TABERNA GOMERA
QUICOPURRIÑOS
En la Rambla Pulido. En ese lugar de encuentro. Donde al frente estaba Angel y en la cocina su hijo Adrián, que preparaba unas exquisitas tortillas con papas y chorizo. El local era amplio y admitía a mucha gente. Pero lo bonito, lo entrañable, eran los contertulios que acudían cada día a conversar. Y en esa conversación pausada, aunque también alguna vez agria, intervenía, participaba como el que más Angel, con su peculiar socarronería gomera. No duró mucho esa taberna, qué pena, qué lástima, pero mientras vivió, mientras duró, creó un punto de encuentro, de cañas, vinos y tertulias entrañables, sobre todo cuando llegaba la hora de cerrar y cerraba, claro que sí, pero decía quédense aquí un rato más, con la puerta trancada y seguimos hablando un poquito, que esta ronda es por cuenta mía, por cuenta de la casa. Y recuerdo, como no, a Antonio el militar y a Andrés el gritón y a otro que se sabía todas las canciones de “los Panchos”, aunque no recuerde su nombre. Y también a Salvador Palmero que, pese a su apellido, en realidad es gomero, no es palmero, ese que fuera emigrante a Venezuela y, claro, te contaba sus batallitas. Todas y mil veces. Ese al que le gusta jugar al ajedrez y te contaba con orgullo cómo en una simultánea en Caracas ganó a Boby Fisher, el americano que había sido campeón mundial del tablero en blanco y negro. Y eso es cierto, porque lo vi en los periódicos ya amarillentos de la época que Salvador guardaba con orgullo y me enseñó. Salvador pasa de los ochenta pero mantiene una mente lúcida, aunque te cuente sus recuerdos, sus vivencias una y otra vez. Y es consciente de ello te dice, pero espera Quico, que te lo voy a volver a contar. Y te lo cuenta.
En esas noches de
encuentros surgía la pregunta, el cometario, el cachondeo, porque entonces, y ya
hasta ahora le llevaba y le sigo llevando un pleito eterno a Andrés, de un
accidente de coche, que se lo habían chocado y destrozado una noche que dejó
aparcado el auto, en donde no debía, total por una noche de amor efímero. Y el
juicio que no caminaba y no camina. Aún hoy sigue empantanado. Andrés no perdía
la oportunidad para meterse conmigo diciendo que, a valiente abogado busqué que
no me arregla lo del coche. Y entonces
surgía el ingenio de Angel, el gomerito. Huy, decía, Quico es abogado, no es chapista.
Comentario genial.
De vez en cuando
aparecía por la Taberna Miguel Angel, quien fuera alcalde de Valle Gran Rey, él
que junto a Angel tuviera que acudir a un juicio a La Villa, a San Sebastián, por
alguna bobería que dijeron o hicieron. Y lo comentaban, lo recordaban y nos hacían reír, y pasábamos momentos
dulces, compartidos, de encuentros, donde cada uno, con su forma de pensar distinta,
hablaba sin tapujos y nadie ofendía a nadie y los presentes con sus palabras,
con sus vivencias y recuerdos, nos hacían pasar un rato delicioso, inolvidable
e irrepetible.
Pues sí, querido
Angel. Echo de menos esos momentos y las tortillas de chorizo de tu hijo
Adrián.
quicopurriños,16 de noviembre de 2020
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