PARLAMENTO DE INFANCIA
DAVID BOLLERO
Ayer comenzó el debate sobre el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado (PGE) y hoy se votan las enmiendas a la totalidad. Una vez más, ha vuelto a evidenciarse la inmadurez de nuestro Parlamento. La Cámara Baja -del Senado, mejor ni hablamos- es reflejo de la bisoñez de nuestra democracia que, como buen adolescente, se cree mayor de lo que realmente es, con un espíritu fanfarrón que nos lleva de bofetón de realidad en bofetón en realidad.
Cualquier persona
con algo de espíritu crítico, con una mínima capacidad de sacudirse sus colores
políticos, verá que no hay por dónde coger a nuestros representantes en el
Congreso de las Diputadas y Diputados. Los vetos cruzados de que hacen gala
unos y otras son motivo de vergüenza ajena, un auténtico torpedo a la esencia
de la democracia y un insulto al parlamentarismo.
Tanto desde la
izquierda como desde la derecha, estamos asistiendo a vetos de partidos
políticos en lugar de abordar el fondo de la cuestión, que no es otro que las
cuentas de un país que ha de hacer frente a la mayor crisis socio-económica
desde la posguerra.
Pocos argumentos se
han escuchado acerca de los presupuestos, lo que, dada la naturaleza perezosa
de buena parte del hemiciclo, nos lleva a pensar inevitablemente que ni
siquiera se ha realizado un estudio pormenorizado de los mismos. Resulta mucho
más cómodo zanjar la cuestión de un plumazo con argumentos manidos, muchos de
los cuales ya ni se sostienen por mucho que aún sirvan para agitar el avispero
del electorado.
Las cuentas son las
cuentas y es lo que se ha de valorar. Condicionar el apoyo de un partido a que
otro quede excluido de los que votan favorablemente es tan pueril como
insultante para la ciudadanía, convirtiendo la Cámara Baja en un Parlamento de
infancia. En otras cuestiones, no parece importar tanto a Unidas Podemos
coincidir en el voto con Ciudadanos o al PP y Vox con EH-Bildu. Lo hemos visto
en innumerables ocasiones.
¿Qué hay de las
contrapartidas? Pues, sencillamente, son otra muestra de la inmadurez de
nuestra democracia, porque cualquier negociación en torno a los presupuestos
debería quedarse en los presupuestos. Entonces sí, los vetos a partidos
tendrían un sentido, porque el vetado habría condicionado el voto a dejar su
impronta en las cuentas, pero lamentablemente no es el caso. En muchos de los
vetos escuchados no se hace referencia a las cuentas y sí a otras posibles
contrapartidas que ni siquiera han sido admitidas o, incluso, formuladas. Un
despropósito.
Con este panorama a un
lado y otro del hemiciclo, es complicado convencer a nuestra juventud
desencantada con la política de que ésta es necesaria para corregir el rumbo
del país. Se nos van acabando los argumentos mientras vemos cómo entre unos
pocos se reparten las migajas que van quedando de España
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