lo alienta a perseverar en la vida y le da esperanzas en la justicia por venir.

 

Este "hombre histórico" cree que el significado de la existencia será más claro en el curso de su evolución, mira hacia atrás sólo para comprender el presente y estimular su anhelo por el futuro. El ser humano debe interrogar el pasado sin remordimientos, juzgarlo y condenarlo, en la medida en que la injusticia haya privado... debe tener la fuerza para romper el pasado, pero también aplicarlo para vivir.

 

En este sentido es que el uso de la historia está al servicio de la vida.... queda por preguntarse cuál es el anhelo de la comunidad toda para el futuro, en este tiempo de pandemia, donde lo virtual ha sentado reales, alejándonos de lo que ha sido la vida en gesto fundacional que nos elevaba a la condición de ser actores de la historia de un tiempo y de un espacio.

 

 

(*) filósofo y poeta.


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