ABRAZAR A UN TERTULIANO
Ninguno de
los casos de corrupción de la Casa Real de esta semana tiene relación alguna
con la monarquía, nos podrían decir en el próximo comunicado oficial tras el
enésimo escándalo y los súbditos brindarían aliviados por la buena salud de
esta familia
GERARDO TECÉ
¿Cuántos escándalos más de la Casa Real podremos tolerar?, se preguntaba un cándido tertuliano de televisión el otro día –pobrecillo– sin que ninguno de los allí presentes dijese la verdad –esto es costumbre en estos programas–, se atreviese a responderle con sinceridad: pues todos los escándalos que haga falta, chico.
El PSOE es el
partido que más se parece a España, decía Zapatero allá por 2007 y seguramente
razón no le faltaba, pero sí un asterisco al pie de aquella famosa frase para
que la cosa quedase más precisa: por detrás del partido político Casa Real. No
hay en España una institución capaz de mimetizarse tanto con la sociedad
española. Capaz de definirse a sí misma como apolítica –es decir, de derechas–
y hacer como que se lo cree. No hay otra institución capaz, como buena parte de
la sociedad española, de asumir un escándalo de corrupción tras otro sin
despeinarse. Ninguno de los casos de corrupción de la Casa Real de esta semana
tiene relación alguna con la monarquía española, nos podrían decir en el
próximo comunicado oficial tras el enésimo escándalo y los súbditos brindarían
aliviados por la buena salud de esta familia.
Esta semana hemos
conocido un nuevo capítulo de corrupción en Zarzuela. Esta vez con la aparición
estelar de una cuenta en Suiza de 8 millones de euros a nombre de un familiar
del emérito que, según las informaciones, ejercería de testaferro y enlace
entre el monarca y el poder empresarial español. Un poder empresarial que,
siempre generoso, deja en el cestillo de la monarquía las mismas buenas
propinas que tradicionalmente ha dejado en otros célebres cestillos, como el de
la trama Gürtel. Por ayudar a la economía española, lo que haga falta. La nueva
cuenta en Suiza se une a las offshore de Panamá, al ingreso de 100 millones de
Arabia, a la huida a Emiratos, a la cuenta de la Isla de Jersey, a la de las
Bahamas, a los maletines con millones de euros en Kazajistán, a la máquina de
contar billetes, a las tarjetas opacas de los miembros reales –tarjetas blue en
este caso– o a la yegua de la nietísima. ¿Habían escuchado alguna vez hablar de
la posibilidad de una yegua investigada por blanqueo de capital? La Casa Real
es puro I+D.
¿Cuántos escándalos
más de la Casa Real podremos tolerar?, se preguntaba el tertuliano de
televisión. Siempre he sentido el impulso de abrazar muy fuerte a las personas
ingenuas. Si un día me lo cruzo y la pandemia lo permite, intentaré consolarlo
entre mis brazos mientras le explico que podremos soportar todos los escándalos
de corrupción que haga falta. Que podemos tolerar todo lo que ya hay y mucho
más porque no se puede esperar otra cosa de una sociedad bien educada para
ello. Adoctrinada, día sí, día también en la idea de que le debemos la
democracia a una familia colocada por el dedo de un dictador, una familia cuyos
privilegios sobre el resto están protegidos por ley. Lo abrazaré y le diré que
no espere más que una leve reacción de sorpresa impostada. ¿Pero cómo? ¿Que los
miembros de la familia real viven a todo tren? ¿Que tienen tarjetas de crédito
de esas que nunca llegan a números rojos? Pero… ¿de dónde sale este privilegio?
¿Qué será lo siguiente? ¿Que corten las calles a su paso? Lo abrazaré y le diré
que en el próximo escándalo no espere grandes portadas, sino un disimulado
breve en el periódico o el telediario, correctamente colocado entre la última
hora de la pandemia, el viral de un gato capaz de tocar el ukelele y la
operación de menisco de Ansu Fati. Lo abrazaré y le diré que no espere al poder
judicial metiéndose en fregados innecesarios –viva el rey– ni a los partidos
políticos mayoritarios –viva el rey– queriendo salirse de la foto y el discurso
oficial que dice que esto son, en fin, cosas de la Casa Real y que ellos mismos
con su mecanismo.
La Casa Real es el
partido político que más se parece a España, diga lo que diga Zapatero. Y,
además, como dirían en el PSOE, ¿quién necesita una república teniendo esta
maravilla de monarquía? No se me ocurre nada más rebelde en este momento que
abrazar a un tertuliano.
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