LA HERENCIA DEL GATO
Que no Oreo, que no
llevas razón
QUICOPURRIÑOS
Y es que pasa lo que pasa, cuando me despierto de madrugada. Abro los ojos y tengo que ir al baño a mear, en términos claros para que todos entiendan. Pués…. que tengo que salir corriendo, saltando de la cama a evacuar, a soltar el líquido amarillo acumulado, para respirar hasta decir …¡buuufff!...¡ ufff.! Cuando sales como una escopeta y piensas que no vas a llegar pero llegas, a duras penas, pero llegas. Eso a las dos o tres de la madrugada. Y entonces, de repente, me encuentro con Oreo, ese gato que mi hija Ana adoptó para cuidarlo, pero, que al final, dejó en casa, y ahora lo atiendo yo. El que duerme metido en el bidet, el que abre los ojos al verme llegar cuando me siento en la taza del wáter a no necesito dar más explicaciones. Me he convertido en su custodio, en su guardián, en su tutor y a la vez, también, en su amigo de ese entrañable minino, que como digo, me mira con ternura dulce y entrañable, esté donde esté. Es locuaz sólo con su mirada, porque hablar, de momento no habla, pero comunica todo y mucho. Como era blanco y negro mi hija lo inscribió en el Registro Civil adscrito al Juzgado. Y también en la Iglesia, en la Parroquia del barrio, con el nombre de “Oreo” luego el nombre que le puso en la pila bautismal y en la vía civil, esa que tiene una página especial para las mascotas, fue acertado. Tuvimos que ir al bautizo eclesiástico acompañados de padrinos. Son cosas del rito. Los padrinos fueron Hansel y Gretel. Hansel es, fue, un perrito llegado de un refugio que llenó nuestros corazones mientras vivió. El Sr. Hansel, mi querido y recordado Sr. Hansel. Y Gretel, una gatita, para más datos salida también , de otro refugio, ella del Valle Colino que ahora vive con Mariquilla en compañía de otro gato, su inseparable gato y un loro rebelde, en su casa de La Laguna. Pues claro que sí. Está con la segunda madre de mis hijas Carla y Ana.
Hansel y Gretel firmaron
el acta de bautismo, esa que queda en el archivo parroquial, estampando sus
huellas dactilares, poniendo sus patitas en la
almohadilla pasadas por tinta. Los animales, los muy animales, pese a
que les dieron una beca, no quisieron superar la educación general básica, y con
un bolígrafo solo adivinaban a jugar, tirándolo desde el poyo al suelo de la
cocina y desde allí metiéndolo debajo de la nevera. Pero no estudiaron, no
quisieron hacer carrera.
Pues sí, Oreo de nombre le puso Anita porque es blanco y negro como
la galletita redonda. Esa que sale en los anuncios de la tele y ves empaquetada
en tantos supermercados y tiendas de alimentación, y hasta en el kiosco de la
esquina, o en el chino de cualquier calle de tu barrio. Y tras el bautizo hubo
celebración, claro que sí. Juntos, humanos, gatos y perros y algún que otro
bicho raro y caradura que se coló, tanto de dos como de cuatro patas con sus
rabitos alocados los de cuatro patas y de los de dos imagina tú lo que movían,
pero que sin haber sido invitados
compartieron mesa y mantel y disfrutaron y disfrutamos todos juntos,
celebrando, comiendo y cantando hasta el amanecer. Y hubo pienso para ellos y de postre, huesos y sardinas.
Ya de madrugada, todos hermanados a cuatro patas, nos retiramos pasito
a pasito, lento y despacito a casa. Mañana tendré que pedir dos certificados,
uno de nacimiento del animalito con rabo, de Oreo, que empadronado está ya en
la calle Juan Pablo II, donde forma parte de nuestra unidad familiar, y a la vez una fe de vida, para solicitar,
para tramitar ante el gobierno central una ayuda de emergencia social, esa la de
las cuatrocientos y pico euros, por
aquello del coronavirus. A mí, no me lo darían seguro argumentado que no cumplo
algún que otro requisito, pero los descerebrados del ejecutivo actual que nos
ha tocado sufrir, a Oreo seguro que se la dan.
Luego yo, le quito la tarjeta al gato,
cuando le ingresen, y le saco las perras y si se queja, lo dejo sin pienso, y
si se pone farruco que me denuncie por maltrato animal pidiendo, eso sí, un abogado
de oficio, pues no tiene economía para contratar a uno privado.
El caso es que el minino felino, la
última noche en que coincidimos en el baño pequeño del fondo de casa, me dice:
yo quiero ser tu heredero universal de lo que dejes, sea mucho o poco que sea
para mí.
Cómo va a ser Oreo, le dije. Tengo
mujer e hijas y el código civil no me permitiría eso, no habría notario en este
país que firmara un testamento en esos términos. Pues leí, decía el gato
envalentonado, o le leyeron, pues él no sabe leer por aquello de que no
aprovechó la beca, que en Inglaterra o
en Estados Unidas una señora ( loca estaría pensé yo), dejó un testamento dejando
todos sus bienes a su gato, que creo que es pariente lejano mío decía muy farruco.
Sorprendido quedé y e comentaba hoy a
mi amigo César, a Ángel César como no le gusta que le llamen, abogado también,
muy buen abogado todo sea dicho, la reflexión del gato, por aquello de si el
cuatro patas con rabo pudiera llevar razón, y concluyó conmigo que, de momento,
con la ley actual en la mano no, pues el gato no podría otorgar poder a
procuradores. Quién representaría al gato, tendría un tutor previamente
asignado, un representante legal. Y llegamos a la conclusión, tras muchas e
inútiles horas de razonamientos, que el
gato, que Oreo, no ganaba el pleito ni de coña, y además lo condenarían en
costas. Por atrevido, temerario, desagradecido y por mala fe al haber
interpuesto demanda el jodido gato.
Pero al paso que vamos, con el gobierno
y parlamento que tenemos con un Pedro Sánchez y el coletas al lado, Dios dirá. Me veo pronto a
gatos perros, tortugas y perenquenes,
entre otros bichos, acudiendo a los tribunales con demandas firmadas por
abogados animalistas, a los que no puedes contestar, por aquello del
respeto ni decirles, tú no eres una
abogado animalista, sino un animal de abogado o un abogado animal.
Pero, tiempo al tiempo.
quicopurriños, noviembre2020
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