“ MAGISTER”
QUERIDO
MAESTRO TITO
QUICOPURRIÑOS
Corrían los años setenta y en ese recién inaugurado Colegio del Camino de Las Gavias lagunero coincidimos entonces. Tú acababas de terminar la carrera y por tanto era tu primer trabajo, tu primera experiencia en enfrentarse a un aula. Tu bautizo. Tu reto de lidiar con leones pasados de hormonas, con la incertidumbre de presentarte ante esa jauría imberbe, algunos aún, la mayoría, con pantalón cortito que diría Jorge Cafrune y que no pasaban, de media, de los catorce o quince años, aunque en la clase algún talludito se colara, que los habían también. Curso ese de adolescentes gritones y rebeldes. De rostros juveniles, nosotros con acné y tú, él recién salido, afeitado con una loción de “Old Spice” o con “Varón Dandy” que es los que entonces se llevaba. Sí, cuando su clase, tu clase, recién estrenada, se abrió esa a la que los directores del colegio ofrecieran a la Isla, recabando, rebañando alumnos, venidos desde donde fuera, buenos o malos porque importaba llenar el nuevo colegio..¿Lo recuerdas Tito?
Tuvimos la fortuna y la suerte del encuentro,
del placer de conocernos. Niño y profesor.Profesor
y alumno. Eso de ser alumno y maestro, es un algo, es un descubrir un lugar
cercano y cómplice, un sitio, donde confluyéramos y que tanto que fue así. Fue
y lo sigue siendo. Mi profesor, mi magister, mi maestro, mi Ponciano de León ¡Oh
capitán, mi capitán! Nunca recuerdo si Ponsiano es o con “S” o con “C”, aunque el cariño sea el mismo. Sé
que vino de la provincia de enfrente, esa a la que quiero. No podría ser de
otra manera ya que mi mujer es de Santa Brígida.
En esa época éramos nuevos y novatos en el
recién inaugurado centro escolar donde aterrizamos profesores y estudiantes. Y estábamos.
Ellos los maestros inocentes e inexpertos y nosotros, los niños de pago, algunos
o muchos rebeldes, golfos y también “mediocabrones”
que venían expulsados y rebotados algunos, más de uno y más de dos, de algún
que otro centro educativo, pero estábamos allí, compartiendo espacios y aulas y
también el laboratorio y el patio del colegio. Y el comedor donde almorzábamos
todos juntos. Una gran familia que reunía a niños y a alguna que otra niña como
Cristina Melchor, Arancha, Antonieta, Olga, Miriam, Pili y Mercedes Caballero y
Puchi Hamilton, entre otras, pues en un principio eran minoría, y juntos,
compartíamos comida, los de todas las edades, alumnos y profesores que también
eran casi adolescentes iniciándose en
esa tarea grande de enseñar, pero que entusiastamente se fundían con nosotros
en el aula, en el patio, en los pasillos. Que nos aunaban y creaban un
sentimiento colegial, donde el del quinto de bachiller arropaba al del primero
de E.G.B. y el del primero veía en el del quinto a un hermano mayor. Bonita
etapa esa que siempre recordaré.
Y chocábamos, claro que sí, pero intercambiábamos
vivencias inolvidables que aún conservo en la memoria, al menos yo, con cariño,
con cariño, con tanto cariño. Porque muchos entraron en ese colegio cuyo nombre
homenajea a aquél pastor y político afroamericano que gritó en los sesenta “yo
tuve un sueño” “I have a dream” y me
acuerdo, que siendo “malos” al llegar, salieron siendo “buenos”, muy buenas
personas. ¿Tendría en eso algo que ver los profesores de entonces, habría sido
culpa de ellos, responsabilidad suya?
Tito, tú supiste superar el embate,
pues es que mira que te torturamos, que te lo hicimos pasar mal en tus
comienzos, que casi te hacen desistir, pero aún así hoy, me has dicho que fuimos
tu curso favorito. Pues, a saber, quizás porque esa clase de cabrones quinceañeros te dieron la experiencia
y las alas necesarias para volar, para abrirte
al mundo de la enseñanza donde has brillado hasta alcanzar el merecido descanso.
Disfruta de tu trabajada jubilación.
Solo tengo, a estas alturas, a mis
sesenta y dos años palabras para decirte gracias magister, gracias enseñante y
gracias maestro.
Gracias porque me abriste la mente a la literatura y a los
conocimientos, gracias porque me diste educación, gracias por inculcarme como saber
estar, que es lo más importante, gracias porque has sido mi maestro, porque me
has acompañado desde entonces, desde la adolescencia, desde la juventud y lo
sigues haciendo hasta ahora y gracias por el gran magister que eres y más aún,
por el Ángel de la Guarda que me acompaña, arropa y cuida cada día,
aún hoy que ya paso de los sesenta.-
quicopurriños,noviembre 2020
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