UN DESAGRADABLE EFLUVIO
Rafael ZAMORA MÉNDEZ.-**
¡Algo muy intransigente y cabreante estamos respirando en la emponzoñado contemporánea atmósfera en la que tontamente nos encontramos cazados dentro la más recia tela de cualquier enorme tremenda araña y que violentamente nos emponzoña y descalabra!
Ya, no solamente en los asesinos flancos chinos del mortal virus que nos avasalla, sino que también, en la casi adoptada política avalanchada que nos asola a lo largo de los azarosos mares, surcados por decrépitas jangadas de numerosos marroquíes cayucos invasores agarenos.
Nosotros,
los canarios, no podemos ni debemos de adormecernos blandengues, con los dos
ojos cerrados.
¡Tener
ambos abiertos de par en par, como centinelas
fanales, para evitar que el día menos pensado, nos encontremos en el
propio Hierro, Gomera o Tenerife,
con otra
renombrada Alambra de Granada o afamada Mezquita de Córdoba!
Tan reconocidos alcázares, no nos vendrían nada mal.
Lo
malignamente atravesados, sos sus arriesgados vernáculos, algo de lo cuales,
muchas personas sí que están de
acuerdo con el bestial aluvión de los
mismos, adaptándolos por entero, al cristiano sentido de la HUMANA FILANTROPÍA.
No hace
mucho, fui todo oídos, atendiendo la valerosa intervención televisiva de un
incisivo señor comentarista que, sin ninguna clase de pelos en la lengua, manifestara:
-.- ¡Si
tanto acaudillan el loco argumento del caritativo auxilio con esta creciente prole...¡que se
lleven tan solo a uno a vivir familiarmente en su vivienda y verán lo que es
rica canelita en rama pulverizada!
No hay que
atolondrar CARIDAD, con CALIDAD
La caridad
es la médula de la justicia.
¿Qué
ecuanimidad se está impartiendo y a quién le corresponde definitivamente
desembrollar este opresivo, casi a diario, espeluznante fregado?
¡Con las manos acordonadas, como ciegos, escudriñando de lejos los fatales efectos de semejante epidemia, a la nunca llegada expectativa de una rápida y concluyente decisión gubernativa, soportaremos con isleña paciencia aplatanada, el inverosímil prodigio de que algún agalludo Cid, de nuevo retorne y, de una sola vez por todas, nos redima de semejante maligna plaga!
Los
cayucos en Canarias,
nadie los
para ni quita.
¡A donde
quieras que vayas,
encontrarás
la metralla,
de una
avidez infinita!
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