miércoles, 18 de noviembre de 2020

UN DESAGRADABLE EFLUVIO

 

UN DESAGRADABLE EFLUVIO

Rafael ZAMORA MÉNDEZ.-**

¡Algo muy intransigente y cabreante estamos respirando en la emponzoñado contemporánea atmósfera en la que tontamente nos encontramos cazados dentro la más recia  tela de cualquier enorme tremenda araña y que violentamente nos emponzoña y descalabra!

Ya, no solamente en los asesinos flancos chinos del mortal virus que nos avasalla, sino que también, en la casi adoptada política avalanchada que nos asola a lo largo de los azarosos mares, surcados por  decrépitas jangadas de numerosos marroquíes cayucos invasores agarenos.

 

Nosotros, los canarios, no podemos ni debemos de adormecernos blandengues, con los dos ojos cerrados.

 

¡Tener ambos abiertos de par en par, como centinelas  fanales, para evitar que el día menos pensado, nos encontremos en el propio Hierro, Gomera o Tenerife,

con otra renombrada Alambra de Granada o afamada Mezquita de Córdoba!

 

Tan reconocidos alcázares, no nos vendrían nada mal.


 

Lo malignamente atravesados, sos sus arriesgados vernáculos, algo de lo cuales, muchas personas  sí que están de acuerdo  con el bestial aluvión de los mismos, adaptándolos por entero, al cristiano sentido de la HUMANA FILANTROPÍA.

 

No hace mucho, fui todo oídos, atendiendo la valerosa intervención televisiva de un incisivo señor comentarista que, sin ninguna clase de  pelos en la lengua, manifestara:

 

-.- ¡Si tanto acaudillan el loco argumento del caritativo  auxilio con esta creciente prole...¡que se lleven tan solo a uno a vivir familiarmente en su vivienda y verán lo que es rica canelita en rama pulverizada!

 

No hay que atolondrar CARIDAD, con CALIDAD

 

La caridad es la médula de la justicia.

 

¿Qué ecuanimidad se está impartiendo y a quién le corresponde definitivamente desembrollar este opresivo, casi a diario, espeluznante fregado? 

 

¡Con las manos acordonadas, como ciegos, escudriñando de lejos los fatales efectos de semejante epidemia, a la nunca llegada expectativa de una rápida y concluyente decisión gubernativa, soportaremos con  isleña paciencia aplatanada, el inverosímil prodigio de que algún agalludo Cid, de nuevo retorne y, de una sola vez por todas, nos redima de semejante maligna plaga!


Los cayucos en Canarias,

nadie los para ni quita.

¡A donde quieras que vayas,

encontrarás la metralla,

de una avidez infinita!

 


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