PELUQUERIA JUAN
En
la calle Benavides
QUICOPURRIÑOS
Alguien me podría decir porqué las
manos del barbero siempre están frías. Lo notas cuando te toca el cuello y te
dice: ¿cómo quiere que le corte el pelo? o te corte el pelo según la confianza.
Y tú le respondes, pues, para que dure, pero adecuado a mi edad, no de la forma
que lo llevan los pibes de hoy en la cabeza, que más que un corte de pelo
parecen un tatuaje.
Y alguien podría explicarme porqué el barbero, peluquero, ahora estilista, en lugar de hacer su trabajo, que es cortar, que lo hacen, se empeña además en amenizarte hablando sin parar. ¡Que he venido a que me quites las greñas, no a la consulta de un sicólogo, ni a una terapia de grupo!
Pero no hay manera, lo mismo les da. Hablan
y hablan. Y tú, con la revista “Hola” o la que por allí tengan de una edición
de meses o años atrás e intentas hacerte el loco, leyendo en el papel cuché
para ver si se calla. Leyendo lo que te importa un pito de la Pantoja o del
Paquirrín o de la Esteban o de cualquier
otro protagonista de esos culebrones televisivos que llevan y llegan, tras un
arduo proceso de selección, a los tontos y tontas, a los mas bobos y bobos del
país a esos platós. Lo que es, lo que manda la audiencia. Estudie Vd. para qué. No
niños y niñas (lenguaje inclusivo, bravo Ministra Celá) lo que se lleva es ir a
una isla del fin del mundo, eso sí con cuerpos medio cachas y enseñándolo todo,
con un grupo de ellos y ellas, a pasar una semana bajo el sol, pescando
pececitos y pescando al o a la de al lado. Y luego contando como fue esa noche
de amor del lunes, que ya el miércoles terminó, pues se convirtió en traición,
porque él o ella (lenguaje inclusivo otra vez, no olvidar) se metió entre
sábanas con otro/a descerebrado/descerebrada de esos/esas que fueron/fueran seleccionados/as,
tras un escrupuloso castin, para incorporarse a ese “instructivo” programa de
máxima audiencia que tanto nos enseña, que tanto nos aporta.
Qué hice yo, años y años me pregunto,
estudiando una carrera y ahora a poco de cumplir cuarenta años de ejercicio
profesional, con la que nos está cayendo, sin medio peso.
Me arrepiento de no haber invertido
unos euros en unas horas de gimnasio
para aumentar mi masa muscular y sólo con eso, y mi gracia, que también la
tengo, sanear mi actual paupérrima cuenta corriente. En el castin, si voy, a
los demás partícipes no les digo el palabro paupérrimo, no sea que me digan…¿cuáslo?).Pero
estoy pensándomelo, en colgar la toga y tirarme a esa piscina de culebrones dirigidos
a descerebrados. Total, ¿qué pierdo? Y si digo en antena que la coyuntura
actual nos lleva inefablemente hacia un mundo donde los seres, las personas que
ya no razonan y han perdido el espíritu crítico, mesurado, ese que en la
transición ayudó tanto a esta tierra nuestra a aunar esperanzas y propiciar
encuentros que contribuyeran a crear un mundo nuevo, fresco, reencontrado, de
reconciliación que ayudó a alumbrar, a brotar, un nuevo país renacido de sus cenizas olvidando
rencores, que resurgió como el Ave Fénix. ¿Qué dirían los coleguitas, esos que
llevan gorras para atrás y pendientes en
la oreja y nariz?
Yo creo que si digo eso en antena, me
dicen, tú de qué vas, que no se te entiende nada y me invitan, seguro, a
abandonar el plató.
No todos los peluqueros o barberos son
iguales. Que las manos las tienen frías y las sientes en el cogote, eso sí, no
cabe duda, aunque Juan, mientras te atiende, comparte una conversación
inteligente, pausada y razonable. El sí entendería las palabras que a mí supondrían
la expulsión de cualquiera de esos
programas basura.
A ti Juan, te dedico este relato y gracias por
haber colocado en tu salón,ese sillón rojo de barbería clásica que es una
monada.
quicopurriños, 24 de noviembre 2020
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